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Un muchacho de 16 años llegó a La Restinga con las manos atadas a la proa de un cayuco

Todo apunta a que Mohamed fue reducido por sus delirios al beber agua salada y poner en peligro a sus 62 compañeros
Un muchacho de 16 años llegó a La Restinga con las manos atadas a la proa de un cayuco

Pese a que la crisis humanitaria que ha convertido las aguas cercanas a Canarias en una suerte de fosa común ha resultado especialmente intensa tanto en la primera década de este siglo como en la actual, lo cierto es que no se conoce precedente de lo sucedido el pasado día 3, cuando los servicios de emergencias que atienden a los migrantes llegados al puerto de La Restinga (El Hierro) detectaron que Mohamed, de 16 años, llegó a tierra firme atado de manos a la proa del cayuco, tal y como desvelan para Efe José María Rodríguez y Gelmert Finol en un impactante reportaje.


“De entre los trece menores que se bajaron del cayuco, todas las asistencias se fijaron de inmediato en Mohamed: fue de los últimos en desembarcar, no era el más pequeño ni se encontraba especialmente mal, solo le costaba caminar, como a todos… pero ¿por qué llevaba las manos atadas?”, relatan Rodríguez y Finol sobre el cayuco que, con 63 varones a bordo, enfiló por sus propios medios la bocana del puerto más meridional de Canarias a primera hora de la tarde de dicha jornada.


Aunque “sus ocupantes llegaron a tierra en aparente buen estado y fue una asistencia relativamente sencilla y tranquila para los equipos de emergencia (…), tanto los sanitarios y los voluntarios de Cruz Roja, como los policías asignados al muelle, presenciaron algo que ninguno había visto en todo este tiempo: cuando casi todos los ocupantes estaban ya en tierra, del cajón de proa salió un muchacho maniatado y con el cuerpo entumecido. (…) Era Mohamed, un chico de 16 años procedente de Mali, que no quiso dar muchas explicaciones en ese momento de lo que había pasado en la travesía.


“Hubo problemas”, fue lo único que le sacaron pocos después en el centro de atención de San Andrés voluntarios de la Iglesia que se acercaron a él, extrañados por las marcas de ataduras que aún conservaba en sus muñecas, confirman en la parroquia de El Pinar.
La clave radica en las dificultades que sufrieron estos supervivientes de la ruta atlántica, cuya alta mortalidad hace años que reconoce Naciones Unidas, desde que zarparon desde Mauritania hasta que, por suerte, lograron tocar puerto seguro en El Hierro, pese a que, en esos días, predominó el fuerte viento y un intenso oleaje. “Según han contado varios de sus compañeros de travesía, bebió agua de mar, se deshidrató y comenzó a delirar. Por eso lo ataron (…). Es un proceso físico. Si la deshidratación avanza, las neuronas mueren y esa persona sufre delirios, puede que convulsione. A veces, algunos saltan por la borda creyendo que tienen la costa cerca o que podrán nadar hasta un barco lejano en el horizonte. Según el relato, en situaciones tan extremas “se descontrolan y representan un peligro para la estabilidad del bote”.

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