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El día de la tormenta del desierto

Mientras algunos se protegían de la calima, otros se preparaban para ir a los carnavales o se calzaban los tenis para salir a correr

Dice la Organización Mundial de la Salud que la concentración de partículas en suspensión empieza a ser perjudicial a partir de 50 µg/m3. Según la Agencia Española de Meteorología, el observatorio de Santa Cruz del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña registró una concentración de 1.500 µg/m3 el sábado por la tarde. Ayer la concentración era de 3.000 µg/m3. Pero la gente seguía de marcha carnavalera.
Para tanto festín de polvo, primero hizo falta que el Ayuntamiento de Santa Cruz mantuviera el Carnaval de Día, a pesar de que las previsiones del sábado ya indicaban que la calima sería un infierno al siguiente día. Y luego hizo falta el libre albedrío de cada uno, que no es siempre saludable. Lo evidenciaban los carnavaleros, que se subían tan panchos en el tranvía de La Laguna. Pero también los corredores que tragaban calima junto a la Vega lagunera. Minimizamos los riesgos cuando algo nos hace felices. Y si no, que se lo pregunten a los amantes de la nicotina después de una buena calada. O al que tiene sobrepeso y va sigilosamente de noche a la nevera para trincarse una rodaja de chorizo.

Con estos mimbres, La Laguna amaneció ayer apocalíptica, como si se acercaran los extraterrestre más miserables. En el Camino Largo, caían ramas secas de las palmeras. Pero no muy lejos, en el Camino de Las Peras, varias personas trotaban. Jennifer, de 34 años, decía que ella había corrido con peores calimas, y que había desarrollado un instinto especial para evitar los objetos que caen de las alturas, como las piñas . “A una se le hace el oído”, afirmaba. “Una vez escuché el crujido de un árbol que cayó justo delante de mí”, contaba.

Desde lejos, también se veía corriendo suavemente a Patricia, de 28 años, que trotaba un rato y paraba, como si no quisiera forzar demasiado el cuerpo. Ella es monitora deportiva y le parece muy bien que las autoridades adviertan de los riesgos de practicar deporte con este tiempo. “Pero nosotros, como deportistas, tenemos la necesidad de salir al aire libre, de gastar energías”, afirmaba. “Pero hay que hacerlo con precaución, cada uno sabe sus límites, eso es lo importante. No hay que forzar nunca, y menos con este tiempo”.

Al sueco Benjamin, de 33 años, que trabaja en un call center y se quedó aquí porque le gusta la calidad de vida, no le preocupaba demasiado la supercalima. “Es la primera vez que tengo esta experiencia. Pero el deporte es muy importante para mi salud. Si lo pongo en una balanza, merece la pena”.

En una esquina, Jorge, de 41, funcionario, venía ataviado con su ropa de ciclista. “Es muy sencillo, yo salgo en bibicleta hoy porque tengo tan poco tiempo libre que, si no llueve o no tengo al niño, tiene que caer la de dios para que yo no me vaya por ahí”, explicaba. “Entiendo que, para un alérgico, debe ser insoportable, pero si no te pasa nada…” A Jorge le preocupa el cambio climático. “Sobre todo, para la agricultura. Yo soy de La Palma, y allí no ha llovido nada. Pero quiero pensar que esto es algo cíclico y no se va a romper el mundo. ¿En qué momento no ha habido cambio climático?”, se preguntaba.

En los últimos 103 años, las temperaturas han aumentado de media 1,5 grados en Canarias, según datos recogidos por el Observatorio de Izaña, pero Adolfo, de 45 años, que corría lentamente, cree que todo es una trola para meternos miedo. Y lo de la calima tampoco le preocupaba. “Yo no veo la tele, así que no sé lo que dicen las autoridades. Pero sí sé que estamos al lado de África, así que no es tan raro que tengamos esto, ¿no?”. Junto a él, su amigo Mauro, parecía una pareja de cómicos del absurdo. “Que hable él, que tiene más elocuencia y una biblioteca en casa”, decía Mauro. Para Adolfo, “esto es puro control de masas. Ahí están los viejitos en casa, con la manta, diciendo: ‘No salgas, que hay estado de alarma’ . Lo digo por mi propio padre. La gente está aborregada”.

Vestidos de los sesenta iban tan tranquilos Luzma y Federico. “No estamos nada preocupados”, decía Luzma. “Si no tienes ninguna patología en las vías respiratorias altas, no hay problema”, afirmaba Federico, que llevaba un impresionante tupé a lo Elvis. Que haya un episodio así de calima en pleno febrero no les inquieta. “La memoria debe ser a largo plazo. Esto ya ha pasado más de una vez. Pero ahora lo apuntamos todo, hay un exceso de información. Como decía Piqué hace unos días [precisamente en el foro de DIARIO DE AVISOS], hemos sustituido el miedo al pasado por el temor al futuro, estamos todo el día preocupados”, afirmaba.

Ulises y Bernal no practican este escepticismo climático que pone el foco en el papel de los medios, pero tampoco querían perderse los Carnavales, porque son chilenos y era la primera vez que iban vestidos de exhuberantes mujeres. Y eso que Ulises tenía que ir tapado porque tiene problemas de alergia. Así que llevaba también su antihistamínico de emergencia. “Desde que llegamos aquí hace nueve meses, no han dejado de hablarnos de los Carnavales. Igual es un infierno, pero queremos probar”, contaban.

También pensaban en ir a los Carnavales Jesús y Bea, entre los cincuenta y los seasenta, que ayer estaban en el Mercado de La Laguna comprando las verduritas de la semana. “Vamos a llevar a unos familiares”, contaba Bea. “Y eso que hasta hace nada estábamos con gripe”. Ella, que es bióloga, cree que este episodio tan fuerte de calima sí tiene que ver con el cambio climático. “Y pesar de que yo soy una persona optimista, creo que va a ir a peor”, afirmaba. “Igual hay que irse acostumbrando, igual nos estamos sahelizando”, dice en referencia al Sahel, el área de la sabana situada entre el desierto de Sáhara y el África tropical, con un clima que podría definirse como seco-tropical y que va desde el Atlántico hasta el Mar Rojo. Dentro de este área geográfica y climática están también las islas de Cabo Verde.

Fuera del mercado, Maite, Esther y Joaquina estaban de paseo por La Laguna en pleno viaje del IMSERSO. Se están quedando en el Puerto de la Cruz y vienen de Lleida. “Cuando vi ayer esto, pensé: ‘Salimos de la niebla y volvemos a la niebla’. Pero luego me dijeron que era calima. Al principio no sabía que era, pero luego recordé algo que me habían contado una vez”, decía Joaquina, que debe rondar los ochenta.

En la dulcería La Catedral, Encarna fue a comprar varias cosas ella sola porque su marido tiene un ‘bypass’ y prefería quedarse en casa. No estaba preocupada. Al menos por ella. Aunque sí le preocupan este tipo de cosas por sus hijos o sus nietos. “La verdad que yo sufro más por los otros que por mí misma”. Entre tanto pan de leña, surgió una teoría popular: “Me contó una gente de campo esta mañana, que esto ocurre porque una de las lunas de octubre coincidió con tiempo sur. Y dicen que eso implica siete meses de tiempo sur”, contaba una de las dependientas. Eso es un problema para Carmen, que es de Santa Cruz, pero ayer había subido a La Laguna para comer y estaba preocupada porque tiene un problema en el pulmón, aunque no se encontraba mal para nada.

Donde sí había caras largas era en la sala de Urgencias del Centro de Salud de San Benito. En el mostrador, confirmaban el aumento de visitas al centro en el día de ayer. Tos, asma, irritación de garganta y ojos. “Si normalmente viene una persona con alergia, pues hoy vienen diez”, decían en información, dando un cálculo explicativo, no real.

En la farmacia de la Plaza de la Junta Suprema contaban que se habían vendido muchas mascarillas y colirios para ojos irritados. Pero no habían notado especialmente este episodio de calima después de tantos seguidos, donde ya se han comprado los medicamentos para estas situaciones: antihistamínicos para los alérgicos, inhaladores para los asmáticos… “Es más un año de antihistamínicos que de antigripales”, decían.

A un par de kilómetros, en el aeropuerto del norte, a Sergio le habían cancelado el vuelo a La Palma, su isla natal, a donde iba para Los Indianos. “Si se cancelan muchos viajes, esto va a ser un problema para la restauración allá”. Mientras, una azafata de Iberia le decía a los pasajeros de un vuelo a Madrid que no podía garantizarles habitación si al final no volaban, porque estaba todo a reventar con los Carnavales. A Madrid iba Sofía, en torno a los ochenta, para darse un tratamiento de la sede del Hospital de Navarra en la capital. Y estaba preocupada. Al contrario que Mirit, israelita que vive en un kibutz, tiene diez nietos y viajaba con un grupo de amigos. Ayer esperaban pacientemente, con alegría, para volar para El Hierro. De buen ánimo estaba también Samuel, que se quedó tirado en Lisboa porque no podía regresar a Tenerife. Binter les consiguió un hotel. Un alivio después de que lo llamaran por la mañana para decirle que el viento se había llevado la puerta de entrada del garaje. Demasiadas historias para un solo día.

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