memorias

Con don Juan Bosch en La Gomera, en 1995

Miscelánea de recuerdos: del día en que se construyó el Charco de la Soga, en la playa de Martiánez del Puerto de la Cruz, a las paellas en Puerto Portals con Pepe Oneto, Carlos Herrera, Juan Palacios y Paco Hernando
Andrés Chaves, con don Juan Bosch, en 1995, en La Gomera. DA

De los días 10 al 12 de octubre de 1995, me recuerda el compañero Arturo Trujillo, se celebró en La Gomera el I Congreso Iberoamericano de Periodistas. Asistieron algo más de medio centenar de profesionales de América y España. Entre los españoles, Pepe Oneto, Luis Apostua y Antonio Pérez Henares. Tuve el honor de participar. Me recuerda también mi amigo Arturo Trujillo, uno de los organizadores de la reunión profesional, patrocinada por el Gobierno de Canarias, que Jorge Andrés Richards, vicepresidente de los periodistas chilenos, denunció en el congreso la detención y procesamiento por supuestas injurias a las Fuerzas Armadas del periodista Juan Pablo Cárdenas, director de la revista Análisis de Chile, que estaba invitado a participar en el congreso y no pudo viajar por tal motivo.

Vinieron también periodistas del mundo hispano radicado en Norteamérica, como Carlos Agudelo. Carlos, colombiano, comenzó trabajando como taxista en Nueva York y acabó siendo uno de los periodistas especializados en música pop más reputados de la ciudad. Publicaba en Billboard.

El discurso de clausura corrió a cargo de don Juan Bosch, eminente periodista dominicano, presidente que fue de aquel país, tras la caída de Trujillo, que disertó sobre “Periodismo y literatura”, a salón lleno y con una gran repercusión de sus palabras en el mundo iberoamericano.

Tuve ocasión de hablar largo y tendido con don Juan, gracias a los buenos oficios de su secretario, que era un excelente poeta. Pero se me ha ido su nombre de la memoria. Era un hombre humilde, de quien muchos se reían por su aspecto antiguo y decadente, que contrastaba con el de su mentor, todo elegancia. Pero, amigo, cuando ese hombre se subió a la tribuna a recitar sus propios poemas, el salón se vino abajo.

Construcción del Charco de la Soga, en el Puerto de la Cruz. DA

Don Juan Bosch, a quien yo había escuchado como conferenciante en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz, lo fue todo en literatura: novelista, ensayista, poeta, narrador, periodista, pero, sobre todo, destacó como autor de cuentos. García Márquez reconoce que se inspiró muchas veces en él cuando escribía sus cuentos y que fue clave en su vida como escritor, sobre todo en sus comienzos. Lo contó el mismo escritor de Aracataca en varias entrevistas a lo largo de su vida.

Fue un gran opositor a Trujillo y el dictador lo mandó a matar, estando en México. Pero, cosas de la historia, Joaquín Balaguer, que luego sería presidente de la República Dominicana y su gran rival, alertó a las autoridades mexicanas sobre los planes de Trujillo y el atentado fue frustrado. Balaguer era jefe de la legación diplomática de Trujillo en México. Luego Bosch y Balaguer fueron rivales en las urnas, con ventaja para el segundo. A don Juan Bosch, que alcanzó en una ocasión la presidencia de la República, lo derrocó un golpe de estado.

Estuvo exiliado en Cuba. Era un hombre de izquierdas, pero nunca militó en el Partido Comunista. Fue amigo personal del presidente cubano Prío Socarrás (que sería derrocado por Batista) y más tarde del propio Fidel Castro. También estuvo exiliado en Puerto Rico, pero a su muerte la República Dominicana le dedicó honores de expresidente y su tumba se venera en el pago de La Vega, donde había nacido. Murió en 2001, con 92 años, y se presentó seis o siete veces a la presidencia de la República, frente al propio Balaguer, sin suerte. Joaquín Balaguer gobernó incluso estando completamente ciego.

La conferencia de don Juan fue todo un canto a la libertad, cuando España terminaba su difícil Transición tras el franquismo. Don Juan era un hombre muy curioso, interesado por todo. Me cuenta Arturo Trujillo que cuando él y Mario Hernández Bueno, a la sazón presidente de la Asociación de la Prensa de Las Palmas, fueron a Santo Domingo a invitarlo personalmente al congreso los paró la policía motorizada “por exceso de velocidad”, seguramente para sacarles unos dólares. “¡Íbamos a paso de tortuga!”, confiesa Arturo. Tras discutir mucho tiempo con el agente, al periodista se le ocurrió decirle que iban a ver a don Juan a su casa y que llegarían tarde por culpa del incidente. Me cuenta el compañero que aquel hombre se puso lívido, se cuadró y les dio paso y escolta. Porque el respeto que el expresidente Bosch despertaba en su país era tremendo.

Una foto recuerdo de las paellas de Carlos Herrera y El Pocero. DA

Es curioso. A mí me ocurrió algo parecido en Santo Domingo. Yo no iba conduciendo, sino que contraté a un chófer. Abelito, se llamaba. Y nos para la policía. Abelito empieza a discutir con él, el agente que se desabrocha la cartuchera de la pistola en tono amenazante y en esto que yo me acuerdo que llevaba en la cartera la tarjeta del embajador de España, González Camino, con quien una amiga y yo habíamos almorzado en la Embajada el día anterior. Se la enseño y el agente se cuadró ante nosotros y nos invitó a seguir. Hay, o había, allí un gran respeto por la autoridad. Tan grande como la falta de respeto por el turista.

El congreso resultó, como he dicho, un éxito. La entrevista con don Juan Bosch fue deliciosa y se publicó en varios medios de la República Dominicana. Era un hombre de asombrosa facilidad de palabra, imaginativo, bonachón. No odiaba a nadie y pertenecía a una izquierda tolerante y democrática. Su breve estancia en la presidencia se destacó por sus iniciativas culturales y docentes. Se guarda un gran recuerdo de este hombre en Latinoamérica y, sobre todo, en su país.

El Charco de la Soga

Cambio de tema. El otro día, paseando por la Playa de Martiánez con mi amigo Lucas Fernández, presidente de este periódico, le contaba yo cómo antes existía un muro de cemento en la playa, que se adentraba en el mar, de donde partía una soga cuyo otro extremo estaba atado a una argolla en la misma playa. De esa gruesa cuerda se agarraban los turistas para bañarse con cierta seguridad y aquel lugar fue bautizado como Charco de la Soga. Era una forma curiosa de ofrecer algo de seguridad a la gente, sobre todo teniendo en cuenta la bravura de las olas en la Playa de Martiánez, que no era precisamente un remanso de paz.

He encontrado en mi archivo una rara foto de la construcción del muro, que tuvo lugar en los años 50 por iniciativa del alcalde, Isidoro Luz. Y en la foto se puede ver, en primer término, a Miguel Sotomayor, entonces jefe de Policía de la ciudad, a un grupo de marineros portuenses y, con gafas, el más alto, al cabo Chencho, que era el agente de mayor graduación de los municipales. Ahí cuando había que arrimar el hombro lo hacían todos a una, a toque de corneta del inolvidable alcalde portuense, creador del moderno Puerto de la Cruz.

El muro fue construido con sacos de cemento apilados y luego revestido. Duró años y años, soportando toda clase de mares. Hubo que destruirlo a barrenazo limpio. Y aseguró la vida de los turistas que no renunciaban jamás a meterse en el mar, por muy duro que este azotara la playa. Tras algunos muertos, Isidoro Luz se animó a construir el muro para proteger a aquella gente de los embates del océano. Porque para ellos no había bandera roja que valiera. Ya saben ustedes que el turista es muy imprudente, por regla general.

Aquellas paellas en Puerto Portals

Hace algunos años asistí a una curiosa competición de paellas en la casa de Paco Hernando, en Puerto Portals (Mallorca). Los contrincantes eran el propio Paco, que en paz descanse, y Carlos Herrera, otro paellero de pro. Y el jurado lo constituíamos Pepe Oneto, también desaparecido, mi gran amigo; Juan Palacios, propietario de las marcas de relojes Viceroy y Maurice Lacroix y candidato que fue a la presidencia del Real Madrid; y yo.

Fue una velada muy agradable y nos comimos las dos paellas con gran gusto. La de Carlos Herrera era de mariscos y la de Paco Hernando, de carne. También he encontrado una foto, que es inédita, de los cinco, tomada aquel día.

Dimos cuenta de varias botellas de Petrus de la bodega de El Pocero y pasamos un día entero hablando de todo; y comimos con gran apetito, ya que las paellas, convenientemente recalentadas, llegaron hasta la cena. Aquellas jornadas mallorquinas eran una gozada. Recuerdo que Juan Palacios se había comprado un barco nuevo, cuyo motor relucía como la cocina de Juan Mari Arzak. Era un espectáculo visitar la sala de máquinas, limpia como una patena.

Años de bonanza política en España aquellos, sin tiranteces ni peleas, llenos de sentido común. Qué diferencia con estos, plenos de crispación y de escraches, de mala leche y de peleas absurdas.
Ya les hablé de Paco El Pocero, de su personalidad y de su humildad. Murió por el puto coronavirus y yo sentí una gran pena cuando me enteré. Recuerdo que cuando le mandó su avión personal a Rocío Jurado para llevarla a Estados Unidos, a operarse, yo lo llamé para felicitarlo. No permitió que ni Rocío ni Ortega Cano pagaran un duro por el viaje de ida y de vuelta, creo recordar.

Viajé varias veces en ese avión, que era una maravilla. Recuerdo que la azafata se llamaba Leticia, guapísima. La aeronave tenía pantallas que permitían ver todo lo que se cocía fuera del aparato, en la ruta. Veíamos la aproximación a los aeropuertos, la salida del tren de aterrizaje, el movimiento de los flaps y del timón de cola. Un espectáculo. A bordo nos atendían como reyes, a base de caviar y de champán.

Tuve el honor de ser amigo de Paco Hernando y de pasar con él jornadas inolvidables, como ya he contado. Yo lo conocí por Pepe Oneto, que también se nos ha ido hace unos meses. No me enteré de su enfermedad hasta el final, pero me llamaba la atención que hubiera estado algunos meses sin telefonearme. Falleció en octubre pasado en San Sebastián, tras complicarse una enfermedad intestinal que le sobrevino en el mes de agosto anterior y que obligó a practicarle en aquella ciudad una operación quirúrgica delicada. Premio Nacional de Periodismo, Premio Ondas, autor de los mejores libros que se han escrito sobre la bendita Transición, director de Cambio 16 y de Tiempo, de los Informativos de Antena 3, director de Publicaciones del Grupo Zeta y el mejor amigo de Antonio Asensio, está enterrado en su ciudad natal, San Fernando (Cádiz). Cuando murió había cumplido los 77 años.

Son muchos años los que uno va cumpliendo y muchos amigos que se quedan atrás. Y eso aumenta la tristeza, pero no quita para que celebremos como se merecen los buenos momentos vividos, que nos recuerdan las fotos que voy guardando. El otro día estaba pensando en que voy a volver a sacar mis cámaras, algunas de ellas sin estrenar, y no fiarlo todo al móvil. No hay nada como las fotos en papel, tan distintas a las que uno guarda en el ordenador o en el teléfono. Para escribir estas memorias me nutro de las fotos en papel, me traen los recuerdos un poco más tal como éramos. Más frescos.

Bueno, hoy les he contado unos cuantos. Espero poder seguir relatando muchos más. Esto me ayuda a recordar y también me ayuda a vivir de los recuerdos, que es como mejor se vive.

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