Carmen del Puerto Varela (Madrid, 1961) plantea en su nueva novela, Memorias de una hetaira, dos historias muy distanciadas entre sí, pero que no dejan de relacionarse. Un itinerario por el que transitan dos mujeres, Helena y Elena, que se presentan en el escenario construido a base de páginas tal y como son, sin mitificaciones, sin hagiografías, para abordar un asunto tan cercano, tan lejano, como es el de la prostitución.
-‘Memorias de una hetaira’ propone un viaje en el tiempo, desde el siglo IV a. C. al XXI, pero también en el espacio, de la Grecia antigua a La Laguna contemporánea, y viceversa. ¿Qué le ha permitido asumir esta estructura al plantear su relato?
“En las dos historias paralelas que se desarrollan se aborda el controvertido ejercicio de la prostitución desde dos perspectivas espacio-temporales diferentes, en un intento de enriquecer los argumentos para el debate que este tema genera. A veces nos sorprenden o escandalizan actitudes, comportamientos o hechos del pasado y, otras, por el contrario, descubrimos que en el presente nada ha cambiado. Eso sucede con las mujeres y la prostitución. Lo comprobamos en esta novela, donde no es tan evidente una postura al respecto más allá de cuestiones morales. Creo que por razones diversas no ha interesado demasiado estudiar el papel de las mujeres en la Historia, como advertí documentando Memorias de una hetaira”.
-La novela presenta a dos mujeres que están separadas por 23 siglos, pero ¿qué las acerca? ¿Cómo ‘dialogan’?
“La Helena con H es una afamada hetaira de la polis de Corinto, la antigua Éfira, donde sitúo a este personaje de ficción, y no en la Atenas clásica, donde ejercieron célebres hetairas reales, como Aspasia de Mileto. A mí me atrajo más la ciudad entre dos mares que fundara Sísifo, condenado por los dioses a empujar sin cesar una pesada piedra por la ladera de una colina. Corinto, además, es la polis del conocido istmo, la lengua de tierra que une el Peloponeso con la Hélade continental, y donde se veneraba a la diosa Afrodita, a la que un atleta dedicó 100 prostitutas tras ganar la corona olímpica. La Elena sin H es una estudiante de doctorado lagunera que investiga el papel de mujeres como la Helena con H, las glamurosas hetairas, bellas e instruidas cortesanas de la Grecia clásica que no solo ofrecían sexo a sus compañeros masculinos. Asimismo, la Elena sin H, Elena Sanmarino Chinea, se verá envuelta en un lucrativo negocio de prostitución de alto standing, en el que las mujeres con formación universitaria son muy demandadas. Yo presento a ambas no como heroínas, sino con sus defectos y sus virtudes, perfiles con los que muchas mujeres podrían identificarse”.
“Fusionar un trabajo académico con la ficción, respetando sus respectivos lenguajes, no ha sido trivial”
-El origen de la novela se sitúa en un trabajo académico que emprendió en 2002 acerca de la presencia de la mujer en los ‘sympósia’. ¿De qué manera ese estudio fue desembocando en la idea de crear una ficción?
“Estudiando Historia en la Universidad de La Laguna -con magníficos profesores-, realicé un trabajo de investigación en el marco de una asignatura (Métodos, Técnicas y Ciencias Auxiliares para el Estudio de la Antigüedad) gracias a la cual aprendes a investigar y a documentarte sobre un tema. Yo elegí erotismo y sexualidad en el mundo antiguo, una época que brinda un repertorio ingente de estudios potenciales, riqueza que atrae y abruma a los historiadores. Y desde que me interesé por las hetairas -las únicas mujeres que accedían a esos exclusivos foros masculinos que eran los sympósia o banquetes griegos-, concebí su plasmación en una novela o en una obra de teatro. Finalmente, opté por la primera opción y enseguida empezó a tomar forma. Tenía gran parte del trabajo hecho con la extensa documentación reunida para aquel trabajo. Sin embargo, distintos avatares, entre ellos mis obligaciones profesionales, la producción de otros libros y la atención a mi familia, que es mi prioridad, me obligaron a abandonarla en muchas ocasiones”.
-¿Y qué le ha resultado más complejo al construirla? ¿La documentación, la búsqueda del rigor histórico o la fabulación?
“Las tres cuestiones han sido retos y fusionar un trabajo académico con la retórica de la ficción, respetando sus respectivos lenguajes, no ha sido trivial. Estoy familiarizada con la documentación y el rigor, que son exigencias en cualquier trabajo periodístico o de investigación. En cambio, el arte de fabular es otro cantar. Y yo soy más periodista que escritora. Me cuesta renunciar a los datos y necesito compartir los conocimientos que voy adquiriendo. Así que las digresiones abundan en mis textos, quizá para compensar cuando la imaginación no es suficiente. Paradójicamente, me ha resultado mucho más difícil manejar el tiempo presente que el pretérito, porque me cuesta distanciarme. Además, como esta novela se proyectó al comienzo de este siglo, cada vez que la retomaba me planteaba si actualizar o no la trama contemporánea, dado los cambios que se han producido. Por ejemplo, los planes de los estudios universitarios o las redes sociales. Finalmente decidí situarla en los años en que empecé a escribirla y no en el momento actual”.
“Son dos relatos de sexo, amor y perfidia, con distinta tipografía, que también pueden leerse por separado”
-Novela histórica, feminista, erótica… ¿Cómo la presentaría a un futuro lector, más allá de las etiquetas que a menudo limitan, reducen y simplifican?
“Creo que Memorias de una hetaira tendrá más aceptación entre los amantes de la novela histórica y, por supuesto, de la literatura de mujeres. Incluso, de la novela erótica. Encajaría en esas tres categorías, si bien realmente me gustaría que interesara a los jóvenes. He construido dos relatos de sexo, drogas, amor y perfidia, muy visuales, que se intercalan con tipografía diferenciada para que puedan leerse también de forma independiente. Reflexiono sobre las relaciones sentimentales y sobre la dignidad de las personas. Historia, literatura, mitología, filosofía, astronomía, cine y música son los pilares donde asiento las vicisitudes de mis personajes. He aprendido y disfrutado mucho con esta novela, que espero guste a mis potenciales lectores”.
-Usted es periodista especializada en ciencia y tecnología. ¿Cuánto de útil le sirve esa experiencia cuando ejerce la vocación literaria?
“Más de lo que podría pensarse. Creo que la sociedad ignora lo atractivas que llegan a ser la ciencia y la tecnología. Escribir o hablar sobre ellas es hacerlo sobre ámbitos que no son ajenos a nuestras vidas. Además, las estrellas inspiran. De ahí que me sienta privilegiada por haber trabajado como periodista en el Instituto de Astrofísica de Canarias y como directora del Museo de la Ciencia y el Cosmos, combinando mi orientación profesional con mi singular vocación literaria”.
-¿Y cambia mucho la manera de proceder de la escritora si trabaja en una obra de divulgación científica, si escribe un poemario, un ensayo o una novela?
“Un denominador común de mis libros es la labor documental previa, tan necesaria en el periodismo científico y la divulgación como en la literatura, y más si esta se ambienta en tiempos históricos que no se han vivido. Después, se trata de aplicar las técnicas de cada género. Escribo teatro, cuentos y poemas desde niña y no advierto mucha diferencia en sí más allá de la forma. Antes de Memorias de una hetaira publiqué Azul ultramar y Soles amarillos, dos antologías poéticas sobre obras de arte que también fueron un desafío no exento de dificultad. Escribir siempre lo es, pero me gusta explorar todas las variantes creativas. No sabría decir dónde me encuentro más cómoda ni si soy buena en alguna…”.
“Si la ciencia y la tecnología están tan presentes en nuestras vidas, ¿cómo no lo van a estar en la literatura?”
-El periodismo es un ejercicio sobre lo inmediato. En literatura, ¿cómo es en su caso el proceso que va desde la primera idea hasta que comienza a escribir? ¿Parte de un esbozo que no sabe a dónde la llevará o debe tener antes las cosas muy definidas?
“Confieso que soy un poco caótica, aunque sí suelo tener claro desde el principio lo sustantivo del argumento. Sobre todo, una vez que titulo el libro, lo que para mí significa que ya no hay marcha atrás y que he de construir esa historia sí o sí. Me sucedió con mi obra de teatro El honor perdido de Henrietta Leavitt, un homenaje a esta astrónoma americana y un guiño al premio nobel Heinrich Böll, autor de El honor perdido de Katharina Blum, o con la novela El finlandés errante, donde juego con el mito del holandés errante por cierto paralelismo con el personaje real cuya vida ilícita narro, la del artista Jan Salakari, casado con una tinerfeña de Alcalá. Con Memorias de una hetaira, el título se ajustó un poco después y también se inspira en otra novela, Memorias de una geisha. La razón es que, cada vez que explico qué es una hetaira, siempre me hacen el mismo comentario: “¡Ah, como las geishas!”. Y, en efecto, las hetairas tienen mucho en común con esas primorosas y delicadas japonesas del barrio de Gion”.
-La división entre ciencias y letras puede entenderse también como etiqueta o, mejor, como prejuicio. Sin embargo, usted no la contempla en esta obra. ¿Eso es algo deliberado o más bien esa desaparición de las fronteras surge de manera natural?
“Como reseñé en mi tesis doctoral sobre periodismo científico, Julio Cortázar escribió sobre el ciclo de las angulas camino de ser anguilas de “la región de los Sargazos” inspirándose en un artículo publicado en Le Monde en 1971. Compuso así su Prosa del Observatorio, un conjunto de metáforas de la ciencia que hablan de la afición a la astronomía de un sultán llamado Jai Singh. En ese sutil juego de imágenes, las anguilas del océano se confunden con estrellas en la noche y son contempladas desde los observatorios indios de Jaipur y Delhi. Literatura y ciencia se fusionaron en Cortázar con tintes astronómicos, como también lo hicieron en otros autores. Dante describió en la Divina Comedia un universo fiel a las concepciones de su tiempo; Rafael Alberti dedicó versos al cometa Halley como testigo de excepción de sus dos últimas visitas; Jorge Luis Borges encerró todo el espacio cósmico en El Aleph; y Edgar Allan Poe intuyó en sus cuentos el misterio de un agujero negro, mientras que en Eureka esbozaba la teoría del Big Bang. Yo sigo su ejemplo y Memorias de una hetaira también contiene un poco de astronomía. Aunque defiendo la especialización del conocimiento tan necesario para el progreso humano, siempre me he opuesto a ese divorcio entre ciencias y letras. Si la ciencia y la tecnología están tan presentes en nuestra vida cotidiana, ¿cómo no lo van a estar en la literatura?”.