Alejandro González llegó el 1 de diciembre de 2024 desde Argentina para ver a su hija, que vive en Tenerife, en el municipio de El Sauzal. No es la primera vez que viaja a la Isla ni tampoco la que hace la misma ruta. Justamente eligió la compañía Air Europa dado que es la única que ofrece vuelos directos desde la ciudad argentina de Córdoba a Madrid, para evitar hacer escala en Buenos Aires y que el vuelo se alargue.
A sus 74 años, está en excelentes condiciones psíquicas, pero una mala praxis lo dejó en silla de ruedas a los 40 años. No obstante, no es la primera vez que viaja a la Isla, ya ha venido en más ocasiones sin ningún inconveniente. No puede caminar, a no ser que se ayude de personas o de cosas, pero sí se mueve y puede acceder al avión en una grúa específica para ello.
Cuando necesita ir al baño, un tripulante o una azafata lo ayuda a levantarse y, apoyado en esta persona, llega hasta la puerta sin problema. Lo esperan y se repite el mismo procedimiento para regresar a la ubicación asignada.
Así lo hizo en anteriores ocasiones y esta última vez, desde Córdoba a Madrid y desde la capital a Tenerife. Llegó sin problema hasta la casa de su hija, que tiene su mismo nombre, y quien se puso en contacto con este periódico para dar a conocer lo ocurrido porque considera que “es indignante”.
Juntos pasaron las fiestas navideñas hasta que el pasado 1 de enero se despidieron en Tenerife Norte. Alejandro repetía el mismo trayecto, pero en sentido inverso, desde la Isla hacia la capital de España y desde allí, hacia Córdoba.
La primera escala la realizó con éxito y todo hacía suponer que la segunda, también. Sin embargo, cuando ya estaba en su asiento rumbo a la ciudad argentina, le informaron de que el comandante había decidido que no lo veía capacitado para volar solo y, por lo tanto, debía bajarse del avión.
De inmediato, llamaron a su hijo, que vive en Argentina y había proporcionado su contacto, para avisarle de lo sucedido. Eran las doce de la noche y, en ese tramo, “de no saber qué hacer con él”, lo dejaron en la sala Vip de Barajas, donde permaneció sentado en su silla con la asistencia de AENA. “La verdad es que el personal se portó muy bien, me dejaron llamarlo, me informaban sobre cómo estaba y lo llevaron al baño”, cuenta su hija, quien durante horas no supo si su padre podía o no regresar a Argentina.
Su desesperación fue tal que se planteó irse a Madrid en el único vuelo que sale a las tres de la madrugada desde Tenerife Sur. Todo un inconveniente viviendo en el norte de la Isla, pero el personal de AENA le dijo que esperara a la resolución de la compañía.
A las cuatro de la mañana, la llamaron para confirmarle que habían decidido incluirlo en un vuelo al día siguiente a las siete de la tarde, pero con otra empresa, Aerolíneas Argentinas. Durante todo ese tiempo, Alejandro permaneció en la sala Vip “con dos pulguitas, mientras su maleta facturada ya había llegado a destino”, ironiza su hija.
Alejandro sólo tenía una de mano con la ropa indispensable que ponen las personas previsoras para casos de emergencia, como el que le tocó vivir. “De no haberlo hecho, en los 20 días extra que tuvo que estar en Tenerife no tenía que ponerse y tendría que haber salido a comprar ropa urgente”, sostiene.
Alejandra se sintió relativamente tranquila porque todo había quedado en una mala experiencia, pero, pasadas las 19.00 horas, el personal de AENA se volvió a poner en contacto para avisarle de que la decisión del comandante de Aerolíneas Argentinas era la misma que la de su anterior compañero: no podía volar “porque no está capacitado para moverse solo”.
Cuenta que los pasajeros que estaban próximos pedían por favor que lo dejaran volar y se ofrecieron a ayudarlo y a acompañarlo al baño, “pero ya estaba el precedente del anterior comandante”, subraya.
“Me dijeron que no lo dejaban volar y me preguntaron qué hacían con él, como si fuera un saco de papas”, cuenta con enojo su hija, quien, sin dudarlo, les dijo que volviera a Tenerife.
“Gracias a Dios, tengo casa y vivo aquí, pero, si compartiera vivienda con más gente, no tuviera donde recibirlo o le pasa a otra persona en tránsito, ¿qué hacían? Es un drama total”, se lamenta la joven. “Me comunicaron que me lo devolvían en un vuelo que llega a las doce de la noche, con lo que mi padre estuvo más de 36 horas solo en el aeropuerto de Barajas, con la incertidumbre de no saber cuándo llegaría a su país”, indica.
Ella desde Tenerife, y su hermano desde Argentina, empezaron a hacer presión y se pusieron en contacto con abogados de ambos países para que los asesoraran sobre qué hacer, “ya que, si pudo venir, también puede volver”, y, por supuesto, no descartan tomar acciones legales.
La casualidad es que ella tiene un pasaje para viajar hoy, miércoles, y se los comentó para sugerirle si podían hacerlo juntos, de manera que ella se hacía cargo de su padre. Desde la compañía le dijeron que, de ese modo, no había ningún problema pero que tenía que pagar el pasaje porque ya había utilizado el vuelo de vuelta. Otra lucha más a la que enfrentó para conseguirlo sin costo dado que lo consideraba una decisión injusta. “Eso sí, después de hacer una movida que te flipas y advertirles lo que iba a suceder”, aclara.
Finalmente, Air Europa le dio el pasaje de vuelta y ambos esperan que hoy por la tarde, por fin, puedan viajar juntos a Argentina, ya que ésa fue la condición que le pusieron. “Espero no tener ningún problema”, dice Alejandra. Aún así, hablaron con abogados para denunciar lo ocurrido, ya que se siguen preguntando qué hubiera pasado si su padre no hubiera tenido la medicación suficiente para estar en Tenerife 22 días más de lo inicialmente previsto.
Además, porque quieren que sirva de precedente para que ninguna persona tenga que pasar por una situación similar.
“Cuando llegó, estaba muy cansado, porque es un señor mayor que estuvo más de un día sentado en su silla de ruedas. Ello, sumado a la parte anímica, porque lo trataron de forma degradante, como una cosa, un objeto, a excepción del personal de AENA, que estuvo pendiente de él en todo momento”, insiste Alejandra, quien admira el espíritu de su progenitor, “que no se amarga por nada y rara vez se deprime”, pero confiesa que ella no lo hubiese soportado.