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El detalle canario en la fatídica expedición de Franklin de la serie ‘El Terror’, de AMC

Poca gente sabe que un poco de Canarias, concretamente un poco de Tenerife, viajaba a bordo del H. M. S. Erebus y del H. M. S. Terror, los buques perdidos en el Ártico
Uno de los barcos de la expedición, en la serie 'El Terror'. / EP
Uno de los barcos de la expedición, en la serie 'El Terror'. / EP
Uno de los barcos de la expedición, en la serie ‘El Terror’. / EP

Es una de las series más populares del momento, El Terror, una producción televisiva basada en el libro del mismo nombre escrito por Dan Simmons y que cuenta qué le ocurrió a la expedición perdida de 1845 comandada por sir John Franklin en busca del Paso del Noroeste, aunque añadiendo una importante dosis de ficción a la historia real. Lo que poca gente sabe es que un poco de Canarias, concretamente un poco de Tenerife, viajaba a bordo del H. M. S. Erebus y del H. M. S. Terror cuando se desvanecieron en el Ártico.

La historia de la fatídica expedición es poco conocida, y más en España, pero en su día causó un grandísimo impacto en la sociedad de la época, especialmente en la británica, por supuesto, aunque también en la estadounidense. El Erebus y el Terror eran los barcos más modernos y famosos del momento y contaban con la heroica figura de sir John para dirigirlos. Nada podía salir mal. O al menos eso creía la petulante sociedad victoriana después de casi un siglo de descubrimientos por todo el mundo: el hombre civilizado británico puede superar a la naturaleza en cualquier escenario. Por eso la desaparición de estos dos barcos y el fracaso en la búsqueda del Paso del Noroeste fue tan difícil de asimilar. Es, guardando las distancias, como si hoy día desapareciera sin dejar rastro un avión con las personas más admiradas de este país a bordo. Nadie podría creer que los héroes nacionales pudieran simplemente desvanecerse.

La serie de televisión, que está cosechando un enorme éxito y que ha emitido su último episodio esta semana, añade a la historia real un componente de fantasía. Sin embargo, el horrible final que esperaba a los hombres de Franklin fue tan espantoso por sí mismo que ese elemento fantástico está de más en esta historia.

En aquel momento el escorbuto ya no causaba, como antaño, estragos entre las tripulaciones navales, aunque sí podía provocar alguna que otra baja durante los viajes más largos. Una o dos muertes durante una misión de varios años podía considerarse una circunstancia normal. De hecho, como demuestra Scott Cookman en su libro Ice blink, el porcentaje de fallecidos en las expediciones enviadas entonces en busca del Paso del Noroeste era de solo un 1,16% de los tripulantes.

Cuando los hombres de Franklin abandonaron en 1848 los barcos atrapados en el hielo, el porcentaje de fallecidos ya superaba el 18% de la tripulación de 129 hombres. Los médicos debieron de haberse alarmado ante tales cifras. Algo no iba bien a bordo, pero era imposible que supieran de qué se trataba. Y aquí es donde el elemento tinerfeño entra en juego.

Un poco de Tenerife para ayudarles

En el Erebus viajaban un cirujano y un asistente (Stanley y Goodsir), lo mismo que a bordo del Terror (Peddie y McDonald). Pero en aquella época, un cirujano no era un médico como lo es hoy día. Más bien se trataba de alguien que reparaba huesos, cosía heridas o amputaba miembros. Los médicos eran otra cosa y la medicina distaba mucho de la actual.

Aceite de castor, jarabe de esquirlas, polvos de Dóver, láudano, mandrágora o azúcar de plomo eran algunos de los ingredientes (algunos, de hecho, venenosos para el ser humano) que se usaban entonces y que fueron a bordo de estos barcos para tratar a sus enfermos.

Expedición de Franklin, en un cuadro de la época. / EP
Expedición de Franklin, en un cuadro de la época. / EP

Siguiendo la creencia de la época, en la lista de provisiones del Erebus y el Terror se incluyó un curioso remedio. Tal y como señala Cookman en Ice Blink, ambos barcos transportaban “vino para los enfermos”, ya que se pensaba que algunas bebidas espirituosas ayudaban a hacer la digestión a quienes estuvieran convalecientes y les aportaban una dosis extra de vigorosidad. Ese vino no era otro que “vino blanco de alta calidad de la isla de Tenerife que, sin duda, era tan potente como el ron, pero más fácil de digerir para un enfermo”. Cookman detalla que cada uno de los barcos zarpó de Inglaterra con 100 galones de vino blanco tinerfeño.

Sin embargo, los cirujanos de la expedición no estaban preparados para lo que se les venía encima. De hecho, los conocimientos médicos de la época eran incapaces de tratar o siquiera detectar los síntomas del botulismo, aquello que determinó el trágico final de esta expedición tras ingerir alimentos mal conservados y contaminados por plomo y bacterias.

Objetos de la expedición encontrados abandonados en la Isla del Rey Guillermo. / WIKIPEDIA
Objetos de la expedición encontrados abandonados en la Isla del Rey Guillermo. Destaca la caja de madera que portaba las medicinas y remedios. / WIKIPEDIA

Hoy día, tras siglo y medio de indagaciones, el misterio ha sido prácticamente desvelado y ya es una certeza que la expedición zarpó con su destino sellado cuando basó casi todas sus reservas de comida en latas de conserva de pésima calidad. La codicia del Almirantazgo fue lo que, en última instancia, condujo a estos hombres a la enfermedad y la locura, al canibalismo y la congelación.

Probablemente, ante los primeros síntomas del botulismo (dolor de tripa, náuseas y vómitos, entre otros), Stanley, Goodsir, Peddie y McDonald administraran a los enfermos dosis de vino de Tenerife para darles fuerzas y facilitarles la ingesta de alimentos. Tal vez agotaran las reservas de estos caldos en el intento de combatir el malestar generado por la bacteria Clostridium botulinum. Pero todo habría sido en vano y uno a uno los 129 miembros de la última gran expedición en busca del Paso del Noroeste fallecieron en horribles circunstancias.

La búsqueda de los restos de la legendaria expedición continúa hoy día y recientemente se han hallado en el frío mar, frente a la Isla del Rey Guillermo, los restos sumergidos del Erebus y el Terror.

Tal vez en algún lugar de sus oscuras bodegas, aún intactas, esté esperando, puede que sin haber sido nunca descorchada, una botella de aquel vino blanco de Tenerife que partió con Franklin y sus hombres en busca de la gloria, hace ya tanto tiempo.

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