tribuna

El eclipse de la inteligencia

Algunos de los debates agotadores y cortoplacistas que abarrotan la vida política de países furiosos como España actúan como árboles que no nos dejan ver el bosque. Pero, de pronto, un hito inesperado rompe esa dinámica y fija la vista en lo que importa.

Si el ataque iraní contra Israel desata una guerra desproporcionada en Oriente Próximo, con las potencias implicadas en cada bando, el turismo de Canarias, objeto de una manifestación el día 20 en las Islas para evaluar su impacto ambiental, será el primer termómetro de la seguridad y estabilidad en el mundo. Y viajar estará condicionado a ello. Acaso el sector esté a punto de enfrentarse a una nueva prueba de fuego.

La sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos favorable a una agrupación de mujeres jubiladas, con multitud de adhesiones, acaba de dar la campanada. Los magistrados condenan a Suiza por no preocuparse de recortar las emisiones de efecto invernadero que calientan el planeta. Las abuelas helvéticas temen morir por una ola de calor y venimos de climas desérticos, noches tórridas, veranos impostores en falsos inviernos y la cresta subtropical que padecemos estos días.

La manifestación del 20, que ha traído a colación la de las torretas de Unelco en Vilaflor, plantea reconsiderar el modelo turístico, que es junto al plátano un dogma de fe de nuestra economía. Apela al paisaje y el medio ambiente, como en 2002 cuando los parajes de pinos de Chasna inspiraron un logo ex profeso de Pepe Dámaso. Y como hacían en 2014 las manifestaciones masivas contra las prospecciones petrolíferas de Repsol. Aquellos embates en que las islas se encresparon como gallos de pelea.

En términos mediáticos, este retorno a la calle, una década después, ha sido tildado de turismofóbico, por más que los promotores lo desmienten. En la televisión y prensa británicas se habla de una “guerra de Canarias contra los británicos” (con animadversión nelsoniana) y se llama al “boicot a Tenerife”, fieles al juego sucio de nuestros competidores turísticos.

En 2006 todos fuimos testigos de un antes y un después, con el documental Una verdad incómoda de Al Gore (que ganó el Nobel de la Paz) sobre el calentamiento global. La ecología estaba mal vista institucionalmente en los años de la movilización por Vilaflor, cuatro años antes. Ahora, no. Y al presidente Clavijo se le llega a acusar de connivencia con los convocantes. El cambio climático ya ha bajado de la tribuna a ras de tierra. Nos estamos quemando en carne viva. Otra cosa es el negacionismo conservador.

Bastaría con volver la vista sobre las cosas que ya se han dicho. Repasar las filípicas del paisano que nunca se calló. Rememorar a Cesar Manrique: “Se trata de vivir contribuyendo a construir una alternativa limpia, inteligente, de calidad de vida. No debemos desfallecer, hay que seguir adelante, estar vigilantes y mantener viva la conciencia crítica. Se trata de hacer convivir la industria turística con la defensa del territorio y de la cultura propia. Y esa convivencia es posible, pero, sobre todo, necesaria, obligatoria para no vivir de espaldas al futuro.”

Las Islas gozan del privilegio de las horas de sol (y sufren los efectos de su radiación). Al igual que su energía es fuente de renovables, nadie, en su sano juicio, denostará las bondades del turismo de sol y playa contra décadas de hambruna, pobreza y atraso social. ¿Qué es lo que sucede, entonces, ahora? El turismo no debe morir de éxito, es nuestra clave de bóveda y pondría en peligro toda la arquitectura vital del archipiélago.

Hay tres cambios que nos marcan el paso: el climático, el demográfico y el geoestratégico (la bomba del Sahel). El turismo no es ajeno a los desastres naturales (si vienen huracanes, estamos advertidos), pero tampoco a los desplazamientos humanos por esta causa y por los conflictos que se cuecen en esa olla a presión. Este totum revolutum refleja el equilibrio frágil que somos.

No podemos desoír las tasas verdes de la aviación ni la ecotasa turística. Tampoco podemos ignorar nuestra capacidad de carga para establecer el número de visitantes y el cupo de urbanizaciones. Se nos ha acusado de ignorar nuestra condición volcánica. Que no se nos olvide nuestra condición turística, la gallina de los huevos de oro, que en un descuido vimos derrumbarse en la pandemia (el turismo cero); no erremos en los cálculos, no nos estalle ese volcán.

El turismo no es culpable de que este cuarto de siglo nos añada más de medio millón de habitantes nuevos. Nadie quiso poner el cascabel a ese gato, por renuencia a una ley de residentes y a violar la libre circulación de personas en Europa. El turismo no es el responsable de que desde la Gran Recesión (2008) apenas se construyan casas en Canarias mientras la burbuja poblacional ha seguido creciendo y cubriendo labores que la población local había abandonado.

Pero el turismo es nuestro motor económico. No podemos equivocarnos. Ningún otro sector en el horizonte crearía riqueza equivalente al 35% del PIB y el 40% del empleo. El talón de Aquiles de Canarias es multisectorial y el temor a la palabra colapso ha puesto a todos a buscar soluciones debajo de las piedras, a pensar en trenes, en guaguas innovadoras, en la rotonda del Padre Anchieta y el cierre del Anillo Insular; en más desaladoras e infraestructura eléctrica para evitar ceros energéticos… Acertar para los próximos 25 años en la justa presión sobre el territorio, como pedía Manrique: nos va la vida en ello.

A comienzos de siglo, Canarias aplicó una moratoria que no gustó a todo el mundo. Ahora estamos en las mismas, pero sabemos más. Los incendios de sexta generación y los récords de calor de 2023 y 2024 no dejan lugar a dudas. No es de recibo rechazar que el turismo canario deba repensarse en positivo, sería un acto de soberbia.

Las abuelas de Suiza me recuerdan a Jacques Cousteau en Tenerife, a instancias de la Unesco, hace 30 años estos días, para lograr la Declaración de La Laguna que dio oxígeno a su carta universal de los derechos humanos de las generaciones futuras sobre la conservación del planeta. Temen las abuelas que ellas mismas -ya no solo sus nietos- caigan víctimas de un golpe de calor.

El eclipse total de sol de esta semana, que oscureció el mundo hasta que la estrella dejó ver su brillo de diamantes, parece un fenómeno paradigmático. Homero escribió en La Odisea: “El sol ha sido borrado del cielo”. Los eclipses desataban profecías catastrofistas. Ahora no quisiéramos asistir, por ceguera, al eclipse de nuestra inteligencia.

TE PUEDE INTERESAR