santa cruz

El Asilo, un techo para los que no tienen nada

Una subvención de 20.000 euros hará posible que el Hogar Nuestra Señora de Candelaria acoja al año a al menos 6 personas sin hogar que proponga el IMAS

“Vamos a ir poco a poco, aunque tengamos que ir uno a uno”, confiesa la concejal de Atención Social de Santa Cruz, Marta Arocha, en su conversación con Luis (nombre ficticio) en el Hogar Nuestra Señora de Candelaria de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, el popular Asilo de Santa Cruz. Luis, hasta hace dos meses, vivía en el Centro Municipal de Acogida, donde, durante más de un año, logró capear el temporal que, a sus 75 años, lo llevó a la calle. La concejal confía en que él sea el primero de muchos otros usuarios del albergue municipal que acepten alojarse en el Asilo. Y es que el Ayuntamiento de Santa Cruz ha querido sumar este centro a los recursos que tiene disponible para sacar a gente de la calle, en este caso, a aquellos que por su edad puedan adaptarse a la institución que dirigen las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. “Vamos a firmar una subvención para que, al menos, dispongamos de seis plazas al año para personas sin hogar”, explicó Arocha en una visita al Asilo en la que también la acompañó el consejero delegado del Instituto Municipal de Atención Social (IMAS), Javier Gutiérrez, quien apuntó que “tampoco queremos que sean más plazas porque para nosotros aquí no es tan importante el número como la calidad, porque sacar una persona sin hogar de la calle es complicado”. Hace unas semanas una pareja rechazó ocupar dos de las habitaciones que habían quedado vacías, a la espera de tener una compartida. “A veces no quieren porque no es su momento personal, o como en este último caso, porque una institución religiosa no encajaba con su trayectoria vital”, explicó Gutiérrez. Conseguir disponer de recursos y que esa disponibilidad encaje con el momento personas de estas personas, es una de las tareas más difíciles de los servicios sociales porque, como recuerda el consejero delegado del IMAS, dejar la calle tiene que ser algo voluntario, deseado.

Ese es el caso de Luis. Cuando se le pregunta dónde estaba antes, admite que le da vergüenza reconocer que vivía en el albergue. La enfermedad lo llevó allí. “Me dedicaba al negocio, tenía un chalé en Buzonada, un apartamento en Las Gaviotas, mi casa en Tejina. Vivía con una piba y tenía dos niños con ella. Una de 16 y un niño de 18”. Todo eso cambió el día que sufrió un ictus, “el 19 de agosto de 2015”. “Me quedé tres meses en silla de ruedas, no podía hablar, y me quedó la mano afectada. Entonces la niña que estaba conmigo se buscó un novio y me dejó”. Cuenta Luis que lo perdió todo. “Le dejé la casa, los dos coches, todo por mis hijos” y de la noche a la mañana, “me vi arruinado”. “Cuando me vi muy mal, un amigo me habló del albergue, fui y me cogieron”.

Un día, hace dos meses, “me llamaron y me dijeron que me iban a mandar al Asilo, que si me gustaba me podía quedar. Me trajeron para acá a verlo y no lo pensé, que estoy hasta que me muera”, dice con una sonrisa y alguna lágrima que se apura en secar. Luis es uruguayo y lleva casi 40 años viviendo en Tenerife, un tiempo que, sin embargo, no es suficiente para que le concedan una pensión. “Me lo han rechazado cinco veces, pero lo sigo intentando”, dice con resignación.
“Escuchando a Luis solo puedo decir que se puede, que hay soluciones para las personas sin hogar y que tenemos que buscarlas”, defiende Arocha quien, desde su llega a la Concejalía, ya ha logrado que el Cabildo de Tenerife y ahora el Asilo, se sumen a los recursos para personas dependientes y mayores que por su especial condición no deberían estar en un lugar como el albergue.

Gestión

Sor María lleva al frente del asilo desde hace algo más de un año. Explica que, en la gestión, son muy independientes, que prefieren buscar ellas mismas las vías de financiación mediante subvenciones y ayudas diversas, antes que depender de una única administración. En cuanto al día a día, es cierto que la religión está muy presente, pero como explica Arocha, “aquí no se obliga a nadie a ir a misa, todos los usuarios que tienen autonomía tienen libertad para entrar y salir y moverse por dónde quieran”.

Aún así, como todo centro, el Asilo tiene sus normas. Hombres y mujeres están separados, incluso comen en comedores distintos. Los matrimonios que viven allí son los únicos que tienen habitación compartida, un espacio que, como explica Sor María, es más un pequeño apartamento que una simple habitación. En una segunda planta los usuarios dependientes son atendidos por las monjas y por los profesionales con los que cuenta el centro.

La vida en el Hogar Nuestra Señora de La Candelaria es como en cualquier otra residencia de ancianos. Por las mañanas tienen médico, fisioterapia, reciben terapia ocupacional, gimnasia y realizan actividades fuera del centro. Durante el paseo por el Asilo, la concejala de Atención Social saluda a muchos de los usuarios, entre ellos a una mujer de amplia sonrisa que, a sus 77 años se sabe todo el santoral de manera prodigiosa. “Estuve trabajando hasta que me jubilé y entonces los señores de la casa en la que trabajaba me trajeron aquí a ver si me gustaba”, cuenta con un sonrisa, la misma que pone cuando confiesa que al principio no quería estar allí pero que ahora es muy feliz.

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