Un reloj en cuenta regresiva ha comenzado en los laboratorios de la NASA, donde la tensión y el entusiasmo se palpitan en cada pasillo. Un imponente asteroide llamado Bennu, con dimensiones comparables al emblemático Empire State Building, podría tener un encuentro preocupante con nuestro planeta en 2182. Si bien las posibilidades de impacto directo son mínimas, 1 en 2.700, la agencia espacial no está dispuesta a correr riesgos.
El acercamiento cíclico de Bennu a la Tierra, cada seis años, no había supuesto un peligro significativo hasta la predicción de una potencial colisión en 2182. La consecuencia estimada de tal impacto sería un estruendo con la fuerza de 22 bombas nucleares, creando un cráter de seis millas de ancho y causando estragos en un radio de 600 millas. Aunque esta colosal roca espacial no presenta la amenaza de un evento de extinción a gran escala como el que acabó con los dinosaurios, la devastación que podría causar es suficiente para que la humanidad se tome esta amenaza muy en serio.
Con el objetivo de enfrentar este desafío, en 2016, la NASA impulsó una misión hacia Bennu. La nave OSIRIS-REx fue enviada para recolectar muestras de la superficie del asteroide, en una maniobra sin precedentes que podría ofrecer información valiosa para futuras estrategias de desvío. Esta misión se ha convertido en un hito, pues ha recolectado la primera muestra de asteroide de la NASA, que, con sus 250 gramos, es el mayor volumen jamás recogido en el espacio.
Mientras este material rocoso viaja por el espacio, la comunidad científica aguarda con impaciencia. Rich Burns, uno de los líderes del proyecto, compara esta misión de siete años con los últimos kilómetros de un maratón, lleno de orgullo, expectación y determinación.
Ya se ha anunciado que estas preciadas muestras aterrizarán en nuestro planeta la próxima semana. Descenderán desde el espacio en una cápsula, enfrentando temperaturas más altas que la lava fundida. Estos fragmentos de Bennu, una vez cerca de la Tierra, serán guiados hacia su destino final en el desierto de Utah gracias al despliegue de paracaídas. El tiempo será esencial en ese momento. Cualquier exposición prolongada al entorno terrestre podría contaminar las muestras. Así que se ha preparado un equipo para recuperar la cápsula de manera expedita, en un campo de pruebas cerca de Salt Lake City.
Pero, más allá del riesgo inminente que representa Bennu, estas muestras podrían contener información mucho más profunda. Las primeras piedras del espacio podrían tener pistas sobre los orígenes de nuestro propio sistema solar y, quizás, sobre cómo se originó la vida en nuestro planeta. Nicola Fox, de la Dirección de Misiones Científicas de la NASA, sugiere que estos fragmentos prístinos podrían esclarecer la formación de nuestro sistema solar y el inicio de la vida.
Esta misión, que parece extraída de una película de ciencia ficción, recuerda la trama de Armageddon, en la que un equipo intenta evitar una catastrófica colisión con la Tierra. Aunque en la realidad no contamos con Bruce Willis ni con un guion cinematográfico, sí disponemos de un equipo dedicado de científicos y tecnologías avanzadas. El destino de Bennu y su relación con la Tierra todavía está por definirse, pero lo que es seguro es que estamos en una carrera contra el tiempo y los desafíos del espacio, en busca de respuestas que podrían ser cruciales para nuestro futuro.