Falleció Aquillo González de Chaves y Sotomayor

Le puse yo el nombre, Aquillo, pero mi hermano se llamaba Pedro, como mi padre y mi abuelo. Mi dislexia infantil hacía difícil pronunciar Pedro y lo bauticé de nuevo con el nombre de Aquillo, que es como lo conocía todo el mundo. El hombre más bueno y más tozudo que he conocido nunca y también el más agarrado. No tenía sino amigos en el mundo, no le conozco ni un solo enemigo.

Lo más emocionante de estos días fue la despedida de su única nieta, Andrea, mi ahijada, que se reunió con él a solas en el hospital durante media hora y la niña, que ya tiene 16 años, le dirigió un monólogo que estoy seguro de que su abuelo, que sentía por ella un cariño muy especial, estaba oyendo, aunque lo disimulaba.

En mis artículos he contado muchas anécdotas de mi hermano, pero la que hizo más fortuna fue cuando montó aquel portal de Belén para su nieta, en el que el gallo era mayor que el rey Melchor y el caganer más pequeño que una gallina ponedora que rondaba el pesebre, a ver si picaba algo. Los dos hijos de mi hermano son muy distintos: Jorge es zorro y escurridizo, como lo era su padre; y Sergio es botarate y dilapidador de caudales, como su tío, que soy yo. Al final la más cuerda de la familia va a ser su nieta, Andrea.

Escribo este obituario porque mi hermano, además de administrar los escasos posibles familiares, no hizo sino el bien a todo el mundo. Era un tipo honrado a carta cabal, aunque yo creo que a mí me exageraba los recibos de la luz, pero para que gastara menos. Trabajó en dos empresas, la de nuestro tío José Manuel Sotomayor, que tardó en darlo de alta, y la de los Cobiella, en la que le dieron de alta inmediatamente. Nunca protestó por nada, excepto en casa, en donde se pasaba el día protestando por todo. Era buen jugador de baloncesto y madridista de reconocida condición. También el hombre de los mil nombres: mi padre lo llamaba Timoteo. No me pregunten por qué.

Marili Vázquez, su mujer, merece un capítulo aparte. Hija de magistrado, conservaba la rectitud de su padre, pero siempre hizo lo que Aquillo le decía. No se desviaba ni un milímetro de sus indicaciones, lo que, hoy en día, tal y como están las cosas, parece un milagro. Ni Aquillo tuvo más novias, ni Marili tampoco otros novios, que se sepa. Ayer viernes, Aquillo se empeñó en morirse, después de un cáncer que se le complicó y que fue detectado hace dos años. Un T-4. Mi hermano Pepe, el pequeño, al que yo le llevo ocho años y Aquillo le llevaba seis y pico, que no se entera de nada porque está sordo como una tapia, se quedó impactado el último día que lo vio en casa. Era otro. Pepe es otro personaje, de quien espero no ser yo quien escriba su obituario. Pepe tiene un nombre corto: se llama José Miguel Oswaldo Ramón de la Santísima Trinidad. Cosas de la época.

Los Chaves son muy particulares. Como se las saben todas, en el Puerto antiguo los llamaban los Evangelistas. Es un nombrete leve, que habla de su cultura y de su erudición. Aquillo era de todo menos un erudito. Le gustaba fumar, le gustaba beber, pero lo paró todo cuando le diagnosticaron una enfermedad cardiaca, de la que salió airoso gracias al fallecido doctor Llorens, que lo intervino a corazón abierto. Ambos han muerto. Cuando a mí me practicaron un cateterismo para la clínica sacarle las perras al seguro privado, es decir, sin razón alguna, él fue el primero que estaba allí, apoyado en el quicio de la puerta de la UVI, diciendo: “Tú lo que tienes es cuento”. Detrás estaba el cabrón de Sergio, haciendo una foto con el móvil para ponerla en las redes. Menos mal que el pijama era bonito.

Se fue un hombre bueno, poco habilidoso (aunque, nadie sabe por qué, tenía siempre a mano un bote de tres en uno, que ha acabado, desde hace años, en el buzón de correos de nuestro edificio), un hombre que no tenía sino amigos. Por eso se dice que siempre se van los buenos y que los malos se quedan, de momento. Dice mi cuñada Ángeles que yo soy uno de estos últimos, pero que mejoro en las distancias cortas.

Ustedes dirán: qué obituario tan raro; por lo íntimo. Quiero que compartan conmigo el cariño que todos le teníamos al Bufi –su nombrete de toda la vida-, que nos dejó el viernes de madrugada y que hoy será incinerado y guardadas sus cenizas en el panteón de los Sotomayor. Quería estar más cerca de su madre, aunque a mi padre, cuyos restos se guardan en el de al lado, en el de los Chaves, lo vigilará Aquillo de cerca. Nunca lo vamos a olvidar, ni nosotros, ni cientos de personas más.

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