centenario de césar manrique

“César creyó como un niño en el porvenir”

Representantes de la cultura de las Islas califican a Manrique como un “héroe de la naturaleza” y subrayan que “su voz se percibe con mucha más claridad y contundencia que toda la legislación promulgada contra la devastación de nuestras islas”
CÉSAR MANRIQUE PORTADA
CÉSAR MANRIQUE PORTADA
Manrique asombró al mundo con su desorbitada creatividad. / CEDIDA

Visibilizar el patrimonio natural y cultural de Canarias y, especialmente, el de su Lanzarote natal, educando la mirada colectiva y hacerlo desde una perspectiva modernista, reinventando paisajes sin alterar su pureza. Ese fue el gran legado de César Manrique, un artista comprometido con su tierra, que mostró una rectitud insobornable a la hora de defender sus principios morales y en la búsqueda de la belleza.

Este factor, el de matrimoniar la ética y la estética, lo proyectó como un referente artístico a escala internacional, pero también como un líder social en un Archipiélago donde se erigió en un David volcánico capaz de enfrentarse y hasta de tumbar, mientras pudo, al Goliat revestido de cemento y hormigón.

Su obra se expandió por un cosmos de arte, naturaleza y territorio, los tres ejes sobre los que vertebró su mensaje visionario como salvavidas precoz frente al tsunami que se avecinaba en forma de un desarrollismo voraz imparable al socaire del auge turístico, la nueva industria que a finales de los años 60 adquiría dimensión de fenómeno mundial y que amenazaba con devorar el paisaje.
César lo advirtió, alzó su voz y se desgañitó en la defensa de un crecimiento inteligente. Su grito aún retumba en unas islas con demasiadas heridas y cicatrices en su dermis de lava.
Varios representantes del mundo de la cultura y amigos de César Manrique valoran en DIARIO DE AVISOS el significado de su obra y la vigencia de su discurso. Y lo hacen desde la admiración y el afecto que profesaban al genio conejero y, sobre todo, desde la nostalgia por aquel faro que, hasta su último destello, iluminó conciencias y prendió un sentimiento de amor propio a unas islas que siguen echándole de menos con la misma sensación de vacío que aquella tarde de septiembre de 1992 en que salió al encuentro de la eternidad.

“Creyó como un niño en el porvenir. Su inmortalidad se la dio la isla a la que amó con la fe de los adolescentes. Nada de lo que tocó dejó de ser natural o humano, pues su tacto era el de la ternura por una tierra a la que quiso sacar de la pobreza. Su inteligencia era también la de los jóvenes, capaces de empeñarse en guerras de las que saben que pueden ser heridos”, explica el escritor y periodista Juan Cruz, que no duda en calificar al sabio lanzaroteño como un “héroe de la naturaleza, como una palmera de Haría, el lugar al que quiso dedicar sus últimos tiempos de soledad o de meditación”.

Para el escritor y filólogo Juan-Manuel García Ramos, “el arte está por igual en el Manrique arquitecto que en el urbanista, en el decorador y en el ecologista, en el escultor y el jardinero… Nada le impidió proyectar su lenguaje en sus ocupaciones preferidas, con las que sufrió y se divirtió, se obsesionó y se complació”.

En su opinión, el artista fue un ejemplo de lucha contra la destrucción del medio natural. “Defendió sin descanso la razón oculta y la inteligente energía de la naturaleza insular, la necesidad de aprender de nuestro propio entorno y de no dilapidar ese patrimonio”. García Ramos percibe aún su voz, la que condenó los vacíos legales, la ausencia de planificación de los espacios y la especulación, “con mucha más claridad y contundencia que toda la legislación promulgada contra la devastación de nuestros frágiles territorios insulares”.

El artista palmero Luis Morera define a Manrique como “una energía que no se apaga, que en vida y después de ella sigue proporcionando un legado que traspasa las fronteras creadas desde lo humano para dejarnos escrito sobre fuego su espíritu combativo y guerrero como Tanausú, el palmero que no se rindió y dejó impregnado para siempre su nombre escrito en el fuego”. Para el pintor y exvocalista de Taburiente, “hablar de César es hablar de amor a la vida, de una vida intensa, creativa, que, como un volcán activo, no dejó de emitir fuego, lava”.

El músico Benito Cabrera subraya la fidelidad del artista con su tierra, pero sobre todo su magisterio proyectado en un mensaje cargado de sentido común y de esperanza. “César fue para los de mi generación un faro, un promotor de compromiso, autoestima, sensibilidad y conciencia. Su obra y su manera de vivir constituyen un legado impagable”, afirma el timplista y director musical de Los Sabandeños, que junto a Chago Melián llegó a interpretar unas folías a los pies de la tumba de César, en el cementerio de Haría.

La exconsejera de Turismo Dolores Palliser conoció a César antes de llegar al Gobierno de Canarias. Está convencida de que “su espíritu pervive e influye mucho más que cualquier norma urbanística”, y traza un retrato preciso de su aportación a la cultura insular. “Ha sido, por excelencia, el arquitecto de la naturaleza. Ninguno como él ha integrado la lava y el paisaje de Lanzarote en la arquitectura”.

Palliser destaca, por encima de todo, su “descomunal talento” para plasmar las ideas que brotaban en su cabeza. “Su creatividad no tenía límites, con cuatro piedras o cachivaches hacía una obra de arte”. No olvida un detalle de su ingenio: “El día de mi boda nos casó el juez Eloíno Perdomo, cuya afición era cultivar cactus en Mala. Manrique nos comentó entonces que él podría hacer un jardín de cactus único en la Isla. Confié en él y del escaso presupuesto de la Consejería aportamos los 25 primeros millones de pesetas. Hoy, el jardín público de Guatiza es un icono de Lanzarote”.

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