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Fui a llevar la compra a mis suegros y acabé pensando en el nacionalismo canario y el Puerto de Fonsalía

Si el nacionalismo decide que su horizonte de autogobierno es una autonomía descentralizada, un estado libre asociado o un país independiente, cualquiera que sea, está bien saber para qué
Un ciudadano con mascarilla, en un supermercado de Tenerife

Hace bastantes años, cuando todavía existía la plataforma Digital +, había gente que pillaba una tarjeta pirata para ver todos los canales pagando solo el paquete básico. Una tarde, yo era todavía un adolescente, le pregunté a mi padre por qué no se la compraba. “Si yo me sintiera estafado por Digital +, quizá me la compraría. Como creo que me dan el servicio que estoy pagando, no me parece muy justo”, me contestó. “Si hubiera tarjeta pirata para Telefónica, que creo que me estafa por todos lados, a lo mejor me buscaba una”.

Han pasado algo más de 18 años desde que mi padre murió, pero tengo un enorme repertorio de sus momentos reflexivos, como este que ayer me asaltó cuando estaba en el supermercado y le pregunté a una dependienta si podía llevarme dos geles hiroalcohólicos, uno para mis suegros y otro para mí. “No me autorizan”, me dijo como si estuviera custodiando un remedio contra el COVID-19. “Oiga, pero que es para mis suegros, ¿por qué le voy a mentir?”, le contenté. Pero igual que yo pensaba de jovencito que lo lógico era pillarse la tarjeta pirata, ella debía creer que lo más normal es que la estuviera engañando: en épocas de crisis, ya lo vimos con el papel higiénico, todo para mí, por si se acaba.

Pero era para mis suegros, sí, y fui rumbo a La Orotava con el coche lleno de carnes , lácteos y un gel hidroalcohólico, y me sorprendió verlo todo tan verde, porque cuando empezó el confinamiento, estábamos pensando en declarar la emergencia hídrica. Y la verdad que me subió una especie de adrenalina feliz, con la sensación de aire limpio y pocos coches, esa primavera isleña que me da seguridad, seguramente porque siempre anunciaba romerías, piel, sal, besos, fiestas de verano, ron con Coca-Cola, pitillitos, charlas, colegas… Era el lugar al que uno volvía mentalmente cuando la vida lo había llevado lejos y se enredaba en algún tropiezo. O, al menos, yo.

Con una pizca de estas sensaciones se construyen también los nacionalismos, pensé. Pero no debería ser suficiente: si el nacionalismo decide que su horizonte de autogobierno es una autonomía descentralizada, un estado libre asociado o un país independiente, cualquiera que sea, está bien saber para qué.

En un tuit de ayer, la plataforma Reúna, que defiende la reunificación del nacionalismo canario, le decía al diputado de NC, Pedro Quevedo, que era el momento de aparcar las diferencias con CC para ir hacia un “movimiento nacionalista amplio y potente”. Pero, ¿para qué? ¿Para hacer una moratoria o para seguir construyendo hoteles? ¿Para democratizar el poder o para acapararlo? ¿Para hacer una tasa turística o para bajar impuestos al sector? ¿Para hacer una empresa pública de energías renovables o para dárselo a las transnacionales? No creo que baste solo con sentirse muy canario para construir un movimiento político: en cualquier guachinche tinerfeño hay también ‘trumpistas’ desdibujados entre el vino y las garbanzas.

De la misma forma, parece contradictorio estar preocupado por la naturaleza y clavar un puerto en Fonsalía, como quieren una parte del PSOE y Casimiro Curbelo. Estos días hemos visto qué bien están los delfines y las ballenas cuando aflojamos un poco. A ver si les pesa algo.

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