El 6 de diciembre de 2012, Jonay Ramallo Dorta (Tacoronte, 1990) empezó a morir un poco y comenzó a nacer del todo. Salía de visitar a su abuela en la moto Ducati que se había comprado con su sueldo de segundo de cocina en un restaurante del sur de Tenerife. Una rejilla de desagüe y un socavón descontrolaron su marcha, voló varios metros y se estampó contra la esquina de una casa. Sufrió una lesión medular gravísima y quedó parapléjico. Aun así tuvo suerte: si se hubiera roto el cuello la lesión habría sido mucho más grave. A partir de este hecho empieza la lección de un chico vitalista, entonces de 22 años, que no se resignó a convertirse en un vegetal. Puede mover las manos, la cabeza, los hombros, puede practicar el sexo con normalidad y ha adaptado su vida a su circunstancia. Puede conducir su coche. Las piernas permanecen inertes. Para mí, por lo que ha sucedido después y yo voy a contar, es un héroe y un referente. Es tremendamente sincero y sabe que su misión en la vida, una vez resuelto en parte su problema, es la de ayudar a los demás. Sonriente, gracioso, bien formado, destaca la gran ayuda de su familia. La Ducati del accidente la conduce ahora su hermana, que la reparó con sus manos, pieza a pieza, y él se fue a Lérida no hace mucho, se amarró a una moto de competición y alcanzó los 240 kilómetros por hora en el circuito de Alcarrás. Conduce un juvenil Audi de 250 caballos, adaptado, y circula por las calles con una silla manual italiana de titanio, que tiene su anécdota que ya contaré. Tarda 27 segundos en subirse al coche, desmontar la silla y arrancar. Ha sido para mí una charla reveladora, a partir de que Mariano Ramos, propietario de Los Limoneros, lo hubiera conocido por casualidad, cuando Jonay impartía una charla en la Autoescuela Velox. Una charla sobre lo que los conductores no deben hacer.
-¿Te indemnizó el Ayuntamiento de Tacoronte, que fue donde ocurrió el accidente?
“No, el atestado policial dijo que yo iba muy deprisa. Y al día siguiente del accidente todos los huecos de la calle se habían tapado”.
-Qué maravilla de país, Jonay.
“Es lo que tenemos. Yo soy el pequeño de cuatro hermanos y cuando me pasó aquello me dije que tenía que salir adelante. Me trataron en Las Palmas, me dirigieron la recuperación –antes todos los parapléjicos recibían los primeros tratamientos en Toledo— y aquí estoy, con muchas ganas de vivir”.
-Y haces deporte, juegas a baloncesto.
“Sí, claro, pertenezco a un equipo de baloncesto en silla de ruedas de la asociación Adein, en primera categoría nacional. Mira, yo me construí un apartamento en el garaje de la casa de mis padres para no tener que subir escaleras, porque ya no podía. Presenté al Ayuntamiento, que había descuidado aquella calle del accidente, tan llena de baches, facturas por valor de 15.000 euros de material de construcción. ¿Sabes cuánto me dieron?”.
-No, ¿cuánto?
“285 euros”.
-Es de locos.
“Sí, es de locos, pero a pesar de todo esto, me dije: yo la esperanza no la voy a perder. He jugado al tenis también, en silla de ruedas, y lo de la silla fue otro episodio”.
-¿Por qué?
“Pues porque me dieron una que pesaba un montón. Era imposible que pudiera manejarme con ella. Tampoco quería una silla de motor, porque así me entreno, me mantengo en forma. Compré una italiana, de titanio, que no pesa casi nada, yo mismo la subo al coche, le quito las ruedas sobre la marcha y la desmonto. Costó 6.500 euros más 700 el cojín de aire que me impide las llagas. ¿Sabes cuánto aportó la Seguridad Social?”.
-Ni idea.
“Pues 680 euros. No me alcanzó ni para el cojín de aire”.
(El accidente tuvo lugar en la calle de La Luz, ya dije que del municipio de Tacoronte. La fecha ya la conocen. Hoy, Jonay tiene 33 años, está fuerte como un roque, delgado, con pinta de deportista y con una sonrisa permanente. Se ve que es presumido, viste bien y tiene un montón de amigos. Le encanta viajar y hacer cosas nuevas. Su paraplejía le impide hacer cosas, pero él procura que no muchas. Me quedé impresionado al ver cómo se sube al coche y cómo desmonta al mismo tiempo su silla de ruedas en segundos).
-Jonay, te he escuchado decir “gracias a Dios”. ¿A pesar de lo que te pasó eres creyente? A lo mejor me meto en camisas de once varas.
“No, no soy creyente, lo he dicho por costumbre. Mira, lo que está para ti no te lo quita nadie. Yo soy muy sentimental, creo que lo peor que te puede pasar en la vida no fue lo que me ocurrió a mí, sino por ejemplo tener que sacrificar un perrito al que quieres y que ha dado su vida por acompañarte. Eso sí que me afecta”.
-Me llama la atención tu humor.
“Sí, ¿no?, no tengo la mala leche del cojo, esa que dicen.
-¿Qué es lo que te hace fuerte tras un accidente tan grave?
“El amor de tu familia y la calle; la calle es una escuela que te fortalece. ¿De qué me vale estar toda la vida lamentándome?
-¿Echas de menos la cocina? Fuiste un profesional bien formado, lo ganabas muy bien.
“Estudié cocina, pero no, no la echo de menos. Ahora me gusta comer la comida de mamá; que cocinen los demás para mí. Pero compenso mi actividad de cada día con las clases en autoescuelas e institutos y con el deporte. Enseño a los alumnos lo que no deben hacer y las consecuencias que pueden tener las imprudencias”.
-¿Lo tuyo fue una imprudencia?
“No lo sé, porque de aquel día no recuerdo absolutamente nada. El atestado policial aseguró que iba deprisa, pero yo no lo creo. Sólo sé que perdí el control de la moto a causa del hoyo que había en la calle y que volé. Tenía un buen casco y lo llevaba correctamente puesto, eso me salvó de la muerte o de estar tetrapléjico en este momento”.
-¿Viajas con cierta asiduidad?
“Fui con un amigo, que está en mis mismas condiciones, a Nueva York, lo pasamos estupendamente. También he viajado por Europa con el Interrail y lo mismo de bien”.
-¿Y de novias?
“Amigas”.
-¿Quisiste volver a montar en moto, tras el accidente?
“Es lo más que deseaba del mundo. El accidente no me cortó mi vocación de motero. Fui al circuito de Alcarrás, en Cataluña, me ataron a la moto y, ya te digo, logré una velocidad de 240 kilómetros por hora”.
-Además del tenis y del baloncesto…
“Ah, sí, hice también natación, antes de dedicarme a la docencia en institutos y autoescuelas”.
-Docencia de vida, ¿no?
“Explico lo que no se debe hacer, hablo del valor de la vida, digo que la vivan con sentido común y que tengan mucha precaución cuando conduzcan una moto o un coche. Doy clases a los que recuperan puntos en las autoescuelas y a los chicos de los institutos sobre seguridad vial. Tenemos una asociación, la Asociación Española de Lesionados Medulares, que te pone en contacto con escuelas de conducir y colegios para que dictes estas charlas”.
-No has perdido el humor. Se te nota la legua.
“Tengo un lema: no te rías de mí, pero ríete conmigo. Me ha ido muy bien poniéndolo en práctica”.
-¿Te ves cuidando niños?
“No, no, ya tengo una sobrina. Las parejas acaban mal, por lo general, y yo me encuentro muy bien así. Con los niños con problemas de movilidad, y para otros que ni siquiera tienen estos problemas, colaboro a través de la Fundación del Canarias C.B.”.
-¿Te consideras un ejemplo para los demás?
“¡Qué va! Habrá muchos que hacen lo mismo que yo. Sólo tienes que aceptar lo que te ha tocado y luchar, luchar mucho contra las limitaciones, contra las pocas facilidades que existen para quienes están en mi caso. De esta lucha salen las soluciones para lograr la accesibilidad y para conseguir las facilidades arquitectónicas y de todo tipo para las personas con movilidad reducida”.
-¿Cobras una pensión del Estado?
“Sí, como si fuera un parado de larga duración. Pero no la que me hubiera correspondido, por problemas burocráticos que prefiero no estar aireando aquí”.
-¿Encontraste comprensión tras el accidente?
“Mira, comprensión de las autoridades, ninguna. Cuando fui al Ayuntamiento a reclamar, me dijeron: “¿Y de qué te quejas?; hay muchas personas peores que tú”. La comprensión la hallé en mi familia y en mis amigos, o al menos en muchos de ellos”.
-¿Te sientes distinto después de lo que pasó?
“No sé si distinto, pero es ahora cuando vivo la vida de verdad. Cuando tenemos demasiadas facilidades no valoramos nada, creemos que nos encontramos en una especie de normalidad. Ahora, que tengo ciertas dificultades para moverme, que me cuesta más hacer las cosas, es cuando valoro lo que realmente es la vida, puro esfuerzo”.
-¿Cómo son tus clases?
“Muy sencillas. Yo les cuento mi experiencia y los niños, sobre todo, hacen preguntas. Y qué preguntas”.
-Los niños son listísimos. Se les ocurren cosas que los adultos ni las imaginamos.
“Es verdad. Les contesto absolutamente todo lo que me plantean”.
-Los Carnavales están aquí. ¿Significan algo para ti?
“¡Claro!, me disfrazo y voy por ahí con los amigos en mi silla de ruedas. Ahora me gusta mucho más el Carnaval que antes. Antes normalmente estaba trabajando, hice un módulo de cocina y otro de panadería y me ganaba bien la vida. Ahora me la gano de otra manera pero también queda más tiempo libre para mí”.
-¿Sufres hoy en día dolor físico, tras todo lo que has pasado?
“Tengo la suerte de que no sufro dolores neuropáticos (dolor crónico intenso de nervios dañados), no siento frío ni calor en las piernas y la lesión medular me produjo la inmovilidad del pecho para abajo, sin que me afecte a la parte alta del cuerpo”.
-Me llama la atención la entereza que demuestras. Yo creo que ahí está el verdadero ejemplo.
“Te repito que no soy, ni quiero ser, un ejemplo para nadie. Y te pongo en situación: estoy todo el día sentado, sobre un cojín de aire para evitar las escaras, y al final de mes, cobro, ¿qué más puedo pedir?”.
-Joder, Jonay, qué tío.