Pese a su juventud, Eduardo Vera es ya un prestigioso psiquiatra orotavense que trata a sus pacientes en su consulta de Santa Cruz, que comparte lo de “Más Platón y menos prozac”, que resalta el profundo carácter humanista de su actividad, que remarca la importancia de la empatía y la expresión para evitar suicidios y que, aunque colabora con las administraciones públicas y tiende al optimismo, avisa del empeoramiento de la salud mental en Canarias y en todo el mundo. Además, espera que el reconocimiento que han ido ganando los psicólogos y psiquiatras tras la pandemia del Covid no sea una moda pasajera una vez se consuma el “rédito político”. Conversar con él, y en coherencia con estos principios, es una placentero ejercicio de mayéutica socrática sin desperdicio en cada segundo, como si, pese a las nuevas técnicas, los avances sanitarios, la medicación o las simples y constantes metáforas de resignificación, no hubiesen pasado 25 siglos.
-Como experto en salud mental, ¿cree que empiezan a ser reconocidos, han “salido del armario” con este creciente interés o queda mucho camino?
“Es curioso porque, aunque no tuve oportunidad hoy en las jornadas del Cabildo por el Día Mundial de la Salud Mental, ayer (la entrevista es el martes 10) escribí un manifiesto sobre nuestras reivindicaciones como profesionales, sobre cómo el estigma de nuestros pacientes nos salpica también… Todo el mundo hablaba de loqueros…”.
-¿Siguen teniendo mala fama o, tras la famosa intervención de Errejón en el Congreso, cambió algo la percepción?
“El cambio ha sido la oportunidad que ha permitido la lamentable crisis del covid porque uno de los factores fundamentales para el desarrollo de trastornos mentales, como es el estrés mantenido en el tiempo, ha producido una avalancha de ansiedad y depresión en la que todos, o la mayor parte de las personas, han tenido que salir del armario y decir: oye, no me encuentro bien. Las cifras de suicidios se han disparado…”.
Pero es algo global…
“Sí, pero esas cifras han aumentado mucho en los últimos cinco años y tenemos retos importantes, como las tecnologías y cómo repercuten en los circuitos cerebrales y en nuestra forma de pensar. Está la cultura del éxito, de la satisfacción inmediata, de baja tolerancia a la frustración, de éxito absoluto, de comparación física y envidia al otro en vez de aceptación de las cosas buenas que uno tiene…”.
-Ergo, ¿se sienten más reconocidos, se les tiene más en cuento en las medidas y leyes que hace 5, 10, 20 años precisamente por ese contraste, por ese aumento de la ansiedad, la depresión…?
“Ese mayor reconocimiento a la profesión, claro, viene aparejado a esto, pero tengo mucho miedo a que se use la salud mental como una moda pasajera en la que se nos utilice para decir que sí, que tienen personas que se ocupan de esto, y, cuando pase un poco esta tendencia y se le haya sacado suficiente rédito político, se nos olvide, cuando somos sanitarios que arriesgamos nuestra propia salud mental para ayudar a otras personas que sufren”.
-¿Ha tratado a muchos psicólogos y psiquiatras que han necesitado ayuda?
“Por supuesto. A veces, y no quiero poner algo tan gráfico como un cubo para vomitar, pero somos un contenedor de negatividad de la gente y debemos tener nosotros esperanza en nuestro trabajo para poder creer en ello y darle confianza de futuro a otras personas con situaciones muy duras”.
-¿Conoce de cerca casos de psiquiatras o psicólogos célebres que, sin embargo, han llegado a un bloqueo y no saben aplicarse su sapiencia y experiencia, los mecanismos que usan para ayudar a otros, por la mayor de las impotencias?
Sí, es algo complicado. A pesar de los conocimientos técnicos, el motor principal que hace funcionar la mayoría de terapias psicológicas, aparte de la innovación y los nuevos tratamientos, es la vinculación terapéutica con un otro, que te da un significado distinto de lo que estás sintiendo a través de su empatía. Como profesional, puedes cuidarte y hacer una cultura de la prevención en salud mental, pero, curiosamente y aunque todos tenemos válvulas de escape para sobrellevar la negatividad y estrés que tengo en mi consulta a diario, no podemos ser terapeutas de nosotros mismos si estamos en una crisis o en un episodio de trastorno mental grave”.
-¿Se ha visto desbordado?
“En mi formación, estaba indicado en terapias familiar y grupal ser un igual con los pacientes que abordabas. No está bien que el terapeuta se desahogue en el paciente pero sí está muy bien que, si se siente removido por algo y cree que puede aportar algo a la terapia, sea transparente sobre ello. No tengo problema en admitir que, aunque a veces lo haga de forma instrumental y como tengo muchos amigos psiquiatras, me siento con ellos, les pregunto cómo ven ciertas cosas, les hablo de cómo estoy… La psicoterapia moderna, en el fondo, viene de los discursos socráticos sobre el sentido de la vida…”.
-La mayéutica…
“Sí, claro. Lo interesante de nuestra profesión es que engloba el ser humano como un todo, en el que influye la genética, la cultura, las expectativas de vida, las vivencias personales y, claro, aunque no somos los médicos del cerebro, pues para eso están los neurólogos, sí somos eso que dicen de los médicos del alma y es muy interesante porque creo que somos los más humanistas por ver al humano como un todo”.
-¿Le ha reconocido a un paciente que no puede ayudarle?
“Cuando eres empático y humilde, qué bueno que existan los equipos de salud mental para saber que no estás cuidando bien a alguien, pero soy capaz de indicárselo de forma asertiva y derivarlo a un compañero que le pueda resolver su problema. Ese es el sentido de crear redes de salud mental; es decir, no somos infalibles, nuestra principal herramienta es la empatía, la escucha activa y la capacidad de ponernos en el lugar del otro sin que nos contamine para no caer en la negatividad y no enfermar, pero sí es muy interesante saber que cuentas con compañeros y equipos para derivar”.
-Septiembre de 2024, ¿cómo está Canarias en salud mental?
“Está peor, aunque suelo ser optimista. Lo mejor que nos puede pasar es que todos los planes de prevención pasen por un criterio técnico, que no haya una justificación técnica de un deseo político. Por suerte, los políticos que me han pedido planes de salud confían en mi experiencia y me solicitan que les diga lo que se necesita para que esto funcione”.
-¿Qué políticos? Hubo muchos cambios en 2023: ¿estamos mejor, peor…?
“Antes, estuve más vinculado a ayuntamientos y a proyectos voluntarios y solidarios en los que, más bien, predicaba en el desierto como presidente de la asociación dando charlas gratuitas en institutos, centros ciudadanos… El cambio ha consistido en que se ha creado una consejería de Educación para la prevención y se puede hacer una estructura, un modelo, un sentido, una dirección en la parte de prevención y, así, todo puede tener coherencia. Es lo que ha funcionado en otros países y es lo que hay que hacer ante esa crisis de ansiedad, ese aumento de suicidios en Canarias, pues somos desde hace años la tercera comunidad por población”.
-¿A qué achaca eso en un supuesto paraíso, con este clima…?
“Hay varios problemas, como que la prevención se ha olvidado…”
-¿En atención primaria, por ejemplo…?
“Claro, se atendía con muy poco tiempo y, aunque se critica mucho la medicación a estos pacientes, se debe a que no se puede ver a estas personas 7 minutos, aunque los veas muchas veces a la semana, escuchando su historia como si fuera una serie de Netflix, en episodios. La implicación que le podías dar a los casos no es la adecuada y, aunque hay mucha polémica con eso de que somos la sociedad con más ansiolíticos y antidepresivos, el problema es saber la alternativa, cuál era, pues la gente viene realmente mal y por factores socioeconómicos…”.
-Porque no puede costearse un psicólogo…
“Claro…”.
-¿Y eso ha ido corrigiéndose, hay cambio en la visión política?
“Lo hay porque existen ayudas europeas para ampliar plantillas, crear proyectos innovadores, nuevas tecnologías, unidades de depresión resistente, prevención a escala escolar…”.
-Sin embargo, y por ejemplo, las consultas con los psiquiatras comarcales en la red pública, salvo que sean urgencias, tardan meses, a veces 3, 4, 6… ¿Esto hay que reducirlo sí o sí?
“Sí, lo ideal es ver a un paciente una vez al mes o mes y medio, sobre todo los graves. Pero, en Canarias, tenemos un problema de captación de profesionales porque la crisis de salud mental es mundial y hay sitios en los que se ofertan mejores condiciones…”.
-No se está luchando bien contra esa emigración laboral…
“Sí, es necesario estabilizar más a los profesionales que tenemos aquí, darles más garantías e, incluso, abogo por lo que he hecho yo, que es captar a profesionales en la Península a través de anuncios para el hospital de La Palma, para los dos de Tenerife, el de Fuerteventura…”.
-Es que, si cada vez está Canarias peor y tenemos menos profesionales, ¿nos encaminamos a encabezar esa lista de suicidios y otros índices?
“Temo que no lleguemos a dar las condiciones adecuadas de la parte asistencial para los casos graves. No obstante, siempre soy positivo y tengo bastante esperanzas en que esto salga bien porque una de las técnicas que mejor funcionan para el tratamiento, y esto lo han hecho los propios argentinos, son los programas ciudadanos y escolares de terapias grupales que permiten afrontar a mucha población y son altamente eficaces por esos factores terapéuticos comunes: la empatía, poder expresar emocionalmente lo que te pasa, ver reflejado un caso similar al tuyo que está mejor… Una de las medidas a escala estatal ideal, arriesgada pero que me parece muy lógica, es declarar zonas de alto riesgo en salud mental por falta de profesionales para crear incentivos para ellos”.
-Habla de Canarias en general, pero ¿hay diferencias entre islas o comarcas?
“Se dan situaciones diferentes e interesantes. Por población, la isla con más afección en salud mental es Gran Canaria, pero las tasas son bastantes similares entre todas las islas porque los déficits y causas son comunes…”.
-¿Y no es paradójico: en este supuesto paraíso, con una población más joven pese a que hay islas y zonas que no, nuestro clima…? ¿A qué lo achaca, hay diferencias por comarcas, lo de la Panza de Burro frente al mayor sol del Sur?
“Lo del clima influye muchísimo, aunque aquí tenemos trópico climas, pero hay puntos calientes, como en ciertos pueblos de La Palma, en los que la incidencia del suicidio es impresionante por acceso a métodos de alta letalidad, soledad no deseada… Hay factores clínicos y sociales para desarrollar una conducta suicida y varias líneas teóricas sobre qué la produce: un trastorno mental, que justifica el 85 o 90% de los suicidios, o algo que nos lleva a ese trastorno, a la desesperanza y a ver que, haga lo que haga, no voy a poder solucionar nada, no hay futuro y llegamos al aislamiento prolongado, que, paradójicamente, se está dando con las redes llamadas sociales que, en realidad, son interacciones humanas no reales que producen la famosa soledad no deseada”.
-No obstante, se ha producido un cambio radical: tras muchas décadas diciendo, desde la Sociología, el Periodismo y otras ramas, que no se debía hablar de suicidios porque se producía un efecto de imitación, ahora, casi de golpe, se pasó al otro extremo: ¿se puede confiar en teorías o expertos que cambian así?
“Afortunadamente, hay ciencia detrás que nos indica que el famoso efecto Werther explica que el aumento de los suicidios se daba por una copia del método, ya que, si es de alta letalidad, la probabilidad de consumar el suicidio es mucho mayor. En el caso de esta novela, era un disparo en la sien, del que no hay forma de sobrevivir, pero la ética periodística moderna ha demostrado que hablar del suicidio y del método es un error si no se vincula, como se hace en EE.UU. desde hace muchos años, a campañas de prevención y a indagar en los casos haciendo una autopsia sobre los factores de riesgo y lo que le estaba pasando a esa persona para llegar a ese punto, si eran motivos psicológicos, familiares, una depresión resistente que no mejoraba con el tratamiento…”.
-¿Cuáles son las claves más repetidas, los factores más comunes para llegar a ese punto, conseguirlo o, al menos, intentarlo?
“El factor principal es la desesperanza y la mayor parte de las personas desesperanzadas sufren depresiones resistentes. Están también las endógenas, con carga genética que debutan por drogas y el estrés crónico, no el sano, evolutivo y que gratifica o genera euforia, sino mantenido y continuo, que es como si regaras la depresión futura”.
-¿Hasta qué punto pesa la carga genética; no es más importante la socialización y entorno?
“La carga genética pesa, pero, lógicamente, es mucho más importante la socialización, el estrés psicosocial al que estamos expuestos, de forma que hay gente que no tiene una mayor propensión, un umbral más amplio, una gran tendencia a sufrir depresión porque no le pasó a ningún familiar ni suicidios en la familia, pero tiene un estrés tan elevado que puede derrumbarse psicológicamente porque la vida no tiene sentido, se genera una desesperanza sin necesidad de tener una depresión. El otro día, un paciente me dijo que sus padres se conocieron por un ingreso psiquiátrico porque ambos tenían una depresión resistente al tratamiento y que fue tratada con terapia electrocumpulsiva porque no mejoraban con nada; él había estudiado sus patologías, tuvo una buena crianza, pero, con solo 15 años, sufrió su primer episodio depresivo grave solo con el cambio hormonal, alguien muy leído. Esto choca con casos de gente que ha sido maltratada en su infancia, que han sufrido abusos…”.
-¿Eso estalla con un efecto retardado; en realidad, la depresión siempre estuvo ahí?
“Hay formas y formas de deprimirse: están las depresiones reactivas, que son respuestas desadaptativas a un estrés mantenido y, al ver que todo te va mal, creas una indefensión aprendida, que tiene menos componente endógeno o genético y se ha demostrado que son las que van mejor con psicoterapia, pues se trata más de factores psicológicos, puros y duros, aunque hay diferencias en los síntomas. La famosa curva de cortisol en una depresión endógena es similar pero más elevada respecto a una persona sana y no reacciona adecuadamente a la prueba médica de dar un corticoide externo: si se lo doy a alguien sano, el corticoide interno baja, pero, si lo hago con alguien con depresión endógena y con el cortisol disparado, no reaccionan ni las señales externas; es como si el hipotálamo, la base filogenética que determinan las respuestas de lucha-huida se hubiera quedado en bucle y produciendo un cortisol por encima de lo habitual, y esto produce síntomas distintos a los de las depresiones reactivas o psicológicas. Por ejemplo, lo que se llama el insomnio despertar precoz hace que los pacientes con depresión endógena siempre estén peor por la mañana por esa curva de cortisol, que es la que prepara a un sujeto normal para despertarse, y presentan una mayor angustia, tendencia a una crisis de ansiedad, insomnio… y, sin embargo, durante el día va mejorando. Por el contrario, en las psicológicas o reactivas suele estar mejor por la mañana y, conforme ve que no puede resolver las cuestiones diarias, se va abrumando y está peor por la noche”.
-¿Cuáles son los factores clave para evitar un suicidio, qué teclas tocan los especialistas?
“El suicidio es una conducta que resulta por varios factores y, por tanto, hay que tocar todos. Es muy importante evitar la soledad, que la persona se exprese, pueda desahogarse y crear comunidades de soporte y ayuda. También educar en contra del estigma en las escuelas, favorecer la eliminación del tabú en los trastornos mentales para que la gente sea capaz de pedir ayuda… A escala social, contrarrestar esa cultura del éxito…”.
-Habla de estigmas, pero, pese a que se ha mejorada, sigue habiendo muchos al pedir una baja laboral por depresión y gente, incluso compañeros, que creen que, en realidad, es una excusa, un cuento, algo exagerado o insuficiente para no trabajar… ¿No ha contribuido esto a que muchos estén ahora peor?
“Sí, de hecho, es el clásico caso de estigma porque es verdad que yo mismo he tenido pacientes que me dicen que vienen para que les haga un informe para fastidiar a su jefe porque les está haciendo la vida imposible; igual tienen un protocolo antiacoso en la empresa, pero prefieren cogerse la baja por depresión aunque yo y esa persona sabemos que no la tiene. Y, por otro lado, he tenido en este despacho a gente con ideas suicidas que quería seguir trabajando. Lo que está claro es que la depresión existe y, bueno, vamos a darle el beneficio de la duda. No se puede estigmatizar a alguien porque haya cogido una baja por depresión porque directamente puede afectar a su función cognitiva, su capacidad para tener iniciativa, rompe sus relaciones sociales, le aísla del mundo, le hace tener visión pesimista del futuro, visión en túnel… Es decir, se trata de un cuadro dolorosísimo. Es lamentable que tenga que decirlo, aunque ahora parece más fácil porque la gente la ha sufrido doblemente en la pandemia, pero la depresión existe”:
-¿Cuándo tiene que intervenir un familiar o amigo, al menor síntoma?
“Creo que, si creamos una cultura de la compasión, no en el sentido cristiano, sino budista, que ahora está muy de moda, basada en la empatía, pues la gente ya no le pregunta al otro cómo está, que qué tal todo…”.
-En la era de la comunicación, de las redes…
“Exacto, parece que la gente ya no te aguanta una historia de más de 45 segundos y tira enseguida de ese bah, no me cuentes tu vida…”.
-No obstante, insisto: ¿hay que intervenir enseguida, desde que se nota un síntoma depresivo en alguien cercano?
“En realidad, no se llega a intervenir si alguien se expresa emocionalmente. Todo el estrés psicosocial que genera los trastornos mentales se acumula porque uno no tiene capacidad para gestionarlo y poder soltarlo. ¿Cómo hago yo para soltar la negatividad de la consulta? Pues descomprimir, llego a casa y me quedo en silencio, a veces medito, a veces me quedo tranquilo o voy con mi grupo de música y tocamos heavy metal que me permite desahogarme, a veces escribo e intento expresarme… Es una forma de canalizar las emociones para no quedarme atrapado en el estrés psicosocial que me puede hacer vulnerable y sufrir un trastorno mental”.
-En 10, 20 años, ¿cómo ve la salud mental en Canarias, España, el mundo…?
“La salud mental tiene un campo de desarrollo impresionante y lo único que hace falta es dar la batuta a los que realmente saben manejarla. Respecto a la población, todo dependerá de lo que se haga hoy: hay nuevas tecnologías y tratamientos para mejorar la salud mental de las depresiones resistentes, aunque tenemos el problema de las nuevas tecnologías y cómo están afectando a nuestro cerebro…”.
-¿Está muy preocupado con los jóvenes?
“Sí, mucho, muy, muy preocupado. Los suicidios en la población infanto-juvenil han aumentado un 33% y gran parte depende del manejo de las tecnologías. Hay pibes que tienen dificultad, simplemente, para comprender un texto porque lo audiovisual da todo masticado, todo es rápido, inmediato, breve e intenso. Y cuando ya estás atrapado en una red social que lo que busca es captar tu atención una y otra vez, puedes tener depresión por el sistema de recompensa, porque necesitas la novedad. Yo mismo me sorprendo cuando, por ejemplo en un ascensor relajado y sin tener nada que hacer, miro una red social para ver qué hay nuevo; imagínate los pibes con su mente en desarrollo entre los 12 y 16 años, que es cuando empiezan a cristalizar los rasgos de la personalidad y cómo los circuitos cerebrales de la capacidad de atención y la tolerancia a la frustración se ven condicionados por esas señales continuas de las tecnologías. Tarde o temprano, tendremos que meternos en esto para solucionarlo ante el futuro.
-Un tópico, pero ¿qué le dice a los que no creen en la Psicología y tampoco en la Psiquiatría, pese a que haya química y medicación de por medio… a los que, resumiendo, le puedan espetar eso de más Platón y menos prozac?
“Pues… Eehhhh… Que estoy de acuerdo con ellos, porque la Psicología y Psiquiatría no son más que un desarrollo de la Filosofía, hacia la reflexión, la trascendentalidad y el existencialismo; hacia la escucha y el diálogo para sacar unas conclusiones que nos lleven a vivir mejor.
-¿Y no se contrapone a lo de medicar…?
“No, porque una parte interesante del psiquiatra es que no es solo médico, sino terapeuta, en el que lo técnico y lo humano son conciliables. La gente puede creer o no en la Psicología y la Psiquiatría, pero existimos; es decir, si no quieres ser abordado por un psicólogo o psiquiatra, quizás porque, en el fondo, les tienes estigma, que sepas que, si cambias la cultura y puedes hablar sobre los problemas que tienes, puede que te escuchen empáticamente y te entiendan. Si esto pasara, quizás no necesitaríamos psicólogos y psiquiatras, pero, lamentablemente, hay cuadros más generativos que sí deben ser abordados con medicación. Siempre digo que hay que explicar el para qué, cuándo y para quién de los medicamentos.
-¿Cualquiera de la calle puede ser buen psicólogo, en el sentido de esa empatía?
“La herramienta principal para ser buen terapeuta en general, y meto aquí a enfermeros de salud mental y trabajadores sociales pues estamos todos en un equipo, es esa, la empatía. También hay psiquiatras sin empatía que utilizan más la relación terapéutica para castigar desde una jerarquía superior y el poder, lo que es malo y perverso. Sí, todos somos potenciales promotores de salud mental, todo el que tenga una escucha reflexiva, una segunda respuesta, puede ayudar a que ese estrés psicosocial no salga hacia una depresión reactiva o evite que se vaya llenando ese vaso de las endógenas, que luego se hacen químicas, casi neurológicas.
¿Se puede “curar” el sentimiento de culpa de los familiares o amigos de un suicida?
Eduardo Vera habla con la mirada iluminada, pero no por divinismo, sino por pura pasión por ahondar en la mente, en lo que nos perturba y en cómo ayudar a la gente. Preguntado precisamente por si los familiares o amigos de personas que han consumado el suicidio tienen posibilidad de curar esa grieta, ese agujero enorme previsto o repentino, como un golpe brutal e inasumible de hiper realidad oscura, asegura que, “más que curar, minimizar o eliminar, se puede integrar en la vida de esos familiares o amigos porque ellos no son responsables de esa muerte, pero sí es verdad que es de las cosas más dolorosas que te pueden pasar: el fallecimiento inesperado de un familiar por un acto que todos creemos que, de haber estado más atentos, pudimos haber impedido. Lo que me da mucha pena son los suicidios impulsivos, aunque no son la mayoría y hay muchos intentos frustrados. El intento o el suicidio consumado comunican algo, más que por morir, por querer parar el sufrimiento y hay gente que es más o menos consciente y hace tentativas de baja letalidad para decir oye, ayúdenme, no necesariamente para llamar la atención. En estos casos, los profesionales tomamos medidas para que no condicionen o hagan chantajes a los familiares. Hay gente que es tan dependiente en lo emocional que la preocupación de alguien la vive como un afecto hacia él”.