El silencio en la música equivale al lienzo en blanco en la pintura. Ambos comienzan a desvanecerse a partir de un impulso creativo que, con la planificación de una estructura y la organización de elementos, teniendo en mente la búsqueda del equilibrio, va conduciendo -en unos casos, en el tiempo; en otros, en el espacio- a la plasmación de la obra de arte. Esta es la reflexión que (se) plantea Gonzalo Cabrera Guerra (Santa Cruz de La Palma, 1966) en la propuesta pictórica Mirada personal, la exposición que se puede visitar desde el pasado 24 de octubre, y hasta el 8 de noviembre, en el Círculo de Amistad XII de Enero (Ruiz de Padrón 12, Santa Cruz de Tenerife).
En ella, Gonzalo Cabrera, violinista de la Sinfónica de Tenerife y pintor desde la infancia, se ha detenido a pensar cómo ambas disciplinas artísticas, que no han dejado de entrelazarse en su vida, poseen numerosos aspectos en común. Muchos más de los que pudiera parecer en un primer momento.
“La exposición es básicamente de acuarelas”, detalla el artista a este periódico. “De las 33 obras que hay, solo cuatro son óleos, que a su vez tienen que ver con algunas de las otras piezas. Es decir, un motivo que plasmé en una acuarela luego lo llevé también al óleo para explorar diferencias técnicas en el mismo objeto representado. Alcanzar idéntico objetivo, pero por otros medios”, apostilla.
EL PAISAJE
“El tema de la exposición es el paisaje -añade-, pero ahí también entra la mirada personal”. “Para mí el paisaje no es imitable. Por muchas razones -argumenta-: porque está en movimiento, porque está vivo, porque huele… De manera que esa tarea de copiarlo me resulta imposible y es algo a lo que renuncio directamente”.
Un paisaje que en ocasiones es panorámica y en otras, por ejemplo, solo una luz que llega a través de los árboles… “El paisaje es, en definitiva, una excusa para mostrar aquello que quiero mostrar”. “A veces voy por ahí -explica Gonzalo Cabrera- y fotografío una imagen que contemplo y me interesa. En otras ocasiones pinto al natural, algo que hago desde niño, cuando salía con mi padre y otros acuarelistas. Y muchas veces ese cuadro pintado al natural no llega a la sala de exposiciones, pero sí me ha servido como un primer paso, pues la obra se ha impregnado de una serie de elementos que no me pueden ofrecer ni la fotografía ni el trabajo en el estudio”.
Pero volvamos al motivo central. Matices, desarrollos, armonías, color, intensidad, densidad, textura, estructura… Todos ellos son términos que comparten la música y la pintura, tal y como se explica en el texto introductorio a Mirada personal.
“En los últimos 10 años me ha interesado buscar los puentes esenciales entre la música y la pintura”, señala el artista. “Lo primero de todo, lo que de entrada tienen en común ambas disciplinas -afirma-, es el impulso creativo que te sitúa ante el silencio absoluto, en la música, y frente al lienzo o el papel en blanco, en la pintura”.
“Una vez que te pones a ello -señala-, ambos procesos cuentan con muchas similitudes. También soy compositor. Cuando compones, construyes en el tiempo, un tiempo que te debe conducir a un punto de interés, o a varios, que has previsto. Para llegar a ese lugar deben ocurrir cosas, como que la partitura esté equilibrada o que cada melodía posea su justo valor… Si, por ejemplo, sitúas en paralelo cinco melodías, se pueden colapsar entre sí y la cosa deja de funcionar… Tiene que existir una planificación para lograr lo esencial: contar algo, mostrar una historia musical”.
“Pues bien -concluye Gonzalo Cabrera-, en la pintura ocurre algo parecido. Debes poner en valor ciertas cosas y que las restantes estén supeditadas a ellas. Si plasmas demasiados puntos que consideras de interés, quien luego observe ese cuadro no sabrá muy bien por dónde moverse con su mirada”.