superconfidencial

Qué curioso

Me está ocurriendo algo curioso: la calle no me entretiene. Ni la calle ni la gente que me encuentro por la calle. El confinamiento cambió mi vida y sufro una especie de agorafobia, espero que no grave, que debería tratarme, pero que no lo haré. Eso de perder el interés por todo es molesto, porque yo antes me entretenía con cualquier cosa y le sacaba el punto también a cualquier cosa. La agorafobia para el cronista de todos los días no es buena, porque pierdes interés por la gente y por las cosas y te conviertes en un eremita de balcón, sólo atento a la gente que pasa por la acera o que saca el dinero de los cajeros de La Caixa y discute con ellos, como si los cajeros tuvieran todos un señor o una señora dentro. Y no es así, porque los cajeros son mausoleos silenciosos que generalmente no hablan, si acaso responden con una lejana voz que te aconseja desde Barcelona o desde Valencia, si logras conectar con ella; voz que, a veces, no es humana sino de máquina automática. Si yo fuera o fuese autoridad, prohibiría que las máquinas hablaran, por deshumanizadas, y establecería, por el BOE, que detrás de los cajeros y teléfonos de abonados se situaran personas de verdad, con piernas y cerebro. Todo sería mucho más cómodo y no digo nada para los viejos. Sin embargo, el otro día logré que me dieran hora para renovar el pasaporte y alguien se pone al teléfono cuando se me caduca la receta de la Seguridad Social, lo que agradezco infinito. Cuando la Administración responde, parece que uno está en Luxemburgo o en Suecia y lo agradece mucho, porque en la España negra no se estila el servicio al público. Ya ven, sin salir a la calle encuentro cosas que contarles.

TE PUEDE INTERESAR