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La familia de Fran pide ayuda para encontrar a su asesino

La hermana del empresario, con negocios familiares en el Puerto desde 1975, confía en que, aunque desde el anonimato, algún testigo del asesinato ayude a hallar al culpable(s)
La familia de Fran pide ayuda para encontrar a su asesino
Elisabet y Fran viajaban con frecuencia y estaban siempre en contacto. DA

Unos segundos, un arrebato, un impulso, una atrocidad injusta, un empujón sin motivo con caída mortal, quizás un puñetazo terminal, una agresión sin mediar palabra ni provocación… No se sabe, se está investigando, pero la vida de mucha gente ya no es la misma desde la una de la madrugada del domingo 16 de este mes. En la calle Aceviño, en la muy selecta zona residencial, de hoteles, apartamentos y comercios de La Paz, en el Puerto de la Cruz, a un hombre bueno le arrebataron la existencia y su familia y amigos se consumen cada día de impotencia, incomprensión y rabia.

Se llamaba Juan Francisco Rosales Santana, tenía 59 años, regentaba desde hacía mucho los negocios familiares en la portuense calle La Hoya (la célebre tasca Simpson -taberna de Mou- y La Cantina, en poder de la familia desde 1975) y resulta casi imposible escucharle a alguien algo malo sobre su persona desde que se supo la tragedia. Su familia, desesperada, suplica, implora ayuda, pues de momento no se ha dado con el o los asesinos y cómplices, y tampoco ha aparecido ningún testigo que esclarezca o aporte pistas clave sobre esta tropelía.

A Fran le acompañaba Juan, un amigo con el que se echó una copa (no bebía más de eso, ni fumaba y llevaba una vida absolutamente tranquila) en el City, la célebre tasca de esta calle principal de La Paz. El autor del homicidio fue también a por Juan, pero sus acompañantes le dijeron que lo dejara, con Fran en el suelo y, por delante, días de lucha infructuosa contra la muerte, que se consumó el martes en el hospital.

La inseparable hermana de Fran, Elisabet, recibió ayer a DIARIO DE AVISOS en su casa de La Orotava, donde vivía la víctima junto a su madre (de 83 años), el marido de Elisabet y sus dos hijos. Lo hace, recalca, sin rabia, pero destrozada por una tristeza tan honda que sólo compensa con la necesidad de saber qué pasó realmente, por qué ese atroz final para una persona que, como subraya, “jamás tuvo un problema con nadie, era callado, tranquilo, nunca se metió en ninguna pelea ni se le conoce nada pendiente: nada. Es más, si fuera una venganza, no tiene sentido que se haga en una calle como ésa y a esa hora” a la una de la mañana.

Elisabet no entiende qué pudo pasar, aunque se muestra alarmada con que algo así pueda suceder en cualquier momento, exige mucha más seguridad en las calles y lamenta que, de momento, no haya un testigo, una grabación de cámaras de seguridad o alguien que pueda ayudar en la investigación abierta. Por eso, porque su vida se ha parado y quiere saber qué y por qué pasó, aparte de hacer justicia, ha decidido salir en los medios y pedir, reclamar, suplicar, casi implorar colaboración, solidaridad y empatía ciudadana. Incluso, y por qué no, que alguien de los que acompañaban al asesino de Fran se arrepienta y, aunque sea desde el anonimato, les eche una mano en el peor momento de sus vidas.

Según resalta, su hermano había llegado a un punto en su vida que hacía las horas mínimas en su tasca (junto al marido de Elisabet, que lleva el otro negocio en La Hoya) para estar el máximo tiempo posible con su madre y sobrinos. Además, y cada vez que podía, hacía viajes con Elisabet o sus hijos, como el último a Santander. Ambos estaban más que unidos y esto destroza aún más a quien sobrellevó su estancia en el hospital, el terrible desenlace y su incineración, siempre junto a su marido y una amiga médica, ya que no entiende cómo alguien tan bueno y tranquilo como su hermano puede acabar su vida así. Cómo se la pueden arrebatar, arrancar, robar sin ningún motivo.

Es más, y para evitar un efecto dominó aún más dramático, prefirió contarle definitivamente lo que había ocurrido a su madre junto a un centro de salud por su más que presumible reacción, tras ir goteándole lo que había pasado poco a poco: que se había caído, que estaba mal, que lo habían llevado al hospital, que iba a peor… Aunque ayer prefirió al principio que su madre no estuviera en la conversación, acabó llegando por su propia iniciativa al porche de su casa y, si bien con mucha entereza, dejó claro el desconsolado dolor, esa herida desgarradora que le han clavado para siempre por la injusticia con su hijo, que sólo podrá paliar un poco si sabe algún día qué pasó y, sobre todo, si se hace justicia, aunque eso jamás le devuelva a su querido Fran.

Elisabet no se cansa de recalcar lo irracional de lo ocurrido “con alguien que iba al City a verse con sus amigos habituales, que se encuentran ahí desde siempre los sábados. Encima, esto ocurrió en plena calle, ni siquiera en la acera, y cuando iba a recoger las llaves de casa a su coche para subir en un taxi porque él no bebía más que una copa, una sola, y el dueño del City lo sabe y puede corroborar. Cogía taxis por los controles. Tenía una vida tranquila y familiar, estábamos siempre juntos o en contacto, se llevaba los fines de semana a mi madre a caminar a Las Caletillas… No tiene sentido”.

Según lo que ha podido averiguar, sobre todo por Juan, su hermano cruzó la calle poco antes del paso de peatones de los apartamentos Massaru y, en ese momento, salió alguien de un grupo, “dice que de gente joven, también con chicas, y canarios. Esa persona le dio un puñetazo, le empujó o lo que fuera, acabando Fran en el suelo en medio de un charco de sangre y falleciendo al final por muerte cerebral por un único golpe y pese a que la ambulancia llegó enseguida”, lamenta.

Frente a algunas tesis, deja claro que no se le agredió con una botella, “pues no hubo resto de cristales”, y señala que sí le ha llegado que ese día hubo gente rompiendo papeleras. Incluso, no descarta que todo obedezca a una mirada atrozmente interpretada “o hasta un juego de rol o una apuesta”. Su desesperación es tal que, como le pasaría a cualquiera, la especulación se dispara por la falta de novedades, pistas o avances sobre una calle que, a la una de la mañana, presenta bares y salas de fiesta abiertas, una pizzería, taxis, residentes, turistas y gente de marcha (encima, era el sábado del coso y hubo verbena carnavalera junto a plaza del Charco).

Por supuesto, confía en la investigación policial y no quiere interferir ni perjudicar nada, pero no podía callarse más: “Algo tengo que hacer, aparte de que esa persona está ahora en la calle y puede repetirlo”. Seguramente jamás saldrá de la “tortura que estamos sufriendo estos días”, pero, al menos, seguirá luchando para que alguien se atreva a ayudarles y se haga justicia. “Alguien tuvo que haber visto algo; seguro, es imposible que no sea así”. Ojalá se atrevan, aunque sea desde el anonimato…

Elisabet, ayer, en su casa. DA
Elisabet, ayer, en su casa. DA

Un grito que exige seguridad callejera

Elisabet Rosales Santana comenzó ayer a recurrir a los medios de comunicación, tras muchas dudas por si podía perjudicar a la investigación o recibir consejos de lo contrario por parte de las fuerzas de seguridad u otros estamentos. Pero lo hace por puro alivio psicológico y en busca de algún resquicio de ayuda y esperanza para esclarecer el asesinato de su hermano. El vil, irracional e incomprensible homicidio de alguien que nunca mereció un final así.

De hecho, hace días ya se atrevió a escribir algo en redes, que reproducimos aquí porque resume perfectamente por lo que está pasando: “Hoy escribo con un dolor imposible de describir, pero con la determinación de no quedarme en silencio. Mi hermano, Juan Francisco Rosales Santana, fue asesinado en nuestras propias calles. No fue un accidente, no fue una tragedia fortuita: alguien, por puro gusto, decidió arrebatarle la vida sin razón alguna. La noche del 15 al 16 de marzo en la calle Aceviño, en La Paz, Puerto de la Cruz, se disponía junto con su amigo a tomar un taxi y un grupo de personas caminaron hasta su altura. Al cruzarse, una persona del grupo le propinó un fuerte puñetazo, así, como un cobarde, sin esperarlo ni mediar palabra, lo que hizo que mi hermano fuera condenado a fallecer por muerte cerebral. Se encararon con el amigo también pero, justo en ese momento, uno de los del grupo de esas personas le dijo: ‘Tío , venga, déjalo ya’. Mi hermano estaba tendido en el suelo y se veía ya el charco de sangre y sin remedio: era irreversible. Fue atacado sin provocación y no tuvo ni siquiera la posibilidad de defenderse, nadie pudo evitarlo. Su muerte no sólo dejó una familia destrozada, sino que nos recordó la terrible realidad de vivir en un lugar donde la violencia se normaliza y la justicia, muchas veces, llega tarde o no llega. No podemos permitir que las calles sean escenarios de impunidad. No podemos aceptar que personas inocentes sigan perdiendo la vida por la falta de control, de prevención y de medidas contundentes contra quienes eligen hacer daño. Exigimos justicia por Juan Francisco Rosales Santana, más conocido por todos como Fran, pero también por todas las víctimas que, como él, se han convertido en nombres que tristemente se suman a una lista estadística que nunca debería existir. Hoy pido seguridad real para nuestras calles, para que ninguna familia tenga que vivir este dolor. Pido que se refuercen las medidas de prevención, que las autoridades actúen con firmeza y que la justicia sea rápida y efectiva. Porque la vida de mi hermano importaba y la de todos nosotros, también”.

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