Ahora que las barras se vuelven a poner de moda, la del Tahití acaba de cumplir 60 años dando de comer a un público heterogéneo que abarca funcionarios, empleados, escolares, profesores y gente del barrio que no renuncia a la comida casera de toda la vida a un precio asequible. De hecho, durante y después de la pandemia las restricciones donde más se notaron fue en el servicio de barra, donde se acostumbraron a comer los propietarios y los empleados del Tahití.
Juan Lorenzo Hernández abrió el negocio hace 60 años y hoy su hijo, Juan Lorenzo Hernández, también, sigue con el negocio familiar. El padre, que tenía una frutería en la calle San Francisco, se entera de que querían traspasar el negocio “tomando café con un amigo en el kiosko Numancia”, así que fue a ver a la propietaria, a la que conocía, “hablé con ella y llegamos a un acuerdo”. Juan Lorenzo Hernández, que había emigrado de La Palma a Venezuela y de ahí a Tenerife, “donde me puse a trabajar en bares”, vende la frutería, reforma el local y así nace el Tahití, un bar cafetería restaurante que está en la memoria colectiva de Santa Cruz, donde se degusta comida casera y a buen precio.
Las cosas han cambiado desde el inicio, pero Juan Lorenzo recuerda que “había cositas de comer y una barra. Servíamos comida casera: carne con papas, las garbanzas, un potajito, la sopa. Para desayunar, algo de chacina con pan y la pata de cerdo al horno, que salía mucho”. El propio Juan Lorenzo se metió en la cocina “y mi madre, que estuvo conmigo un montón de años; mi mujer cuando faltaba alguno echaba una mano también”.
También ha cambiado el menú. “En aquellos tiempos eran cuatro o diez o doce cositas. Ahora hay un menú fijo, cosas fuera de carta y la idea de irlo variando. Al principio se cambiaba la carta cada semana o cada quince días lo cual hacía que el público repitiera y como el precio siempre ha sido asequible pues conseguimos fidelizar al cliente. Tenemos una carta enorme pero la vamos dosificando”, puntualiza su hijo.
El caso es que el Tahití ha conseguido una clientela fiel, señala Juan Lorenzo hijo. “Hay quienes vienen de lunes a viernes y el fin de semana come en su casa, al revés que en otros sitios. Viene mucha gente de oficinas, a primera hora del almuerzo muchos jubilados, tenemos profesores y niños de los colegios cercanos, gente del barrio. Muy buena clientela”, destaca con orgullo. Y “hay comida para llevar a diario y de hecho, el viernes, es uno de los días más fuertes para eso”.
Y para conseguir una buena relación calidad precio no hay mejor fórmula que “ir nosotros a comprar al mercado. Es la única forma. Comprando bien puedes sacar un buen precio y elegir la calidad que a ti te gusta”. Ese interés por ofrecer un producto de calidad obliga a cambiar algún plato. “Hay uno -dice Juan Lorenzo hijo- que todo el mundo sigue recordando, que son las papas rellenas, pero ahora vienen mezcladas y algunas salen duras y no son buenas. Ahora hace mucho que no rellenamos papas, pero bubangos rellenos continuamente, les encanta a la gente; las paellas, y de los platos de diario es impensable quitar algunos como la ternera lechal, que es muy tierna y de buena calidad”.
En el Tahití siempre ha habido dos productos imprescindibles, los puros y el vino de La Palma. “Y la miel”, añade Juan Lorenzo hijo. “Llevamos casi 30 años comprando esta miel, que el año pasado ganó el concurso a la mejor de Canarias. Los clientes la compran y yo la uso para cocinar, en las ensaladas y en los postres”. “Es una miel exquisita, sabe a panal”, sentencia Juan Lorenzo padre.
En esos tiempos, rememora al padre, “el tabaco palmero era muy famoso y más o menos todo el mundo sabía que en el Tahití había buenos puros. Y los sigue habiendo. Tenía clientes de la Península que venían sólo a por los puros, que se vendían una burrada por Navidades. Ya la calidad no es la misma -reconoce- porque no hay materia prima, como había en aquellos tiempos, pero de lo mejor que hay es lo que tenemos. Cada vez se fuma menos, también, así que no se vende tanto como antes. Después de la pandemia se notó mucho el bajón y ahora ha vuelto otra vez”.
Juan Lorenzo padre también “cosechaba mi vino en La Palma y lo vendía aquí. Sacaba un vinito bastante bueno, en la zona Mazo y se vendía bien. Ahora no. Ahora vendemos El Drago, de Tegueste, porque yo la viña la dejé”. Ni el padre, ni el hijo, saben a cuánta gente dan de comer cada día. “No tengo ni idea, la verdad”, dice Juan Lorenzo hijo. “Es verdad que se forman colas, pero es puntual porque la gente come a la misma hora. La barra funciona muy bien, muy rápido”.