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La desaparición de Jacobo Grinberg

El psicólogo y escritor mexicano, famoso por sus trabajos sobre la conciencia, la telepatía y la curandera ‘Pachita’, pudo haber sido asesinado hace hoy 30 años, pero su cuerpo nunca apareció
Jacobo Grinberg y la célebre chamana mexicana Bárbara Guerrero, ‘Pachita’. | DA

El nombre de Jacobo Grinberg ha rebrotado con la reedición de buena parte de su copiosa obra, que comprende más de 50 libros. El psicólogo y novelista mexicano, desaparecido hace hoy 30 años, se volcó en el estudio de la conciencia, la telepatía y el chamanismo. A nadie deja indiferente su carisma científico y literario, pero tampoco su vida, ni ahora su resurrección. El cuerpo de este sabio polémico nunca apareció y, de estar vivo, este mes cumpliría 78 años.

A este irrepetible psicofisiólogo mexicano, de origen judío, del que los científicos decían que era un chamán y los chamanes que era un científico, lo apodaban el Einstein de la conciencia. Lo que le perdía era la curiosidad y por eso se debatía entre el rigor obsesivo en su laboratorio de la UNAM (la universidad mexicana en la que daba clases) sobre los confines del cerebro humano y los diálogos disidentes con Carlos Castaneda (el antropólogo y brujo, autor de Las enseñanzas de don Juan) o las experiencias de los chamanes en estados alterados de la conciencia.

 A Grinberg no lo detenía la amenaza de morir en el intento; traspasaba a menudo los umbrales del misterio, arriesgando la vida, y, desde los 12 años, tras la muerte de su madre por un tumor cerebral, solo tenía sentido para él descubrir los secretos de la mente. Por eso metía las manos donde fuera necesario, hasta en los cuerpos de los pacientes mientras eran operados por chamanes para descubrir si había timo o engaño.

Algunas de sus desviaciones, a ojos de la ciencia de la segunda mitad del siglo pasado, hoy están en boca de nombres prestigiosos de la medicina, como el catalán Manuel Sans Segarra, autor de un reciente libro titulado La supraconciencia existe. Le importaba poco el qué dirán y en los años 80-90 participaba sin pudor en programas esotéricos de TVE, como El mundo por montera, con Sánchez Dragó, o El Sol de medianoche, con Sibila Pironti.

 Entre sus experimentos, lograba con niños que leyeran con los ojos vendados en sesiones de visión extraocular. De pequeño, uno de sus artilugios caseros resultó ser una bomba, que explotó en el jardín. Su teoría más famosa, la sintérgica, trataba de explicar la realidad como una de las muchas percepciones posibles en un campo continuo de energías que llamaba la Lattice.

Él mismo dio alas a su leyenda en La batalla por el templo, obra autobiográfica, al contar que había existido otro Jacobo Grinberg, un profesor europeo en Estados Unidos, al parecer, con sus mismas ideas, que peregrinó con varios alumnos a una reserva india y a los dos años desapareció, sin saber que eso mismo le acabaría pasando a él. A una buena amiga le confesó que, en Nueva York, donde se había doctorado y dejado la barba, en pleno apogeo de la contracultura, se subía a una bicicleta y cerraba los ojos abandonándose por las grandes avenidas colapsadas de tráfico. Si no le sucedía nada es que no estaba de morir. “No hagas eso, Jacobo, que tienes que recoger el Nobel”, le decía ella, alarmada.

La relación con Castaneda

Las desapariciones de Grinberg eran recurrentes en su vida anárquica. Se escapaba a meditar o a convivir con los chamanes. Cuando desapareció de verdad, el 8 de diciembre de 1994, con 47 años, pasaron meses para que su familia diera crédito a su ausencia. Al poco tiempo, también desapareció Castaneda, que llegó a ser sospechoso del final de Grinberg, tras acabar mal la relación entre ambos.

El policía que tenía a su cargo el caso Grinberg fue apartado repentinamente cuando encontró una pista que implicaba al FBI y la CIA. En la casa del científico todo estaba en orden, salvo los disquetes con sus investigaciones, que también habían desaparecido.

Hubo un hito que le cambió la vida. Margarita, la hermana del presidente de México José López Portillo, lo convocó a una cita enigmática. Grinberg se sobresaltó con un revuelo de pájaros cantando en los jardines de Los Pinos, la residencia presidencial, al ver aparecer a una mujer bajita de rasgos indígenas que iba a su encuentro. Era Bárbara Guerrero, Pachita, una médium y sanadora célebre en el México de los años 80 por las cirugías psíquicas que realizaba en estado de trance con un cuchillo de monte.

Grinberg descreía de las facultades mágicas de aquella mujer abandonada de niña y criada por un brujo africano, cuya accidentada vida la había llevado a trabajar en cabarets y luchar junto a Pancho Villa. Pero Pachita lo desafió a verla operar en vivo y comprobar si era un fraude. “Lo que vi contradecía todo concepto que tenía sobre la realidad. Yo ya no sé cuál es el límite del ser humano”, admitió en España en TVE. Pachita le rompió los esquemas y desde entonces no paró de escribir. Ahora, su prolija producción acaba de empezar a ser desempolvada por Penguin Random House. Estamos a las puertas de un boom de la figura de Grinberg.

El último experimento que se proponía llevar a cabo, poco antes de que se lo tragara la tierra, consistía en replicar con dos cerebros separados entre México y Nepal (el potencial transferido) la misma prueba realizada en su día entre dos partículas, conocida como entrelazamiento cuántico. Una de sus colaboradoras calificó aquel trabajo inacabado con dos palabras: “Es oro”.

El ‘testigo Boulder’

El comandante Clemente Padilla, que investigaba el paradero del científico hasta ser cesado y retirarse, creyó dar con una pista de peso a través del testigo Luis Carlos Ruiz Martínez, que trabajaba en una gasolinera de Boulder, Colorado (EE.UU.), cerca de una agencia secreta, y que le aportó detalles creíbles de Grinberg y su segunda esposa, Teresa Mendoza. “El testigo no miente”, asevera Padilla. La fuente vio descender, a primera hora, de una avioneta Cessna, color blanco, a Jacobo y Teresa, escoltados por dos agentes, Rick Howard, del FBI (al que conocía de despacharle gasolina), y Marina Velasco, del servicio secreto norteamericano, que los trasladaron en coches distintos. Habría sido la última persona que lo vio con vida.

El expolicía sostiene haber descubierto que Grinberg colaboraba en la Universidad de Boulder, adonde nunca viajaba en vuelos directos, hasta poco antes de perdérsele la pista. La CIA suele controlar a determinados científicos, bajo presiones, se afirma a raíz de este caso.

Los últimos días de Grinberg añaden misterio al misterio. Viajó a Costa Rica a dar una conferencia sobre la comunicación telepática, y regresó en estado de shock. Se le diagnosticó una crisis de pánico por estrés nervioso. Empezó a temer por su vida y confesó a personas allegadas que dormía en una camioneta por miedo a los arranques de ira de su mujer. “Si me pasa algo, cuento contigo”, le dijo a uno de sus hermanos. Teresa no era Teresa, su identidad y su título universitario resultaron ser falsos. Ella, antes de huir, cobró un talón de su marido y se cree que continúa oculta en Estados Unidos, donde viven sus padres. Padilla le intervino el teléfono e infiltró en la casa paterna a dos agentes, que no dieron con ella, pero sí estaba allí el perro del matrimonio.

Padilla quedó fuera del caso y se dio carpetazo. El cineasta español Ida Cuéllar lo localizó en su escondite, para una película titulada El secreto del doctor Grinberg, estrenada hace dos años en México. Padilla acusa a la última esposa de Grinberg de estar detrás de los hechos, pero sospecha que fuera espía y que lo hubiera captado por sus trabajos sobre telepatía y psicokinesis. Cree, además, que pudo ser coaccionado al final de su vida.

El talón de Aquiles de Grinberg era su hija, Estusha, que recuerda a “papá llegando a casa de noche con las batas llenas de sangre de estar con Pachita”.

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