Por Salvador Pérez
Hay profesiones y profesiones. La mayoría son muy reconfortantes y estimulantes, especialmente la mía: la de educar, porque recibimos a cambio de nuestro trabajo el premio de contar con alumnos que nos dan sombra, que nos dan orgullo y que recordamos ¡y nos recuerdan!
Y es que la educación es esa agua que va y viene, llena de recuerdos, añoranzas, alguna lágrima, algunas lágrimas, alguna alegría, muchas alegrías, emoción, emociones y sobre todo trabajo, trabajo, trabajo. Esfuerzo, sacrificio, tenacidad, volver a empezar, seguir, caminar. Caer y levantarse, levantarse y caer. Volver a caminar. Con el poeta, hacer camino al andar, porque el camino de la educación y de la vida, siempre, siempre es un Camino Largo.
Ese fue el nombre del colegio lagunero donde estudió este alumno, Álex García, hoy importante actor de cine, teatro y televisión y del que fui profesor-tutor en esos años en que la vida es una flor de muchos pétalos y a punto de abrirse.
Álex García era un torbellino, una rueda de fuego humana, un jiribillla, un no quieto, un no parar, intenso, agobiante, quería “hacer lo suyo”, que es ahora lo que tiene. “Siempre he sido un buscavidas, un culo inquieto, me lo he currado muchísimo”, declaró en una magnifica entrevista aquí, en DIARIO DE AVISOS, el 12 de noviembre. No era un líder, pero sí un compañero respetado y, ojo, querido por todos. Un culo desinquieto. Físicamente era un ferringallo, o sea, una persona de cuerpo delgado y menudo, nada que ver con el guaperas en que se ha convertido hoy.
Estaba en el Colegio Camino Largo de La Laguna en una clase excelente, formidable, de un gran nivel de conocimientos y de exigencia personal por ambas partes: alumno y profesor. Ellos sabían “que la casa tenia dueño”, en frase acertada de Miguel Suárez, el profesor de Educación Física. En Navidad, en Carnavales, en cualquier acto, siempre alumnos dispuestos, sin esconderse, una clase preciosa llena de macetas, de vida, de cuadros, de detalles artísticos, todo pulcro y ordenado…
Les daba clase de Ciencias Naturales y Plástica, aunque yo era profesor de Geografía e Historia (otros alumnos me dicen con cariño: “La culpa de que yo viaje tanto es por tu culpa”). Yo llegué al colegio de rebote, pues procedía del triste y vergonzoso caso Aneja, cuando la Consejería de Educación (con aquel inefable consejero Mendoza) desposeyó a 16 profesionales de la educación de sus plazas legítimas. El tema llegó a los tribunales, al Diputado del Común y al Parlamento: incluso estuvimos encerrados 13 días y 12 noches en el despacho del propio consejero. El que resiste- con razón- gana.
La clase de Tutoría, última hora de la semana, los viernes, era con un especial Orden del Día, yo sentado entre ellos, un alumno llevando el ritmo de las intervenciones, mi voto era igual, una democracia plena. Y en esto que Álex se ponía loco por hacer sus cosas: artísticas, por supuesto. Teatro, imitaciones de actores y actrices, una inolvidable Carmen Sevilla. Estaba obsesionado: quería más de un cuarto de hora.
Yo iba timoneando el tiempo y él era feliz con lo ofrecido, con el agrado de sus compañeros y de un profesor que se sentía orgulloso de aquel alumno que no paraba.
Decía en la entrevista de DIARIO DE AVISOS: “Siempre he estado rodeado de mujeres”. Y es verdad: en mi clase tuvo excelentes compañeras, de gran preparación y sentido de la vida; de las que daban sombra a un profesor. Y la madre de Álex siempre preocupada porque estudiara, “lo primero es estudiar”, decía en sus visitas de cada lunes a mí como tutor.
Y es que en la educación el binomio es el mismo: alumno y profesor, un frente a frente que nunca debe ser ningún frente, ninguna pared enfrentada, ningún muro a saltar, sino un camino abierto, algunos con piedras y escollos, pero que hay que intentar solventar con las herramientas del esfuerzo compartido, la responsabilidad asumida, la exigencia a punto, la disciplina sin que se note, la sensibilidad a borbotones, la imaginación como divisa… No son cantos de sirena, ni palabras en el vacío, porque la educación debe ser la meta común, el mar de todos los atardeceres, el mañana de todas las mañanas, el futuro por descubrir, el presente por el que luchar, el pasado como espejo y referencia.
Ahora son otros tiempos. Mucho se ha cambiado, mucho se está cambiando y las buenas y malas lenguas dicen que para peor, que no son buenos tiempos para la familia. Que se ha perdido responsabilidad y que la libertad se confunde con libertinaje, que junto a la cara esencial de los derechos no aparece la otra, también fundamental, de los deberes. Con profesores del miedo a la depresión, de la ansiedad al tranquilizante, que no pueden con sus alumnos y que dicen que “es difícil hacerse respetar en el aula cuando no nos respetan en la sociedad”. Y que es que hay que hacer real esa frase para la absoluta reflexión: “Lo que no nos gastemos ahora en maestros no lo gastaremos mañana en policías”. Y la enseñanza pública siempre llevando la peor parte, con mayor porcentaje de inmigración, con mayor número de alumnos conflictivos, de familias desestructuradas, y de menores recursos… pero hay que seguir: educar y no solo instruir. Educar en la variedad y en la diversidad. Y acercarse al alumno con alegría y eficacia: para que haya alguna luz entre tantas sombras.
Como me fue a mí con Álex García, en recuerdo perenne de profesor a alumno. ¡Y que nos siga dando vida con sus éxitos!