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Historias que ponen rostro a los números de la pobreza en Santa Cruz

Más de 10.000 personas comen en Santa Cruz gracias a la ayuda de alimentos; María (nombre ficticio) es una de esas madres de menores que se apoya en entidades de reparto
María tiene 47 años, tres hijos, y desde hace seis años es usuaria de la Asociación Kairós, a donde acude una vez al mes a recoger los alimentos a los que tiene derecho por la ayuda municipal. Fran Pallero

En Santa Cruz, más de 2.500 niños comen gracias a las entidades de reparto de alimentos que colaboran con Bancoteide. Este era el titular que hace unos días publicaba DIARIO DE AVISOS, unos datos fríos detrás de los que hay vivencias que, como dice la protagonista de este reportaje, no pueden juzgarse a la ligera porque, todos, “tienen su propia historia”. La de ella, la de María (nombre ficticio), es la de una de esas familias con menores que necesitan del Banco de Alimentos para comer. Desde hace seis años es usuaria de una de esas entidades colaboradoras de Bancoteide, la asociación Kairós. Con 47 años, sorprende la serenidad con la que afronta que con su edad, sin formación y sin experiencia laboral, su futuro pasa por “tener salud” para seguir trabajando por horas como empleada de hogar, sin contrato, y esperar a que pueda recibir alguna ayuda a la que ahora no tiene derecho porque nunca ha cotizado. María se divorció hace seis años. Ahí empezó su “lucha diaria” para dar de comer a sus tres hijos.

Aunque admite que los primeros pasos tras el divorcio fueron muy duros, también valora que lo que le ha pasado le ha hecho ser más sensible con el entorno y “poner los pies en el suelo”. “A raíz de mi divorcio tuve que volver a trabajar limpiando casas, que es lo que hacía antes de casarme”. Además de encargarse de sus hijos también paga la hipoteca, el agua, la luz… Explica que tuvo que recurrir a las trabajadoras sociales para hacer la derivación de alimentos a Kairós, a donde acude una vez al mes. “Afortunadamente, me he encontrado con gente buena que me ha ido diciendo las cosas a las que tenía derecho como la ayuda para mis hijos, el comedor o el transporte del colegio”, explica María.

Cuando se le pregunta si fue difícil acudir a los servicios sociales en busca de ayuda, responde que no. “Te ves responsable de tus hijos, eso es tan grande, que, en mi caso, ni me lo planteé. Mis hijos me necesitan y dependen de mi, me da lo mismo a dónde tenga que ir para que estén bien”. Insiste en que, a pesar de todo, de las noches sin cena para que sus hijas sí la tuvieran, “dentro de todo, ha sido para bien porque nos ha hecho más sensible a lo que nos rodea”. Una sensibilidad que ha inculcado a sus propios hijos, haciéndolos responsables y conscientes, dice, de que, “no pueden tener todo lo que quieren en el momento y deben cuidar lo que tienen”. María se emociona recordando los primeros Reyes tras su divorcio. “Al principio de mi divorcio, como es lógico lo pasé muy mal. Fue en octubre, y en enero yo no tenía nada que dejarles a mis hijas para Reyes”. Hace una pausa para serenarse y continúa. “Me acuerdo que llegó una chica que yo conocía y que tenía una amiga que estaba quitando una tienda de juguetes. Le dijo que si podía donar algunos para las niñas. Ese año, esa persona, me suplió con los juguetes de mis hijas. Eran unas muñequitas con unas bicicletitas, pero, como eran pequeñas (6 años), para ellas fue suficiente”, detalla esta mujer que, añade que, “ese año fue emocionante, no solo porque esa persona me cubrió la necesidad física sino también la del alma, la de la impotencia de no poder a tus hijas unos juguetes”.

“Son esas vivencias las que ahora inculco a mis hijas y a mí misma”, dice María. Y es que, en la actualidad, es ella la que dona lo que ya no utilizan o las niñas ya no necesitan. “Son tan cuidadosas que casi todos sus juguetes están nuevos. Ellas mismas me piden que no tire nada y que los done”, dice orgullosa.

Esta mujer, cuyos ingresos mensuales apenas superan los 400 euros, explica casi con orgullo que no ha estado los seis años pidiendo ayudas a los servicios sociales. “Mi madre me ayudaba cuando podía y, ahora que ya no puede tanto, pues si compra unas papas y yo no tengo, me deja algunas y así vamos tirando. También el padre de las niñas, con el que me llevo muy bien, aparte de la manutención que les pasa, si tengo gastos en el colegio también me ayuda”.

María trabaja por horas y, aunque hay casas en las que limpia de manera fija algunos días por semana, “a veces me dicen que no vaya un día, y bueno, ese día no cobro, pero la verdad es que he dado con gente muy buena y muy solidaria”.

Se muestra agradecida con la gente que la ayuda, y, sobre todo, con la que es buena con sus hijas. “Yo nunca he salido de aquí y me gustaría poder llevar a mis hijas a una isla a pasar unos días, pero como no puede ser, alguna de las familias para las que trabajo nos ha invitado a pasar algunos días en el sur y la verdad es que estamos muy agradecidas por el trato que nos dan. He encontrado gente muy solidaria”, insiste.

Cuándo se le pregunta qué le hubiera gustado hacer y no ha podido en estos años, se queda pensativa, y de nuevo pone a sus hijas como protagonistas. “Sinceramente, poder ir con ellas a algún sitio de viaje”, para, a continuación, dejar claro que “lo que lo que yo quiero es que estudien. Me sacrifico ahora para que mis hijos aprovechen y se formen y que no tengan que pasar por lo mismo que yo”. La cara se le ilumina cuando habla de su hijo mayor, universitario y con un objetivo, sacar unas oposiciones para Policía Nacional. “Estoy muy orgullosa de él. Es un chico que ha vivido conmigo esta situación y le ha dado mucho valor y eso lo ha hecho responsable y luchador. Estoy segura de que va a conseguir lo que se proponga”, dice con una sonrisa. María no quiere olvidarse del voluntariado, de lo importante que es dedicar tiempo a los demás. “A mi me han ayudado mucho y si puedo ayudar a los demás, lo voy a hacer”, concluye.

“Se tiene que regular un salario justo para que no haya estas desigualdades”

Benjamín Barba es el presidente de la Asociación Kairós. Lleva 10 años repartiendo alimentos entre las personas que llegan a la entidad derivadas de los servicios sociales de la capital, más de 2.000. Cuenta cómo, en 2015, “comenzamos a ver que el número de gente con trabajo que acudía a buscar alimentos crecía de manera notable. Tres años después esa tendencia se ha duplicado”. El motivo es claro: “Hablamos de trabajos precarios, por horas, con salarios que no llegan a los 600 euros, un dinero con el que una familia no puede vivir dignamente”.

A este perfil se une otro, el de la cronificación de la pobreza. “Hay personas que saben que nunca más van a volver a trabajar, no solo por motivos de salud, sino también porque han perdido la habilidad para trabajar, aspectos básicos que van desde saber estar en un lugar, hasta ir aseado o cumplir con un horario”. “Después de que una persona -continúa- pasa más de un año parado, luego la reinserción laboral es más complicada, le cuesta un tiempo coger esas habilidades”.

Insiste Barba en que, aunque los índices bajen, “cuando hablamos de pobreza lo hacemos en referencia a personas que no tienen suficientes recursos para llegar a fin de mes. Esa idea que se sigue asociando a la pobreza, la que podemos ver en el Pancho Camurria, no es la de la mayoría y, en buena parte, que se siga dando se debe a la vergüenza social”. Explica que “a nadie le gusta decir que va a buscar comida. Las personas quieren llevar esta situación de la forma más digna posible”. “Nadie quiere que se les identifique con que lo pasa mal económicamente”, insiste.

El presidente de Kairós tiene muy claro lo que hace falta para revertir esta situación. “Se tiene que regular un salario justo para que no haya estas desigualdades”. Pero, también, “las administraciones tienen que ser conscientes, porque no lo son, de que las diferentes ONG estamos aportando mucho y no solo me refiero a Kairós. En Tenerife tenemos más de 300, que estamos haciendo un trabajo que debería realizarse desde las administraciones. La sensación que nos queda es que la Administración solo viene a hacerse la foto cuando le conviene”.

Más de 25.000 beneficiarios en toda la provincia occidental

Las cifras que apoyan este reportaje resultan demoledoras. En estos momentos, son más de 10.000, las personas que, en Santa Cruz, comen gracias a la ayuda que reparte el Bando de Alimentos de Tenerife, Bancoteide. En toda la provincia se supera la cifra de 25.000 personas que reciben ayuda a través de un centenar de ONG.

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