tribuna

El privilegio de ser y de sentir canario

Los isleños de las dos orillas están unidos en este momento por la incertidumbre compartida ante la pandemia de la Covid

En la común aceptación de esta fecha conviene percibir como resuena, diáfano y sin estridencias el eco que emana del hondo sentir isleño, fruto de las muchas voces de cuantos afrontan la realidad en la pluralidad de la distancia. Y es que de uno y otro lado surge la invitación a escucharnos, a captar el imaginario que en común hemos construido y proyectado en el Atlántico. Ese corpus, forjando bajo el prisma territorial de Canarias, alberga nuestra proyección histórico-literaria.
Las islas en evocador canto, cual terruño que señala la cuna o sombra de partida, marchó asida al latido del emigrante y prevalece en el río inmenso que las hizo crecer al otro lado del Atlántico Sonoro y que por igual avanzó siguiendo a la rosa de los vientos para llevar nuestras voces al encuentro en cualquier otro destino.
Los canarios que residen fuera de las Islas viven con igual o mayor incertidumbre e inquietud los efectos que va sembrando sin distancias la Covid 19. El Día de Canarias del presente año lo marca la cruda realidad que por igual nos está tocando vivir. El viceconsejero de Acción Exterior del Gobierno de Canarias, Juan Rafael Zamora Padrón, está atento a los mensajes que se entrecruzan con idéntica preocupación desde cualquier lugar del mundo. Parten de las asociaciones canarias o de cualquier isleño que reside fuera del Archipiélago. No duda en señalar, por ello, su inquietud ante “la situación de incertidumbre que se reproduce en todos los países y que se agrava en muchos sitios debido a las crisis económicas seculares que les azotan. En esta ocasión, nos toca afrontar, si cabe con mayor prontitud, la realidad de miles de voces que nos llegan de uno y otro lado. Lo hacemos cuando vislumbramos en el Archipiélago la incipiente desescalada, la remisión de esta ola que obliga a extremar las precauciones y a no dar un paso atrás. Nos preocupa la situación de Brasil, que se coloca como el segundo país más afectado del mundo, o la situación de los canarios que residen en Venezuela, país que marcó nuestra destino migratorio hasta bien avanzado la segunda mitad del pasado siglo y que padece una fractura económica y social, de los que residen en Argentina, en Uruguay, en Estados Unidos, en Cuba, en Santo Domingo, en Puerto Rico… El virus no tiene frontera y nos hace percibir las secuelas terribles que genera en la actividad productiva. Percibimos desde nuestra fragilidad la grandeza que podemos ejercer si actuamos unidos, generando una respuesta valiente y decidida, una acción solidaria, y en eso los canarios tenemos mucho que decir.”
Nuestra historia se reviste de luz y de esperanza, la misma que percibieron los primeros canarios atentos a la estela de Canopo y que se consolidó en el abierto mestizaje, llamado a tentar nuevos horizontes desde el umbral del Camino de Indias, por el que supimos trasladar nuestras cadencias surcando los abiertos espacios en el descubrir de nuevos paisajes. Quizá sin percibirlo Canarias se desprendió de toda consideración lúgubre y supo irradiar su privilegiado espacio de valor geoestratégico. El historiador Francisco López de Gómara llega a señalar en su Historia General de Indias (1552): “Dos cosas andan por el mundo que ennoblecen estas Islas: los pájaros canarios, tan estimados por sus cantos, que no hay en ninguna otra parte a cuanto afirman, y el canario, baile gentil y artificioso”.
Nuestra imagen, de sólido prestigio en el mundo, se ha forjado con el empeño sin límites dado de generación tras generación. Nuestra mejor tarjeta de presentación reside en “la condición humana del insular”, como así la definió Domingo Pérez Minik. “Llamarse isleño en América, viene a decir J.J. Armas Marcelo, “conlleva el hecho diferencial de la isla. “Llamarse isleño en el mundo no es lo mismo que decirse isleño en América (…) Es un título concreto, un juego de espejos históricos que perduran en el imaginario y en el recuerdo por encima incluso de las dificultades del viaje que el ave migratoria emprendió alguna vez envuelta en primavera de tal ilusión, a la búsqueda de esa otra patria, isleña o continental, que vislumbra en el horizonte desde la costa canaria”. Es innegable la existencia del espacio cultural atlántico, que al decir de Juan Manuel García Ramos viene a consolidar el común destino “partiendo de las descripciones de la antigüedad clásica, para forjar un escenario común de tradiciones, experiencias e imágenes primordiales”.
Nuestra historia alberga grandes hito, páginas fruto de nobles trayectorias, del innegable valor debido a la ejemplar conducta de una amplia y alta nómina de paisanos que sobresalieron en diferentes ámbitos. Junto a ellos queda la impagable obra de otros muchos, que desde el quéhacer anónimo construyeron y engrandecieron con su abnegada labor el nombre de Canarias. El profesor Francisco Aznar lo ha expresado en repetidas ocasiones instando a nuestra sociedad para atender y actualizar el cúmulo de memorias comunes, que considera “fruto de la vocación y la necesidad que hicieron de nosotros un pueblo aventurero, emigrante, colonizador, moldeándose así nuestro genio temple y amor por la libertad”, añadiendo que falta aún por reconocer plenamente “nuestra condición de herederos y creadores de un activo mestizaje cultural.”
Las más recientes generaciones de canarios, provistas de las “herramientas” que demanda el mundo actual, no deben olvidar su noble cuna y mucho menos el gran legado que recibimos de los que nos han precedido, “el privilegio de ser y de sentir canario”, título que supieron ganar con sencillez y honrado sacrificio.

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