editorial

Editorial | El día después y la solución definitiva al bloqueo

El hundimiento de Cs es el resultado de un cúmulo de despropósitos en canarias y en madrid. suben dos fuerzas conservadoras, PP y Vox, pero el nacionalismo de derechas (ATI-CC) pierde un escaño en la provincia tinerfeña dejándose más de 25.000 votos

El consenso del censo. La foto de las elecciones generales de ayer expresa que, más allá de la hecatombe de Ciudadanos (Cs) y el despegue inusitado de Vox, dos grandes fuerzas políticas, PSOE y PP, que suman más de 200 escaños, pueden, si quieren, desbloquear políticamente el país en un cuarto de hora, en virtud de la mayoría absoluta más a mano tras el escrutinio de anoche. Pero, además, la aritmética permite alianzas de otra naturaleza, más complejas y arriesgadas, pero no imposibles. El PSOE está legitimado para ello, intentarlo de nuevo con fuerzas de izquierdas y nacionalistas. Siempre podrá decir que lo primero es el desbloqueo y no hay camino prohibido para que España eche a andar.

Sánchez se compromete a formar, “esta vez sí o sí”, un Gobierno, el objetivo que no pudo cumplir tras el 28-A y que provocó la consulta de ayer. Las dificultades para ello no son pocas, ni menores que entonces, y ante la evidencia de una orografía de pactos cuesta arriba, no cabe descartar, también esta vez sí o sí, que socialistas y populares ensayen, en última instancia, una suerte de acuerdo histórico, de legislatura o Gobierno, para evitar unas nuevas elecciones. Conscientes son, como nunca, de que los ciudadanos no tolerarían una llamada a las urnas por tercera vez este año. Rozaría la estulticia, la necedad, la tomadura de pelo.

Si son necesarios 176 diputados para investir a un presidente, esta vez no caben más excusas, y las salidas al bloqueo son más directas que nunca: sumar y sumar hasta dar con esa cifra inexcusable. Ese es el espíritu que se desprende del “sí o sí” presidencial. Por la ineptitud de los líderes se perdió la oportunidad de romper los candados de un acuerdo cuando la solución era fácil; ahora ya no bastaría con la abstención de PP y Cs. El electorado ha dicho su última palabra y, si excluimos a Vox del juego de equilibrios de poder, cabe afirmar que ayer las urnas retornaron el Congreso a la España del bipartidismo, a la hora de repartir las llaves para el maldito desbloqueo. Venimos de un periodo de sequía de los principales valores heredados de la Transición: el diálogo y el consenso para salvar los grandes escollos políticos y económicos. Esta vez y no más. Y como España es un país heterogéneo, en lo territorial e ideológico, es comprensible que el presidente en funciones anuncie que explorará las opciones de un gobierno de progreso hasta donde se lo permitan las opciones de socios de que dispone el PSOE en el nuevo arco parlamentario.

No era de recibido, tras estos seis meses, la incapacidad de diálogo entre las fuerzas de mayor representación, y las urnas han repartido castigos y recompensas a los protagonistas de este destiempo de desencuentros. Tampoco sería de recibo a partir de mañana que persistieran los mismos errores y empecinamientos en las altas instancias de las grandes organizaciones políticas. Ya tienen la lección bien aprendida, unos y otros, desde anoche, del coste de sus acciones.

El notable crecimiento de Vox, que ha llenado sus alforjas con el descontento del electorado más conservador y que duplica el volumen de escaños en el Congreso, invita al resto de las fuerzas a meditar seriamente sobre las consecuencias de su ineficacia negociadora y de los famosos vetos. Es el fracaso de la gran política lo que alimenta y fortalece a los nuevos partidos como Vox. En España se ha abusado en los últimos años de tacticismo político. El pudor, unas veces, a llegar a acuerdos por parte de los grandes partidos constitucionales rivales desemboca en este nuevo mapa parlamentario, donde la opinión pública mayoritaria insiste en la búsqueda de soluciones de consenso.

La izquierda no pierde fuelle en un país moderadamente progresista. Y la derecha engorda, asimismo, sus efectivos. Pero desde ayer, la derecha española asiste a un fenómeno inédito al tener que compartir espacio con una fuerza emergente como Vox que imprime a ese espectro un componente radical con mayor poder de influencia. Y el PP no se siente cómodo con esa vecindad, hasta el punto de lamentarla en carne propia, pues de ella dependió que los cien escaños de sus pronósticos se quedaran lejos. Con todo, el crecimiento del PP de Casado, que sube en las Islas, ha sido una de las notas altas de estas elecciones.

El desmoronamiento de Cs es la crónica de una muerte anunciada. Fue la suma de los despropósitos de su dirección, a la hora de gestionar los magníficos resultados que obtuvo en abril, con 57 escaños, la que ha precipitado al partido naranja por el precipicio de este 10-N. Lo vimos en Canarias, donde la torpeza de sus dirigentes desarmó al partido en las principales instituciones de Tenerife, tirando por la borda el poder alcanzado por sus concejales en Santa Cruz y por sus consejeros en el Cabildo insular. Al traicionar sus postulados de campaña sobre la regeneración política, pretendiendo (sin éxito) que sus representantes en ambas instituciones blindaran a Coalición Canaria, con más de tres décadas en el poder, Cs no hacía sino confirmar su propensión al continuismo y su escaso músculo como fuerza de cambio. Esa pérdida de personalidad se vio enseguida corroborada por una de las mayores equivocaciones como partido de centro, con vocación de bisagra, que se han producido en la historia democrática española. Ha sido la obstinación de Albert Rivera a no facilitar la investidura de Pedro Sánchez y a no acceder a un Gobierno de coalición la que ahora le condena al ostracismo, con la estrepitosa pérdida de casi medio centenar de escaños hasta recluirse en apenas una decena, con la consiguiente desautorización de su máximo líder, obligado a convocar un congreso extraordinario. Si los partidos de centro habían vivido antes una trayectoria errática que terminaba por arruinar sus posibilidades, cabe afirmar que Cs no ha hecho sino tropezar en la misma piedra. Nunca lo lamentará lo suficiente.

La resistencia de Unidas Podemos, con un leve retroceso, como el segundo escaño en Las Palmas, consolida el espacio a la izquierda del PSOE, junto con la irrupción de Más País, lo que asegura que las políticas sociales de esta nueva legislatura contarán con el respaldo de ambos partidos que han hecho de ellas su razón de ser.

El bajón de Coalición Canaria (pierde más de 25.000 votos en la provincia tinerfeña), al dejar por el camino uno de sus dos escaños de abril, refleja su actual erosión tras gozar en otros tiempos de grupo propio en el Congreso con cuatro diputados, y no hace sino abundar en una deriva hacia el reduccionismo que aboca a esta fuerza política (por ello el escaño de Ana Oramas ni siquiera suscita la alegría del de Teruel Existe) a una urgente refundación. El regreso de Pedro Quevedo a la Cámara Baja en Las Palmas maquilla la merma de CC, al concurrir junto a Nueva Canarias en esta ocasión, pero los polos ideológicos entre ambos impiden hablar de una pareja de nacionalistas como tal. El día después ha de ser el primero de la solución definitiva.

TE PUEDE INTERESAR