tribuna

La última de García Márquez

Fernando Aramburu dice que, antes de darle al clic para bajarse de Amazon la última novela de García Márquez, decidió no hacerlo. Pensó en un partido de fútbol de viejas glorias, fofas y desvencijadas, que ya no corren por la banda con el brío que lo hacían. Sabía que la voluntad del autor era que no se publicara y supuso que sus razones tendría. En el fondo, lo que hizo fue respetar la decisión del mito que se dispone a no empañar su propio mito. Entiendo que, aparte de la calidad literaria, existe una curiosidad morbosa por conocer lo que escribió un autor famoso, sobre todo si se advierte de que el resultado no fue de su agrado. Ante esto, es lógico que surjan los oportunistas a escribir sus exégesis y los asesores de las editoriales se dispongan a hacer números para garantizar el negocio. En ese mundo, hay que estar a las verdes y a las maduras porque se tiran a la papelera verdaderas genialidades mientras hay birrias que se publicitan a bombo y platillo. Es un ambiente raro este, pero es el que hay. Yo haré como Aramburu y no la leeré. Ni siquiera me daré la oportunidad de decir, como Chiquito de la Calzada, que una mala tarde la tiene cualquiera. Cervantes escribió el Quijote, pero no toda su obra estaba a la misma altura. Me imagino que él mismo lo sabía, digan lo que digan los filólogos. Es necesario conocer lo que sufre un escritor para conseguir el medio perfecto en que expresarse y luego someterlo todo a la evaluación de un “experto”. Yo sé más de lo que escribo y del esfuerzo que me cuesta hacerlo que el editor que me suele abandonar en la página cinco. Por lo tanto, si decido que no merece la pena lo que he hecho no les voy a dar la opción a los demás para que digan lo que ya sé. La novela de García Márquez no se va a convertir en aceptable solo por el hecho de que acabe siendo un éxito de ventas. Eso es otra cosa, y nada tiene que ver con la literatura. El premio Nobel debía saber estas cosas y lo conveniente es que la hubiera destruido antes de correr el riesgo de someterla a los inevitables avatares del negocio. Y no vale eso de que las coplas del pueblo son. No es cierto, porque el pueblo siempre dispone de intérpretes, de albaceas y de intermediarios para mediatizar sus gustos y sus decisiones. No tengo ningún interés en leer ese libro. Haré lo mismo que Aramburu. A Aramburu también lo tengo aparcado porque no puedo con él. Seguiré pensando engañosamente que la escritura no es una competición donde se olfatea el éxito y el dinero como primer fin, que es una herramienta sublime de comunicación del hombre consigo mismo y con los demás, sobre todo consigo mismo. Menos mal que Mario Muchnik, editor de profesión, escribió un libro titulado Lo peor no son los autores.

Se me olvidó que te olvidé

Amnistía viene de amnesia, que significa olvidar. El problema es que no podemos olvidarnos de ella y, además, que unos olvidan y otros no. Hace unos días, se anunciaba que se había llegado a un acuerdo sin cambiar la ley que había sido rechazada por el Parlamento. Hoy se dice, desde un avión, que, después de negociarlo, se alterará el precepto. ¿En qué quedamos? Todo es mudable como ese vuelo que nos lleva constantemente de un lado a otro, del sí al no, del puede ser al de ninguna manera, del blanco al negro, todo ello dentro de los límites de la Constitución. La amnistía viene de amnesia, que significa olvidar, y esa es una cosa que no se negocia. Es como si los jueces se sentaran a discutir con los condenados el alcance de sus sentencias.
En 1978, hicimos ejercicio del olvido. Eso significaba borrón y cuenta nueva y la sociedad entera, salvo algunas minorías reticentes, estuvo de acuerdo en pasar página, en hacer borrón y cuenta nueva, inaugurando así una de las etapas más prósperas y democráticas que ha disfrutado el país. Pero esto no podía durar y los que decían haber olvidado empezaron a ejercitar su memoria para poner de nuevo en pie las causas de su desacuerdo. Había que tensionar para sacar partido del enfrentamiento, el único motivo de su razón ideológica.
Ahora, tenemos de nuevo la amnistía sobre la mesa. Una amnistía sin olvido, una amnistía negociada, una amnistía a interés de parte se mire desde donde se mire. Interés para quien la concede e interés para quien se beneficia de ella. Una amnistía que divide más que unifica, una amnistía que va y viene de los parlamentos bordeando las leyes, un camelo, en fin, que pretende estabilizar provocando una mayor desestabilización.
Ahora, se anuncia desde un vuelo a Brasil y a Chile, en la neutralidad de un espacio aéreo que no es de nadie. La amnistía viene de amnesia, que significa olvido. A veces, corre el riesgo de convertirse en reincidencia, como en la letra de ese bolero que dice: “Se me olvidó que te olvidé”.

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