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El gran aluvión de 1826: la tormenta más devastadora

Revelan que, este tipo de eventos climáticos extremos como el Delta del año 2005, no son imposibles en Canarias

El 7 y 8 de noviembre de 1826, el Archipiélago Canario fue azotado por uno de los eventos climáticos más devastadores de su historia: un temporal con características ciclónicas. En los libros de historia no figura ninguna mención a esta catástrofe. De hecho, ni jóvenes ni mayores conocen algo sobre estos dos días infernales que vivieron las islas. Uno de los pocos elementos que han quedado para la posteridad y como testimonio de lujo es una marca en una vivienda de San Juan de La Rambla donde hay una inscripción en un segundo piso que señala hasta donde llegó el agua. La borrasca, acompañada de lluvias torrenciales y vientos huracanados, devastó durante 11 horas de terror gran parte de las infraestructuras, los cultivos y se cobró la vida de hasta 298 personas, consolidándose como la mayor catástrofe natural registrada en Canarias desde la Conquista castellana. Muchos sitúan que la marca humana rebasa las 1000 personas, aunque muchos cronistas rebajan la marca.

500 litros por metro cuadrado

El evento conocido como El Aluvión, afectó a varias islas del Archipiélago, siendo Gran Canaria y Tenerife las más perjudicadas. Investigaciones recientes, como las publicadas en 2010 por los investigadores José Bethencourt-González y Pedro Dorta Antequera de la Universidad de La Laguna, sugieren que durante esta tormenta algunas zonas de Tenerife registraron precipitaciones superiores a 500 litros por metro cuadrado en dos días, lo que provocó escorrentías masivas y el desbordamiento de barrancos.
Los daños causados por el temporal fueron incalculables. En Tenerife, más de 600 viviendas fueron destruidas y más del 30% del terreno fértil fue arrastrado por las aguas. El sector ganadero también sufrió grandes pérdidas, con la muerte de miles de cabezas de ganado. Sin embargo, el coste más trágico se cobró en forma de vidas humanas. Los cronistas de la época relataron cómo los cuerpos flotaban en los barrancos, varios días después del desastre.

DAÑOS EN LA COMARCA SUR

La comarca sur de Tenerife fue duramente castigada por el temporal. Se calcula que entre 30 y 40 personas perdieron la vida en toda la región. Como dato significativo, la riada fulminó 15.000 higueras en la zona Sur de Tenerife.
El cronista oficial de Güímar y La Candelaria, Octavio Rodríguez Delgado, describió las consecuencias en los municipios más afectados. En Güímar, tres personas murieron arrastradas por el barranco de Herques, mientras que dos más perecieron con sus casas en el barrio de La Hoya de Güímar, acabando el número total marcado en 7 fallecidos. Además, más de 100 animales murieron. Documentos de la época indican que 498 de los 695 contribuyentes del municipio reportaron pérdidas económicas, las cuales ascendieron a 196.476,33 pesos.

Candelaria fue el municipio sureño con más víctimas mortales, con ocho personas fallecidas. Una de las pérdidas materiales que ocasionó el temporal en su paso por Canarias fue la destrucción del Castillo de San Pedro, una fortificación construida en 1686 que protegía primitiva imagen de la Virgen de Candelaria.
Los estudios de Bethencourt y Antequera subrayan que, aunque infrecuentes, estos eventos climáticos extremos no son imposibles en Canarias. La Delta en 2005 fue un recordatorio de que las islas no están exentas de la influencia de fenómenos meteorológicos de origen tropical. Huracanes como Vince y Gordon, y sistemas tropicales como el de 1975, pasaron cerca de las islas, en lo que podría haber sido otra catástrofe.
El cambio climático ha suscitado debates sobre la posible mayor frecuencia de estos fenómenos. Sin embargo, aunque algunos medios lo atribuyen al cambio climático, los expertos se mostraron cautelosos.

Las investigaciones apuntan que los eventos destructivos de origen tropical han ocurrido antes sin estar necesariamente relacionados con el calentamiento global moderno. Sugieren que estos fenómenos pueden repetirse, sobre todo en otoño, cuando las condiciones atmosféricas son propicias para la formación de tormentas en el Atlántico. Las trayectorias de algunos ciclones que suelen dirigirse hacia el Caribe a veces se desvían hacia Canarias, aunque con menor intensidad.

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