Teóricamente hoy debería haber terminado el confinamiento de la población española, tras el decreto del 14 de marzo del Gobierno del Estado. Hace unos días, viendo que la curva de contagiados y fallecidos por el coronavirus no cedía, el decreto se ha ampliado dos semanas más y ayer mismo, incluso, se han impuesto más restricciones a la movilidad de los trabajadores en aquellas labores que no son esenciales. Todo para intentar llegar a la cima de esa curva y comenzar a descender en busca de la tranquilidad sanitaria con la derrota de “un virus que anda suelto por ahí”, esa frase tan manida que oíamos de los pediatras cuando se nos resfriaba el niño.
Lo que parecía una gripe más, pero desconocida, se ha convertido en la mayor pandemia que jamás hayan conocidos los que hoy viven, superior incluso a aquella mal llamada ‘gripe española’ de 1918. Cuando se conocieron los primeros casos en Wuhan, dijimos que era una cosa de chinos. Cuando conocimos el primer caso en España, curiosamente en Hermigua (La Gomera), casi lo tomamos como una anécdota y dos meses después ya llevamos más de setenta mil contagiados en España y más de cinco mil fallecidos.
Mientras no se encuentre la vacuna milagrosa, el confinamiento sigue siendo la mejor y casi única herramienta para impedir que el denominado Covid-19 propague su caudal de muerte por todo el país, por toda Europa, por todo el mundo, ahora que también la mayor potencia económica del planeta, Estados Unidos, le ha visto las orejas al lobo y comienza a padecer sus trágicas consecuencias. Curiosamente, ahora son los chinos los que cierran sus fronteras al extranjero para no ser contaminados. Ahora son ellos los que exportan mascarillas y test a medio mundo, tras superar los contagios y liberar el confinamiento de los once millones de habitantes de Wuhan, la ciudad donde empezó todo a finales de 2019, y aún no se tiene certeza de cómo se originó el foco.
Cerramos las dos primeras semanas de confinamiento con cifras que asustan, con nuestra sanidad al borde del colapso, con funerarias que no dan abasto y aquí en Canarias con el temor de que se repitan episodios como el del Centro Sociosanitario de Fasnia, con el primer fallecido en una instalación de este tipo y 36 contagiados más. Y cerramos el decimocuarto día de aislamiento con la primera fallecida en La Palma. Cifras y hechos que sitúan a la realidad por encima de la ficción, que bajar la guardia es sinónimo de no encontrar el túnel de salida.
No es cuestión solo de política, sino de responsabilidad ciudadana, la que han tenido la gran mayoría de españoles y canarios para soportar el confinamiento en casa, que al menos ha servido para recuperar los viejos juegos de mesa Geiper, incrementar la imaginación y el saludo en el vecindario, tan cerca y tan desconocido hasta la llegada del coronavirus, aunque sea a distancia, entre portales y balcones, a veces con la música de un violín, y muchas con el aplauso, a las siete de la tarde, dedicados a todos los que trabajan en derrotar al bicho.