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La Alameda de Santa Cruz que nunca tuvo álamos

Este primer espacio de esparcimiento público de Santa Cruz fue construido en 1787 bajo la dirección del ingeniero Andrés Amat

Como a finales del s.XVIII la Villa de Santa Cruz carecía de un espacio público en el que los vecinos pudieran pasear, el capitán general de Canarias, Miguel de la Grúa Talamanca, marqués de Branciforte, aprovechando un solar yermo y desolado que se encontraba junto a la playa del Muelle, propuso a los vecinos construir un jardín público que imitara a los existentes en las grandes ciudades que le diera prestancia a la entrada de la población.
En su construcción contribuyeron los chicharreros pues, según consta en la lápida colocada en lo alto del arco central de su entrada, “Ha sido costeada por la generosidad de las personas distinguidas de este Vecindario, movidas del buen gusto y deseos de reunir su sociedad en tan propio recreo”.

La Alameda, construida en 1787, bajo la dirección del ingeniero militar Andrés Amat de Tortosa, conformaba una superficie rectangular de 79 m de largo y 17 m de ancho, y estaba cerrada por un muro de mampostería, coronado con estacas de madera.

Su artística fachada estaba formada por un pórtico de 20 metros de ancho y 9 metros de altura, configurado por un arco central que remataba un escudo de piedra con las Armas Reales de Carlos III, y dos arcos laterales con dos esculturas de mármol blanco que representaban la Primavera y el Verano. Cada arco tenía su correspondiente puerta de hierro. En lo alto de los contrafuertes se colocaron jarrones de yeso.

Sus tres paseos coincidían en una plaza central en la que se encontraba la Fuente de los Delfines, realizada en Génova con mármol de Carrara, mientras que en el fondo, otra escultura de tamaño natural simbolizaba el tiempo. Los paseos estaban frondosamente cubiertos por plátanos del Líbano y tamarindos, los cuales serían los 81 primeros árboles que dieron sombra en Santa Cruz. Curiosamente, la Alameda nunca tuvo álamos.

Los gastos de aseo y mantenimiento se cubrían con los derechos de aguada de los barcos, cuyo punto de aprovisionamiento lindaba con la propia alameda por el costado de la playa.
La Alameda ha recibido a lo largo de los años los nombres de Branciforte, como homenaje a su impulsor; Duque de Santa Elena, en recuerdo de Alberto de Borbón y Castellví, capitán general de Canarias; 14 de abril, fecha de la proclamación de la Segunda República; La Marina o del Muelle, por su cercanía al recinto portuario; y Los Paragüitas, debido a los parasoles del kiosco allí instalado.

Lugar para el esparcimiento

Este espacio, considerado como un mirador privilegiado del acontecer diario de las actividades portuarias, pronto se convirtió en punto de reunión de comerciantes y navieros y lugar de esparcimiento de la sociedad santacrucera que, en los plácidos atardeceres, paseaba al compás de las veladas musicales de la banda militar y la banda de aficionados la Bienhechora, situadas sobre el escenario que se encontraba al fondo del recinto. También, la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia solía ofrecer conciertos para recaudar fondos con el fin de poder terminar su sede social (actual Parlamento de Canarias).

La Alameda estuvo a punto de desaparecer en 1860, pues el municipio no disponía de recursos para atenderla; sin embargo, cuando el Estado pretendió ensanchar el acceso al muelle -el Boquete- y quiso derribar la fachada de la Alameda, el Ayuntamiento le contestó “que aunque modesta, la Alameda es un legado honroso que nuestros antepasados levantaron con su propio peculio, siendo además el punto donde las señoras pasean en verano, después de tomar los baños de mar, de cuyo solaz se verían privadas”.
Por fortuna, al organizarse una feria en sus instalaciones, con motivo de la festividad de Santa Bárbara, patrona del arma de Artillería, los vecinos llevaron a cabo una suscripción pública, luchadas y riñas de gallos y, con los 14.000 reales obtenidos, restauraron la fachada, limpiaron las estatuas y el escudo de mármol que coronaba la puerta. También le añadieron seis farolas, con las que los paseos pasaron a tener diez puntos de luz que se encendían todas las noches, menos las de luna y un árbol de faroles, traído de Sevilla, que se colocó frente a la puerta principal.

En 1901, el Consistorio derribaría el muro de 2,70 metros de altura que daba al mar, siendo sustituido por balaustradas y eliminaría el muro de cerramiento de Poniente, dándole mayor amplitud a la calle la Marina.

En 1916, cuando la elegante portada de tres arcos fue destruida, los elementos que la constituían, todos de mármol de Carrara, tuvieron suerte dispar. El escudo fue llevado al Museo Militar, la escultura alegórica a la primavera se exhibe en el patio de la Escuela de Bellas Artes, la del verano y la que representaba el tiempo se colocaron en el Parque García Sanabria, aunque actualmente se desconoce su ubicación, y las puertas fueron cedidas al Manicomio.

En 1838, como la Alameda estaba siempre tan concurrida y era insuficiente para acoger al vecindario en las noches estivales, el comandante general de Canarias, el marqués de la Concordia, construiría otro paseo al final de la calle de la Noria, que llevaría su nombre, aunque no tendría buena acogida en la población y terminaría desapareciendo.

Restauración

Con la remodelación de la plaza de España, realizada por los arquitectos Herzog&DeMeuron en 2008, se reconstruiría la antigua portada de tres arcos que había sido eliminada en 1916, el suelo se cubrió con albero, se instaló un parque infantil, se habilitaron espacios para la realización de ferias, exposiciones y mercadillos. Sólo quedó en su lugar original la Fuente de los Delfines.

Recientemente (2024) se han llevado a cabo una serie de obras para convertirla en un lugar más accesible y transitable con la sustitución del pavimento, así como la mejora de la red de saneamiento y la de riego del arbolado.

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