tribuna

El tinerfeño que salvó la vida al primer rey Borbón

Por Belarmino Peña. No ha existido un militar nacido en Tenerife que haya alcanzado los galones que obtuvo el teniente general de los Reales Ejércitos don Antonio Benavides (La Matanza de Acentejo, 08.12.1678-Santa Cruz de Tenerife, 09.01.1763). Además, con el añadido de que, en aquellos tiempos, los méritos de guerra eran los que predominaban en los ascensos militares.
En sus 83 años de existencia, tuvo tiempo para vivir unas experiencias más propias de una novela de ficción que de la realidad. Pero eran otros tiempos, en los que el Imperio Español era el más poderoso sobre la faz de la Tierra. Tras formarse militarmente en La Habana, regresa a Europa para combatir primero en Flandes y, luego, en la conocida como Guerra de Sucesión (1701-1713), un conflicto inicialmente civil que terminó por convertirse en mundial.
En la decisiva batalla de Villaviciosa (10.12.1710), salvó la vida al primer rey Borbón, Felipe V. Cayó gravemente herido el tinerfeño cuando cambió su montura al rey y recibió los cañonazos que las tropas austarcistas dirigían hacia la posición del monarca. El propio rey ordenó que se le buscara vivo o muerto. Milagrosamente, se logró recuperar, ganando el favor regio hasta el punto de que el monarca empezó a dirigirse a él en público como “padre” y a integrarlo en su guardia de corps.
Los favores reales le granjearon a Benavides la enemistad de muchos cortesanos y decide alejarse de las intrigas palaciegas. Tras una estancia en Tenerife, el rey lo envía a América, donde continúa su epopeya. Primero es enviado como gobernador y capitán general a La Florida, territorios que actualmente abarcan tres estados de los EE.UU. Tras pacificar la región con acuerdos incruentos con las naciones indias, se le encomienda la defensa de la importantísima Veracruz, con los mismos grados. El puerto de Veracruz era, junto con Cartagena de Indias y Portobelo, uno de los tres principales desde los que partía la Flota de Indias, con lo que se trataba de un encargo de primer orden.
Cuando, ya con Fernando VI como monarca, estalla la Guerra del Asiento contra Inglaterra (1739-1748), el tinerfeño defiende por mar las costas desde Tabasco hasta Honduras, con el grado de teniente general. Aquella guerra fue más conocida por la espectacular defensa de Blas de Lezo de Cartagena de Indias, opacando cualquier otra hazaña de sus coetáneos.
De regreso a España, llega absolutamente pobre un hombre que, movido por sus sentimientos católicos de piedad y no teniendo descendencia, había destinado la mayor parte de su fortuna a los más necesitados. Donó el resto de su patrimonio para rehacer el santacrucero hospital de Los Desamparados, actual sede del Museo de Naturaleza y Arqueología. Fue enterrado de la forma más humilde posible, en la entrada de la iglesia de La Concepción de Santa Cruz de Tenerife.
Viendo el panorama político actual español, con una sociedad moralmente decadente y una clase dirigente que cumple plenamente con el sistema de gobierno desviado que definió Polibio como ocloracia, o degeneración de la democracia, es un buen momento para volver la vista atrás y buscar algún tiempo pasado más aseado, donde pueda reconfortarnos descubrir por los libros que se pueden tener referentes históricos que encarnan todos los valores de su época: sacrificio, honradez, decencia, vivir conforme a la recta moral que se inculca desde pequeño, vocación de servicio público e intachable cumplimiento del deber. A ver quién, al menos, lo logra igualar.

*Abogado e historiador

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