Internos con problemas de adicciones, enfermedades mentales y discapacidad intelectual aseguran estar cansados del estigma que les dificulta la reinserción y alzan la voz para contar sus propias historias.
En el polideportivo del Centro Penitenciario Tenerife II se citó a personas internas diversas, con enfermedades mentales, discapacidad intelectual o adicciones, pero con un objetivo común: su anhelo por reinsertarse. La jornada, denominada Atención a la diversidad en prisión, que contó con una metodología world café que incluía desayuno y visita familiar, fue organizada por profesionales del propio centro e integrantes de las asociaciones AFES Salud Mental, Plena Inclusión y AFAUTE. Allí, los internos pudieron expresar sus inquietudes con la esperanza de que su potente mensaje atravesara los muros: “Queremos que nos escuchen, esto no es un pozo donde olvidarse de nosotros, porque nosotros también somos parte de la sociedad”, dijo uno de ellos.
Aunque es habitual que los internos tengan encuentros periódicos con sus familiares, en esta ocasión, sus seres queridos pudieron acceder hasta el interior del centro para conocer las instalaciones y hacer aportaciones a los debates. Sentados en torno a diferentes mesas, con material de papelería con el que destacar ideas y bebida caliente en mano, todos respondieron a las preguntas que lanzaron las anfitrionas de cada grupo. Fueron tres los ejes del debate: los cambios necesarios en el proceso judicial para garantizar los derechos de las personas diversas, propuestas alternativas a la entrada en prisión, y los elementos clave para mejorar la calidad de vida en la cárcel.
Kevin (nombre ficticio), era uno de esos internos con ganas de hacerse escuchar. Las palabras se le atropellaban cuando intentaba contar la historia que le llevó hasta Tenerife II e insistía en que su vida fuera, “no era fácil”. Con una enfermedad mental diagnosticada tras su entrada en prisión, la misma que sufría también su madre, y en una familia desestructurada, comenzó a delinquir. En su juicio, lamenta, no hubo atenuantes: “Le conté todo a mi abogado y se calló la boca”, sentenció.
Un robo detrás de otro derivaron en condenas consecutivas y hasta seis años de prisión. Ahora, Kevin ve pasar el tiempo en el reloj de pulsera que cuelga de su mano, consciente de que ya no hay marcha atrás: “Me gustaría que hubiera una mayor especialización de la gente que juzga casos de salud mental, no por mí, porque yo ya… pero para que no le pase lo mismo a otro”, relató con motivo de la actividad grupal.
Cuando llegó el turno de hablar sobre la reinserción, en lo primero que pensó Kevin fue en los prejuicios. Recordó que una vez, una mujer le dijo a su madre que “en la cárcel vivimos como reyes, que no pagamos la televisión y tenemos ayudas, mientras que en los hospitales sí hay que pagarla”, dijo enfadado. Ningún interno es ajeno a lo que en la calle se habla sobre ellos, y ante esto, sienten que apenas tienen cómo defenderse: “Tuvo que ser mi madre quien le respondiera que eso no era verdad, que nuestros familiares pagan todo y que la vida en prisión no es como la pintan”.
Violencia, drogas, esposas y reincidencia. Como si se tratara de una tormenta de ideas, tanto Kevin como el resto de internos enumeraron las palabras presentes en el imaginario colectivo respecto a la prisión y que consideran, no reflejan la realidad al completo. Desde dentro, defendieron, “se hacen cosas buenas, pero eso nunca trasciende”. Así, enumeraron los casos de éxito: reclusos que estudian, dejan una adicción o consiguen un trabajo. Y antes de terminar, uno de ellos lanzó un mensaje prometedor: “Cuando salgamos, deberíamos unirnos y luchar por nuestros derechos”.
SALUD MENTAL
El centro dispone de prácticamente todos los elementos que podría tener cualquier pueblo de España, pero con el matiz de que sus cerca de mil habitantes han sido privados de libertad: “El propio impacto de verse aquí, a veces es suficiente para desencadenar una enfermedad mental”, relata uno de los siete psicólogos que trabajan en la prisión. Sentado en un muro, este profesional confirma que la historia de Kevin, antes relatada, es como la de muchos. No hay una detección temprana de las enfermedades mentales y cuando son enviados a prisión “ya es tarde”, dice con gesto sombrío. Es “tarde”, aclara después, para conseguir alternativas más “adecuadas” para estas personas, como la imposición de medidas de seguridad fuera de prisión o la realización de actividades en beneficio de la comunidad.
Los psicólogos de la prisión atienden en torno a 10 y 20 internos al día, entre citas ordinarias con personas que cumplen en segundo y tercer grado, evaluaciones a quienes acaban de llegar a prisión y valoraciones previas al disfrute de permisos de libertad. Aunque este psicólogo asegura que les “gustaría poder hacer más intervención individual con ellos”. Quienes más tiempo demandan para mejorar su salud mental son las mujeres, unas 90 internas que duermen en el módulo más apartado, una caseta de color azul grisáceo. “Vienen a expresar cómo se sienten, mientras que los internos son más directos y dicen qué necesitan”, cuenta el psicólogo, quien aclara que, por lo general, ellas entran por delitos menos violentos: “Los más frecuentes son aquellos contra la salud pública, gran parte hicieron de mulas”.
Como apoyo en la tarea de los 7 psicólogos de la prisión, al Centro Penitenciario Tenerife II acuden miembros de la asociación AFES Salud Mental, que dirige un huerto ecológico con internos que aporta verde entre muros grises y sirve de excusa para trabajar competencias personales con las personas que sufren algún trastorno mental. Al frente de este peculiar huerto está Ricardo, quien bromea con que “el fin último nunca es plantar un tomate, sino lograr la reinserción”. Además, con el mismo objetivo de lograr una segunda oportunidad para estas personas, la entidad desarrolla también el PAIEM, un Programa de Atención Integral a Enfermos Mentales que se lleva a cabo en diferentes cárceles de España.
Otra de las entidades que presta sus servicios dentro de esta prisión es la Asociación de Familiares y Amigos de Internos en la UTE (AFAUTE). Mary, una de sus profesionales, explica que desde el colectivo sirven de ayuda a los más de 80 internos del módulo de Unidad Terapéutica y Educativa (UTE), que han tenido un problema de drogodependencia y han adquirido el compromiso de no volver a consumir y de no actuar de forma violenta.
“Como el 80% de las personas presas tienen problemas de adicciones, consideramos necesario que haya más módulos terapéuticos, poder trabajar con grupos mixtos y sobre todo, contar con más recursos externos”, demanda Mary. Dentro del recinto, coordinan además a los tutores, principalmente funcionarios, que sirven de apoyo en su nueva vida sin drogas a los usuarios de la UTE.
Por su parte, Ana Almenara, trabajadora social de Plena Inclusión, comparte que el objetivo de la entidad es “mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual en la cárcel”. Para ello, Almenara expone que forman a otros internos para que sepan cómo guiar y tratar a las personas con este tipo de discapacidad. Además, denuncia que al 70% de estas personas se les reconoce la discapacidad intelectual una vez entran a prisión: “Eso significa que en los procesos judiciales previos, sus derechos no están garantizados”.