Dice Carlos Padrón, dueño del famoso restaurante santacrucero El Coto de Antonio, que normalmente ya no fuma, pero que estos días se echa un par de cigarrillos porque está “nervioso”, como evidencia la caja de Chesterfield que descansa, casi vacía, sobre la barra del negocio. Con 75 años, está vendiendo su casa del Barrio de la Salud, se vuelve a vivir a El Hierro, su isla natal, y cierra definitivamente una etapa de cuarenta años en el restaurante, los últimos veinte como propietario.
“Estoy verdaderamente cansado, por la edad y por los avatares de los últimos años, que han sido muy crudos”, asegura. “La historia hay que dividirla ya en antes del covid y después del covid. Fueron muchos meses cerrados. Y luego, la gente no venía. Las autoridades nuestras, las canarias, se pasaron: ‘No entren, no entren’. Yo no es que sea de Ayuso, dios me libre, pero no cabe duda de que hizo bien dejando un poco a la gente moverse”.
El momento es duro, pero el camino ha sido intenso. Porque Carlos salió de El Hierro con 17 años y se puso a trabajar enseguida en la hostelería. Estuvo diez años en el bar del aeropuerto de Los Rodeos. Durante los veranos, se iba a trabajar a Mallorca. “Fueron los mejores años de mi vida, con la juventud y el cachondeo. Aquello era Sodoma y Gomorra. Además, allí ganaba mucho dinero con el contrabando de tabaco. De madrugada, llegaba un payés y me dejaba una caja con cincuenta cartones de Winston y yo se lo vendía a los extranjeros. Los mejores clientes eran los alemanes. Sacaba un 300% de beneficio. Todo el mundo miraba para otro lado. Luego, cuando murió Franco, cambiaron al coronel de la Guardia Civil y se terminó el contrabando”. Carlos también montó un restaurante en Palma con un amigo, pero no le fue bien. Se casó, tuvo una hija y se divorció.
En 1982, abrió El Coto, y Antonio Fleitas, el primer propietario del restaurante, lo reclutó como encargado. El Coto se convirtió pronto en un referente de buena gastronomía frecuentado por las clases acomodadas de la ciudad, cuyos patriarcas, sin dividir la cuenta, abrían la billetera o extendían un cheque, alguno sin fondos, para pagar el almuerzo familiar entre los licores y el humo de la sobremesa.
Desde el principio estuvo en la cocina Antonio García Hernández -actualmente socio propietario junto a Carlos, pero retirado desde hace algunos años por enfermedad-, que elaboró una carta de cocina tradicional española donde siempre han destacado algunos platos canarios, como las papas con mojo, el cabrito o el potaje de berros. Y como la comida era rica, El Coto se convirtió en un lugar recurrente para agradar a los paladares de las celebridades y el famoseo que llegaban a la isla para festivales, encuentros y otros menesteres.
“Venía ‘la crème de la crème’. El Festival de Música nos trajo a mucha gente. También la Caja de Ahorros, con la cosa cultural. Yo estuve aquí hasta las siete de la mañana con [el famosísimo director de orquesta] Lorin Maazel. Al acabar de cenar, había una limusina esperando para llevarlo al Hotel Bahía del Duque. Pero él les dijo: ‘Ahora voy a tomarme una copa con mi amigo’. Y estuvimos toda la noche bebiendo brandy y fumando puros”, cuenta. “También vino Carlos Kleiber, que decía que él no se ponía a dirigir una orquesta hasta que no se le vaciaba la nevera. O Gustavo Dudamel. Vinieron el escritor Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa… Mucha gente”. “¿Y mujeres conocidas?”, le pregunto. “Algunas folclóricas, como las hijas de Lola Flores o la Pantoja. O la actriz Victoria Abril, que llevaba un colocón encima importante”.
De las paredes del restaurante, entre familiar y demodé, cuelga una foto de Ferrán Adriá. “Venía mucho cuando cerraba El Bulli en invierno con su gran amigo Fermín Puig, cocinero entonces de La Riviera y primo del empresario turístico Santiago Puig. Se sentaban a comer unos codillos con unas pintas de cerveza enormes”. También hay una foto del periodista Carlos Herrera. “Hace más de 25 años que viene por aquí y le ha dado mucha publicidad al cabrito. Estuvo en los últimos Carnavales que se celebraron en febrero, y me dijo: ‘Coño, te voy a hacer una cuña con mi voz y te la voy a regalar’. Y ahí la ponen en la COPE por las mañanas”.
Una de las últimas celebridades que pisó El Coto fue George Clooney, cuya visita al restaurante en 2019 fue portada de este periódico. “Mandé la foto con Clooney a varias personas, entre ellas al periodista Xuáncar, que me preguntó si podía hacer uso de ella. Le dije que sí. Llamó a Carmelo Rivero y a Lucas Fernández y la foto salió al día siguiente. Me empezaron a llamar de Televisión Española, de la Televisión Canaria, de Sálvame. La verdad que era un tipo sencillote, buena gente. Algunas señoras me decían: ‘No te perdono que no me hayas avisado de que venía Clooney’. Fíjese usted cómo es la sociedad: si en un agosto normal yo hacía 20, ese hice 40”.
La política también ha transitado el negocio con frecuencia. En los reservados del restaurante, dice Carlos, se ha “quitado y puesto a más de un alcalde”. Por sus puertas han pasado Mariano Rajoy, Rodrigo Rato o Eduardo Zapalana. Uno de los más habituales era Miguel Zerolo, exalcalde de Santa Cruz. O el majorero Domingo González Arroyo, conocido como el ‘marqués de La Oliva’ También era asiduo el expresidente del Gobierno canario Jerónimo Saavedra. “Me decía: Tráigame un potajito de berros y un pescadito a la plancha. Y una botella de vino Rioja, porque el Ribera del Duero ya se lo bebe José María Aznar’”.
Eso sí, asegura que ha evitado significarse políticamente. “Lo mejor es no decantarse por nadie. Y menos en cuestiones de izquierdas o derechas, especialmente en un sitio pequeño como este. Fíjese si es así, que venía mucho por aquí un periodista muy conocido que era del Real Madrid y pensaba que yo también lo era. Nunca se enteró de que soy del Barcelona. Y cuando ganaban al Madrid, me decía: ‘Coño, perdimos ayer’”.
En 2002, Antonio Fleitas le traspasó el negocio. La cosa fue viento en popa hasta 2008, con la Gran Recesión. “Se me cayó la clientela de hoy para mañana. Si esto facturaba 20, digamos que 10 eran de la Administración, llámese Gobierno de Canarias, cabildos… Además, me ha costado recuperarme del sambenito de que el restaurante era caro. Decían: ‘El Coto, eso es para los políticos’. Y Santa Cruz es muy pueblo”. También se le han ido muriendo los clientes adinerados de toda la vida, los que pagaban a tocateja sin pestañear. Y los hijos ya no vienen.
“¿No pensó en modernizarse?”, le planteo. “No, mi clientela era muy clásica. Además, no es lo mismo modernizarse con cuarenta años que con sesenta”, afirma Carlos, que muestra bastante suspicacia hacia todo el ‘boom’ gastronómico. “Siento una total desconfianza. Todavía tengo que enterarme de qué es eso del gastrobar”, dice con ironía. “Hay mucho aprovechado. También en el periodismo. ¿Usted cree que un chico de 30 o 40 años se puede poner a escribir de cocina? Y luego, no lo invites y ya verás. Llevo muchos años en esto y todavía parece que tengo que estar pasando reválidas”.
“Debí haberme retirado hace cinco años”, afirma. “Pero te pones: a ver, a ver, a ver, hasta que te quedas ciego. Ahora me va a costar mucho más, porque tengo un par de préstamos ICO por ahí que pagar”. Lo más seguro es que el negocio se lo queden Chari, la actual cocinera, y Bruno, uno de los camareros, que tienen previsto reabrirlo para finales de mes. Pero Carlos es consciente de que el traspaso estará lejos de los 300.000 euros que pagó en 2002.
En la puerta de El Coto dice que está cerrado por vacaciones. Pero en realidad es por cambio de época. En la nueva, Carlos Padrón estará en El Hierro. De donde salió cuando le quedaba mucho mundo por conocer.