Era un niño descalzo que estudió Magisterio y se hizo periodista en Madrid. En un bar cerca de La Moncloa, fregó vasos y platos para poder estudiar, se hizo dramaturgo y fue actor con María Fernanda de Ocón en el Teatro Lara.
Al cabo de un centenar de libros y diez mil artículos, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) le rindió un homenaje. Gilberto Alemán se pasó la una vida metido en la Isla y dedicado a la prensa, a caballo del mito de un náufrago inglés y un hábil arquero de los bosques; era un contestatario (y un contestón). No salió de la Isla, tras volver de Madrid, porque no le dio la gana (su expresión favorita), aunque hiciera breves escapadas europeas, como el día que acudió al concierto de Año Nuevo en Viena.
Periodista de raza, una especie en peligro de extinción, este cronista oficial de Santa Cruz y Premio Canarias de Comunicación tenía las alforjas llenas de horas de calle y de vuelo, de notas breves y columnas de periodismo quirográfico, antes del uso holgazán del magnetofón en un oficio que había sido, como él lo conoció, de amanuenses. También tenía horas de rodaje radiofónico y vocación sinhilista como un Ramón Gómez de la Serna, al que se parecía, por cierto, en la afición por la greguería. Con todo aquel bagaje sentimental de prensa y radio sin florituras no le fue fácil salir del shock del nuevo periodismo digital que le esperaba ya en la cuneta.
Gilberto nació a la prensa en una era de popes de puño y letra, en el combate contra el franquismo. La suya fue una militancia de periodista socialista de El Día, y en la Transición cubría las huelgas y manifestaciones por Javier Fernández Quesada o Bartolomé García Lorenzo. Pero lo peor estaba por llegar, y le cayó encima después; y en cómo se rehizo radicó su mayor mérito: la persecución por nacionalista durante la caza de brujas que duró hasta el climaterio del fervor cubillista, el silencio de los petardos y la desgana de la OUA. De pronto, el ídolo progresista del gremio, el enfant terrible que todos cotizaban entre los primeros espadas de la profesión, cayó en desgracia, lo buscó la policía y se lanzó a un exilio caraqueño como un apestado que duró unos años. Con la calma de la Constitución, regresó a la Isla, pero era un periodista marcado. Sin embargo, se repuso, creó una agencia de prensa y un género de venta ambulante de mucho éxito: carpetas de fotos antiguas en blanco y negro.
El pasado, esa fue su mina particular, y el futuro académico canario de la lengua volvió a levantar cabeza con aquella mirada de Morgan Freeman, reinventándose una y otra vez. No encuentro otro ejemplo mejor para definir lo que significa empezar de cero. Gilberto fundó, en efecto, la primera agencia informativa independiente de las Islas (la agencia SID); dirigió revistas ocasionales y gabinetes de prensa; volvió al micrófono en Radio Club y se enroló en La Tarde, a remar contra corriente en el viejo vespertino; publicó sin descanso libros de la guerra civil y las historias locales, y todo ello le sacó del apuro de parado de lujo de un oficio que cada día tenía menos que ver con el fulgor del nuevo periodismo de Norman Mailer de su juventud, tras la llegada de Internet, esa intrusa de la casa.
Gilberto dirigió, en la sombra, el DIARIO DE AVISOS, antes de su refundación en Tenerife en los años 70. Tanto esta casa como La Opinión de Tenerife rehabilitaron la firma del periodista, con sección fija, y Ediciones Idea difundió al escritor con tiradas populares de sus obras de bolsillo.
Era terco e íntegro. Que lo llamaran abuelo en lugar de maestro, le jodía, y al cáncer lo miraba de frente con el hábito mortal de un pitillo en la boca, creyéndose Humphrey Bogart. Gilberto, Adrián, Ventura…, los Alemán han sido artistas, periodistas y escritores que heredan y enredan las musas de padres a hijos, son ácratas e irascibles, tiernos, pródigos y geniales. Como Ernesto Salcedo o Alfonso García Ramos o Francisco Pimentel, Gilberto enseñaba el espolón de polemista.
Tenía memoria de drago. Hijas y esposa. Iris Fariña, la mujer que mejor le conoció, contaba que en la dictadura, los artículos de Gilberto y sus posiciones públicas y publicadas les costaban insultos telefónicos anónimos y amenazas. Gilberto tenía una arrogancia irónica y una vena transgresora en el filo de una timidez ególatra que imitaba la soberbia fielmente. Con el paso de los años, comprendí la naturaleza de su vanidad de niño.
El hijo de Luisa y Ventura quería ser un robinson en San Borondón y un robinhood en su bosque, más al estilo del subcomandante Marcos que del asaltador de caminos, por el hecho de tener que vivir teniendo siempre una causa a mano. En el café Montecarlo de la Avenida de Anaga, viéndole el hocico al Atlántico, había redactado la Constitución de ese islote sentimental con sede consular en la calle de Puerto Escondido.
Ecologista y fundador de ATAN, bautizó un volcán. No sabían qué nombre ponerle y a él se le ocurrió Teneguía. Era un fan de los molinos de agua y de viento, del movimiento de sus aspas y del aroma del gofio de la molienda. Y vivía como un rajá en su casa de Tacoronte, donde nadie lo molestaba. Narró mil veces su historia favorita: que Shakespeare había elogiado los malvasías con Falstataff. ¿Dónde está ahora? En San Borondón.
La APT pidió su nombre para la sala de prensa del Parlamento de Canarias
La Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife (APT) solicitó al Parlamento de Canarias que la sala de prensa de su sede llevara el nombre del periodista Gilberto Alemán de Armas (La Laguna, 1931-Santa Cruz, 2011), en reconocimiento a su dilatada trayectoria de más de 40 años de ejercicio profesional. Premio Canarias de Comunicación 1995, consagró la mayor parte de su vida a la labor periodística, contribuyendo a la recuperación de las libertades y la democracia en nuestro país. A su trabajo como reportero, redactor, comentarista y director de publicaciones, Gilberto Alemán unió sus incursiones en la radio, la televisión y el teatro. Incansable cronista de las costumbres y tradiciones isleñas, con un sinfín de artículos, muchos de ellos recopilados en libros, su ejecutoria estuvo marcada por el talento y un conocimiento profundo de Canarias y de sus gentes. En mayo de 2008, durante el homenaje que la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España) rindió a Alemán de Armas, el entonces presidente del Parlamento de Canarias, Antonio Castro Cordobez, anunció que la sala de prensa de la Cámara pasaría a llamarse Sala Gilberto Alemán.