mis queridos amigos y enemigos

‘Dos Guerras y un Destino’, mi último libro, es una historia de amor

Johannes Morgenstern, policía, cromador y fotógrafo alemán, llegó a las Islas Canarias en 1928, por motivos de salud, y él y su familia vivieron en Tenerife una verdadera odisea
En la playa de Martiánez del Puerto de la Cruz, de izquierda a derecha, Hans (hijo), la enfermera Deda, Helga, Marle y Johannes. Año 1928. DA
En la playa de Martiánez del Puerto de la Cruz, de izquierda a derecha, Hans (hijo), la enfermera Deda, Helga, Marle y Johannes. Año 1928. DA
En la playa de Martiánez del Puerto de la Cruz, de izquierda a derecha, Hans (hijo), la enfermera Deda, Helga, Marle y Johannes. Año 1928. DA

Esta historia comenzó a gestarse mucho antes de La Noche de los Cristales Rotos, la Kristallnacht, cuando los nazis comenzaron a quemar las sinagogas de Berlín, a asaltar las casas de los judíos, a humillarlos, a robarles y a perseguirlos cruelmente por las principales ciudades, antes de enviarlos a los campos de concentración.

Cuando yo creía que ya no me animaría a escribir más relatos en forma de libro, resulta que la familia Morgenstern me ha pedido sacar a la luz una historia que tiene bastante de novelesca: la de un hombre, Johannes Morgenstern, que recaló en 1928 en el Puerto de la Cruz para recuperarse de una grave dolencia de riñón que exigía un clima cálido para mejorarla. Había respirado gas mostaza durante la primera Guerra Mundial. La de él y la de su esposa e hijos.

He terminado el relato y me parecía interesante que ustedes fueran los primeros en leer una síntesis del primer capítulo. Aquí está. El libro aparecerá en los próximos meses y está muy documentado, con más de sesenta fotos de la época. El archivo portuense de Johannes Morgenstern, un excelente fotógrafo, fue donado al Ayuntamiento del Puerto de la Cruz por Helga Morgenstern Ritzen, su hija. Ella tiene 90 años y una memoria prodigiosa, que me ha permitido hilvanar el relato.

Johannes, cuyo apellido significa en castellano “Estrella de la Mañana”, disfrutaba de una holgada posición económica. Vivía en la mejor zona de Berlín y visitó a los grandes médicos alemanes de la época, que le recomendaron que hiciera funcionar su riñón, pero en un lugar cálido, que le permitiera transpirar con menos esfuerzo que en Alemania. Y se vinieron a Canarias, primero a Las Palmas, luego al Puerto de la Cruz.

En Alemania se habían celebrado elecciones parlamentarias en la República de Weimar. Por primera vez, el partido nazi tenía una presencia, aunque exigua, en el Reichstag. El clima político en la nación centroeuropea no era preocupante. Las fábricas trabajaban a todo ritmo, la monarquía ya no existía y el káiser Guillermo II se había exiliado a Bélgica, que se había mantenido neutral en el primer conflicto bélico. Todavía siguen allí sus restos porque en su testamento había dicho que sólo regresaría a Alemania cuando se restaurara la monarquía. Y, la verdad, Alemania no va camino de eso.

Ustedes se preguntarán por qué yo voy a escribir esta breve historia, de la que no tengo otras referencias que la memoria excelente de Helga Morgenstern Ritzen, aquella niña que contaba entonces con dos años de edad y que acompañó a sus padres en su viaje a las Islas. Y de una excelente colección de fotografías familiares guardadas con celo por Helga.

En la casa familiar de La Dehesa, Marle y Johannes y sus hijos, Helga y Hans. Probablemente en 1929. DA
En la casa familiar de La Dehesa, Marle y Johannes y sus hijos, Helga y Hans. Probablemente en 1929. DA

Alemania había padecido las consecuencias de la Primera Guerra, pero nada parecía predecir entonces el crecimiento del nazismo y la actuación de un dictador terrible, un loco como Adolfo Hitler, el criminal que mandó asesinar a miles de seres humanos de la manera más cruel.

¿Cómo eran las Islas Canarias en aquel tiempo? El puerto de Las Palmas fue donde recaló el barco que trajo a la familia Morgenstern, probablemente desde Génova, porque el lugar de salida no lo recuerda Helga. Esta tierra era singular, poseía un clima subtropical, la pobreza reinaba sobre todas las cosas; algunos extranjeros, fundamentalmente británicos, se curaban aquí de la malaria contraída en África y había en Tenerife una pequeña colonia alemana, liderada entonces por el cónsul, Jacobo Ahlers, que a su vez mantenía pingües negocios de exportación de frutas y flores entre Canarias y su país.

Johannes Morgenstern (Hans para la familia) había trabajado para la Policía de la República de Weimar, que intentó, tras el final de la Primera Guerra Mundial y de la monarquía, que Alemania se convirtiera en una democracia parlamentaria, en la que viviera en paz la gente, después de padecer tantas guerras y tras la abdicación de Guillermo II. Era Hans un oficial de alto rango y una persona buena que simultaneaba sus ingresos como alto funcionario jubilado con la dirección de una fábrica familiar que cromaba objetos de metal. Y con la fotografía.

La llegada a las Islas significó un choque tremendo para la familia. Era esta una tierra agreste, en la que se veneraba a los extranjeros y se les miraba como a bichos raros, sin las comodidades de aquel Berlín, que era el centro de Europa: buenos médicos, excelentes hospitales, los mejores restaurantes, las fiestas más fastuosas, los automóviles más modernos, las noches más alegres. Todos los restos del Imperio, superada y casi olvidada la guerra anterior. La familia vivía en Berlín, en la exclusiva zona de Tempelhof. Y llegó aquí con una enfermera, asignada por la Cruz Roja Alemana, exclusivamente para curar al maltrecho jefe de Policía. Era una especialista en tratar a enfermos crónicos. La llamaban Deda. Y llegó la enfermera a las Islas con Hans y Marle (que procedía de Colonia y su nombre castellanizado era María Magdalena) y con sus hijos Hans (nacido en 1922) y Helga (nacida en 1926). La joven esposa, Marle, contaba entonces con 28 años.

El Puerto de la Cruz sería su destino final y concretamente un hotel, el bello Martiánez, un edificio de estilo colonial, situado en el extremo de una finca ubérrima de plataneras, cerca de la playa del mismo nombre y propiedad de la acaudalada familia Fernández Perdigón, cuyos dos miembros principales, Sebastián y Pedro, administraban con mucho provecho los terrenos de su propiedad. No pasaron desapercibidos al apuesto Pedro Fernández Perdigón, un soltero de oro, ni la belleza de Marle, ni el porte de la familia, que alquiló varias habitaciones del hotel para instalarse, en tanto encontraran una casa cómoda donde residir.

En el momento de su llegada al puerto de Santa Cruz, desde Las Palmas, traían trece maletas enormes. Tuvieron que alquilar dos grandes automóviles de turismo, en la plaza de la Candelaria santacrucera, para transportarlas al Puerto de la Cruz, donde su llegada fue muy celebrada por sus habitantes.

Según cuenta su hija, Marle había tenido que engordar para desposarse con Johannes, unos años antes. No se estilaban en aquella época las mujeres delgadas. Era hermosa, alegre, divertida. Parecía muy sensual. Y él, a pesar de su enfermedad, poseía un carácter algo más reservado, aunque con mucho don de gentes. Y una afición, como ya hemos dicho: la fotografía en transparencias de cristal, disciplina en la que era un verdadero especialista.

Hay que decir que gracias a Helga, la hija de Johannes Morgenstern, se conservan en el Archivo Municipal del Puerto de la Cruz varias colecciones de paisajes y personajes de la época, que nos permiten averiguar, junto a las placas gráficas de otros autores como Marcos e Imeldo Baeza, John Harris Stone, etcétera, cómo éramos, la evolución del pueblo y de sus personajes.
Helga, como he dicho, cedió la colección fotográfica de su padre al Archivo Municipal portuense. Pero se guardó las fotos familiares, que son un tesoro. Yo las he recuperado y aparecen en el libro.
Johannes sólo vivió tres años más desde su llegada, pero los vivió intensamente. Su casa era visitada por aristócratas alemanes de gran prestigio social, como la princesa von Anhalt y su esposo, el barón von Loen, por ejemplo. Y por la crème de la crème de la sociedad tinerfeña de la época, como la familia Fernández Perdigón. Johannes (Hans), agotado por las secuelas del gas mostaza, fallecía en julio de 1931. Como era protestante, fue enterrado en el cementerio de La Chercha, que hoy existe, y también su tumba y su lápida.

Meses antes de morir habían recibido la visita de sus padres, Johannes y Theresa. El libro aporta una foto de los dos matrimonios en el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz. Y antes del agravamiento de su hijo Hans, sus padres quisieron conocer la Isla y seguir de cerca la enfermedad de su vástago, que disfrutaba de una relativa calidad de vida en cuanto a su enfermedad. Paseos por el Charco de la Soga y La Barranquera, por las calles portuenses. Desde el paseo de Martiánez la escena familiar era contemplada por un joven portuense, propietario de una enorme extensión de terreno plantado de plataneras y frutales, Los Llanos de Martiánez: Pedro Fernández Perdigón.

Pedro Fernández Perdigón, era lo que hoy llamaríamos un soltero de oro, al que se disputaban las chicas de las mejores familias del Valle. Un hombre educado, con vocación internacional, que había viajado por Europa y que conocía a gente muy importante de la isla y de fuera de ella. Y que mantenía contactos con el extranjero, sobre todo con el Reino Unido y Alemania. No pasaban desapercibidas sus miradas y sus atenciones a Marle, que, sin embargo, mantenía un comportamiento exquisito con su esposo enfermo. Pero ella era una mujer alegre y liberal, muy alejada de las costumbres pacatas y tradicionales de la sociedad de estas islas.

¿Qué sucedió luego? Me temo que tendrán que esperar ustedes a la salida del libro de la imprenta, pero les aseguro que estamos ante una historia de amor. Una apasionante -y peligrosa- historia de amor. El libro se titula Dos Guerras y un Destino.

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