tribuna

Hoy no me puedo levantar

Hoy no me puedo levantar, pero no es porque me duela todo el cuerpo sino por lo de Mecano, que nunca supe qué era lo que les pasaba. A pesar de todo he hecho un esfuerzo, he tomado café y aquí estoy frente al ordenador. Se trata de escribir una frase. Lo demás viene de seguido.

Anoche estuve viendo una peli en la tele sobre Jesús y los apóstoles. Era en la 2. Los personajes se mostraban alegres y alcanzables, desprovistos de toda la trascendencia que les otorga el respeto por lo litúrgico. Me detuve en el milagro del tullido que anda, al que bajan por el techo de la casa donde predica el Maestro. A partir de ahí me quedé dormido. Creo que hice la promesa de acercarme hoy a los evangelios y confortarme con su lectura. Mi madre siempre recurría a ellos y mi madre es la persona más buena que he conocido.
Tal vez por eso me he levantado hoy sin ganas de nada. Debe ser esa reacción cómoda que tiene el mal, instalado en nosotros, para no dejarse desplazar por el bien. Parece que he vencido a este primer intento de anulación y aquí me tienen escribiendo, dejándome llevar por lo que en principio no quería hacer y ahora estoy haciendo. La vida es una lucha entre contrarios, una exposición de contrastes que no nos deja avanzar uniformemente por un camino diáfano.

Siempre hay piedras para tropezarse con ellas, y cuando queremos asegurarnos dejando miguitas, vienen los pájaros y se las comen, como en el cuento de Pulgarcito.

Parece que se ha ido la borrasca, pero leo en el digital que me invade la pantalla con noticias sin que yo se lo haya permitido, que dice Brasero que ahora vendrá lo peor. No sé qué puede ser ni me interesa. Estoy harto de vivir en una alarma detrás de otra. Yo era un chico alegre que hacía parodias divertidas. Tenía una sobre dos alpinistas que escalaban el pico de Guajara. Abajo se había reunido una gran cantidad de público que gritaba: “¡Qué vivan los valientes!” Pero Estebita, que así se llamaba uno de los héroes, decía: “Nosotros no le hicimos caso”.

Mi madre, tan sabia, adoptó aquella frase y la repetía cada vez que se presentaba una contrariedad. Incluso consiguió contagiar a su familia, y alguna vez se lo escuché a mis tíos: “Nosotros no le hicimos caso”. Yo mismo la utilicé como lema para salir airoso de los problemas. Esta mañana de sábado santo la he aplicado después de levantarme sin ganas de nada y he conseguido superarme y ponerme a escribir. ¿A quién no le he hecho caso? A mí mismo, al desinterés, a esa inercia estúpida de la vida sin más objetivo que el asentimiento a lo que se presenta inducido por el aburrimiento de que otros piensen por ti, a dejarse llevar, a procrastinar, a entregarnos a los vaivenes de los que nos dirigen, a dejarnos vencer por la tentación de dirigir a los demás: en el fondo hacer aquello que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.

A todas estas presiones invisibles que se atreven a cercarme no les hago caso. Por eso me he sobrepuesto y me he dicho: ¿Cómo es que hoy no te vas a levantar? Me he puesto en pie, he bajado a desayunar y después del café descubrí que ese era mi tema para hoy. No sé si esto ayuda. A mí sí.

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