Yuana estaba en su país, Francia, cuando vio un programa en la tele sobre un centro en Grecia que organizaba un curso de permacultura y decidió hacerlo. Le removió el corazón porque cree que es lo que puede salvar a la humanidad de todos sus problemas. “Es la solución para todo”, sostiene. A partir de ahí fue sumando más hasta que llegó como voluntaria a la Finca El Mato Tinto, en Tacoronte, donde aprende siempre algo nuevo y está “cada día más felíz”.
Acude una vez a la semana y allí comparte momentos, comidas, intercambia semillas y experiencias. No es la única. Alejandro, Daniela y Jimmi son estudiantes de Ciencias Ambientales y Geografía que han decidido hacer allí sus prácticas porque les gusta el trabajo con la tierra.
Pero también hay más personas que han decidido sumarse a un proyecto que lleva 28 años y cuya principal filosofía es crear vida respetando la naturaleza, imitando el funcionamiento de los ecosistemas, gestionando sus propios recursos, e integrando a las personas.
Javier Reyes Barroso y Dácil Mazuelas Repetto son quienes están al frente de esta iniciativa. El primero nació allí. Era la finca en la que trabajaba con su padre y cuando éste falleció decidió gestionarla pero de otra manera. Hizo un curso de permacultura que para él fue “como una esponja”. Lo atrapó hasta el punto que se formó como diseñador de permacultura, creó la Asociación para el Desarrollo de la Permacultura (ADP), y empezó a aplicar este sistema de diseño agrícola en el ámbito social, en concreto, con personas con problemas de salud mental. Los resultados han sido exitosos y en 2019 se convirtió en un referente gracias a un programa Erasmus+.

Dácil se sumó unos años más tarde. Curiosamente, mientras abordaba el tema de la discapacidad en cursos de monitor deportivo y ambiental conoció a Javier, que empezaba su proyecto con este colectivo, con una filosofía de vida bastante coherente, así que no lo dudó. Coincidió con un momento en el que se planteó un cambio de vida y una apuesta por la naturaleza. “Le pedí tanto a la vida o lo pedí tan bien, que me llegó”, bromea.
Ambos han hecho de la Finca El Mato Tinto -el nombre que le había dado el abuelo de Javier- un verdadero oasis de vida. Porque en realidad, eso es la permacultura, crear vida, y solo basta recorrer los 10.000 metros cuadros para comprobarlo.
“La permacultura es observar cómo funcionan los patrones de un sistema natural y aplicarlos en el huerto, es decir, crear un ecosistema, un equilibrio”, explica Dácil. En su huerto conviven caracoles, babosas, lagartas, arañas, hormigas, perenquenes, pulgones, ranas, y al mismo tiempo, los depredadores de todos ellos.
Lo mismo pasa con las plantas. Ellos denominan jardines comestibles a cada una de las parcelas de cultivo en las que se juntan verduras, hortalizas y plantas aromáticas. Así, acelgas, coliflores, distintos tipos de lechugas, caléndulas, beterradas, hierbabuena, zanahorias, puerros, perejil y coles comparten un mismo cantero junto con algunas flores, que además de limpiar los nematodos (parásitos que se desarrollan en el suelo y que afectan a las plantas) son comestibles. De esta manera, crean sistemas naturales con buen suelo y durante todo el año cultivan en el mismo espacio, incluso variedades que compiten entre sí. “Las plantas se pelean entre ellas por la comida, pero si hay suficiente, pueden convivir”, explica Javier.

Utilizan la piedra para delimitar los canteros porque es acumuladora de calor, y además de microclimas, crea vida debajo. Las plagas tampoco se eliminan para no romper el equilibrio natural de la tierra.
Javier asegura que el suelo “es el gran olvidado de la agricultura”, pese a que es “el sistema inmunológico” de las plantas. Por lo tanto, si se crea un buen suelo, la planta siempre estará sana y será más fuerte y resiliente. “Lo mismo pasa con el ser humano”, sostiene.
“Puedes ver alguna verdura de hoja comida pero es insignificante para todo lo que nace. Si hay alguna enferma, se descompone en tierra, ya que el compost se elabora en superficie, como lo hace la misma naturaleza. Plantas, riegas y recolectas”, insiste Dácil. No hay secreto.
Durante los últimos 28 años no ha entrado un tractor en la finca, no se ha arado y tampoco se han utilizado productos para fertilizarlo. Lo hacen con residuos que transforman en recursos, como borras de café, plantas enfermas, o algas que las mareas acumulan en la orilla de las playas cercanas y ellos emplean para nutrir y acolchar el suelo. De esta manera, también se origina un sistema de sombras que mantiene la humedad y además, permite ahorrar agua.
Este valioso recurso tiene una nueva vida en El Mato Tinto, que cuenta con una red propia para gestionarlo, incluidas las aguas grises, es decir, las provenientes del orín de los baños, del lavado de la loza y la lavadora. Así, toda el agua que se utiliza o cae en la finca es recogida, bien por surcos a nivel en las huertas, o por tanquillas en el camino que son desviadas y pasan al estanque estratégico situado debajo del vivero. Allí se filtra con plantas acuáticas, que se comen las bacterias, picón, cañas y piedras, para destinarla al riego.
El baño tiene dos váteres separados, uno para el orín y otro para las heces, a las que se les echa compost, cenizas, o borras de café para descomponerlas. Llama la atención que no hay olores de ningún tipo. “Un indicativo de la higiene es que si hubiese algún problema, habría moscas”, apunta Dácil.

Los animales también tienen su protagonismo. A excepción de los curieles recién nacidos, el resto -patos, orcas, pavos reales, carneros y cabras- cohabitan en el mismo espacio sin conflictos. Castaña, Tomillo, La Mora, Berenjena y Romerito, son algunos de sus nombres, que fueron puestos por los voluntarios y voluntarias que colaboran. “Son muy mansos y las personas con problemas de salud mental se conectan muy bien con ellos”, recalca Javier.
Sus ingresos de la asociación se obtienen de los cursos y talleres que organizan, de la venta de compost o abono que fabrican, del alquiler del aula bioclimática que ellos mismos han construido, y de las cajas de verduras y frutas que cada semana entregan a sus “colaboradores o socios”, que son quienes contribuyen a sostener un modelo de vida que se enriquece día a día, como los hombres y las mujeres que forman parte del mismo.
Un aula bioclimática construida con barro y elementos nobles
El aula fue diseñada en base a la bioconstrucción, dado que está hecha con barro y productos nobles como la madera, áridos, elementos reciclados y aislante natural; y ser bioclimática, porque ahorra energía y se adapta a la temperatura, tanto en invierno como en verano. Está orientada al sur para que en invierno entre suficiente sol y por eso los cristales están en esta misma dirección, mientras que los muros más gruesos están hacia el norte.