
En bicicleta, patines o a pie, los tinerfeños tomaron ayer las calles de sus municipios tras 48 días confinados. Por el ruido y la cantidad de gente, cualquier observador podría haber comparado el día con jornadas previas al coronavirus, pero las mascarillas y los saludos con besos volados le habrían hecho regresar al instante a los actuales tiempos de pandemia. Aún así, pese a las numerosas normas, los distintos horarios y el miedo, la mayoría se vistió de responsabilidad individual antes de salir.
En Santa Cruz, la nueva zona de acercamiento al mar, junto al reloj del Cabildo, fue un punto caliente para los transeúntes, que ocupaban a veces una carretera que no estaba cortada pero lo parecía ante la ausencia de tráfico. Allí estaban Carmen (madre) y Carmen (hija), que han aprovechado el confinamiento para mejorar sus habilidades en la cocina: “Ahora lo que toca es quemar los bizcochones”, confirmó la madre.
Ambas son deportistas y creen haber perdido el dinero pagado por el gimnasio, aunque la cuestión les parece poco preocupante en comparación con otros grandes males como no poder ir a la playa o sentarse en una terraza con amigos.

En ese mismo turno para los mayores de 14 años se dejó ver también Margarita, que pese a haber madrugado se sentía con buen humor para retomar sus carreras en la Avenida Anaga, una actividad que formaba parte de su vida antes de la cuarentena y que ya había empezado a echar de menos.
En su pequeño piso de la calle Pérez Galdós, la santacrucera tenía algunas máquinas para hacer deporte, pero el confinamiento le robó las ganas: “Lo intenté un día y lo dejé. No voy a obligarme a hacer cosas que el cuerpo no me pide”, bromeó.
Una vez que han empezado las fases de desescalada, Margarita intenta no ser demasiado exigente con ella misma y celebra el pequeño paso que supone haber conseguido un “permiso” para salir a correr y probar así una bocanada de aire con sabor a “libertad”.

En el cambio de turno, el de 10 a 12 de la mañana, las preocupaciones de los mayores de 70 años eran algo más serias, como la falta de peluquería de Antonia (madre), que iba acompañada de su hija, que qué coincidencia, también se llamaba Antonia: “A mí esto me ha venido fatal”.
El 12 de marzo fue el último día que Antonia salió de casa, lo que coincidió con “su último último tinte”, se quejó mientras bajaba por La Rambla de Santa Cruz, aunque por su expresión traviesa no parecía excesivamente triste debajo de la gorra, las gafas de sol y la mascarilla: “Es verdad que tal y como estoy, debe notarse muy poco”, confesó divertida.

Aún más optimista era Carlos, que llevaba agarrado de su brazo a su padre, de 90 años y con alzheimer. El mayor afirmaba llamarse Raimundo, mientras que su hijo alegaba que se llamaba Vicente: “Bueno, papá, todo el mundo te conoce como Vicente”, le dijo sonriente a su padre.
En casa, aseguró Carlos, todos habían llevado la situación “muy bien”, invirtiendo el tiempo en su afición a la lectura: “En Caracas yo leía DIARIO DE AVISOS en Internet, ahora acá os veo en persona”.

Peor llevaba el confinamiento Ángel, que nació siendo oyente de radio y ahora, prefiere no encenderla porque “solo cuenta mentiras”. Los días eran más tristes sin el sonido de ese aparato que se había convertido en su mejor amiga, hasta que recibió la buena noticia de que podía “salir de la jaula”.

Candelaria, muy orgullosa de sus 87 años, no tiene miedo al coronavirus. Proviene de una familia con buenos genes, y espera que esa predisposición a la longevidad le ayude a llegar a los 90. De hecho, de sus amigos y amigas, es la mayor, aunque la más joven de espíritu: “Yo hoy temía que la policía me parara al no creerse que tengo más de 70”, afirmó muy seria antes de soltar una carcajada.

Entre los deportistas veteranos estaba Amador, probablemente una de las personas más felices en La Rambla. Tiene 85 años y fue deportista, se recorrió España en bicicleta y ahora se ha pasado a la estática: “Con tanto coche en la calle, no es seguro mí”, dijo, como reivindicando que en el futuro, todas las calles tengan tanto espacio para el deporte, como Santa Cruz lo tuvo ayer.