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El superviviente del bosque de la niebla

Erasmo vive desde siempre en La Hornaca y quiere seguir allí pero necesita ayuda para paliar sus necesidades de hambre y frío
Erasmo en un rincón del bosque, cubierto por su manta esperancera, a la que casi nunca abandona porque lo protege del frío del monte. Dácil Melgar
Erasmo en un rincón del bosque, cubierto por su manta esperancera, a la que casi nunca abandona porque lo protege del frío del monte. Dácil Melgar

Se llama Erasmo pero nadie sabe su apellido, sólo que vive en el monte de Agua García, una zona poblada de laurisilva, muy cerca de La Hornaca. En el lugar siempre está nublado, de allí que muchos lo denominen el bosque de la niebla, en el que Erasmo ha vivido y sobrevivido la mayor parte de su vida y donde según algunos vecinos trabajó de joven juntando ciscos y cortando palos.

Su casa es una especie de cuarto de aperos abandonada, muy fría y húmeda, donde acumula toda la basura que genera y apila, cuidadosamente, como si formaran parte de una valiosa colección, cajas de cigarrillos, la mayoría de la misma marca. Apenas le entra luz natural por la puerta y uno de los costados de la construcción y carece de agua.

No se sabe si tiene familia y tampoco su edad exacta, aunque su rostro revela que ronda los 60 años. No recuerda el año en que nació, tampoco cuántos tiene. “Dímelo tú”, le dice a Dácil, una vecina de Barranco Las Lajas.

Ella y su familia son de las pocas personas con las que se relaciona. La primera vez que lo vio tenía 10 años y se asustó. Recorría junto a su madre la zona en la que habían comprado una casa hacía poco tiempo.

La segunda vez que lo cruzaron todo fue distinto y ya las saludó. Su tono de voz nada más da la sensación de que es un hombre bueno y al que no hay que temer. Al contrario, dice Dácil, “a medida que han pasado los años, más me paro, le pregunto e indago porque es una persona muy agradable”.

Por eso se preocupó y temió por su vida cuando comenzó el Estado de Alarma, en marzo, un mes en el que además se produjeron incesantes lluvias que le impedían acudir al lugar a ver cómo estaba Erasmo y si necesitaba algo.

El primer día que salió el sol aprovechó para ir a pasear a su perra y lo encontró. En esa ocasión le intentó explicar que había un virus, que las personas tenían prohibido salir de su casa y le recomendó que no lo hiciera, que se quedara en el monte. “Yo he ido al pueblo y no hay nadie. ¿Qué les pasó a todos?”, le preguntó a su amiga.

Cuando Dácil Melgar pudo salir, días atrás, le llevó mantas, toallas, un edredón, algo de ropa, una palangana, agua, cubiertos y comida para dos o tres días. La acompañaron sus hijos Guillermo y Adar de 12 y 14 años respectivamente, quienes soportaron fuertes calambres en los brazos acarreando por el monte una cama y un colchón en los que todavía no ha dormido ya que hasta el sábado permanecía intacta, tal y como ellos se la dejaron.

Pero la preocupación de Dácil es que ello no sea suficiente. “Erasmo necesita ayuda social y sociosanitaria”, escribió en su muro de Facebook el investigador local Enrique Acosta cuando conoció el gesto solidario de la familia.

El sábado, primer día de desescalada, este periódico acompañó a Dácil y a sus hijos a buscar a Erasmo. Previamente, ellos le habían llevado bolsas y recogieron toda la basura que encontraron. Seis bolsas repletas de desechos de las cuales media estaba llena de colillas. También limpiaron el cuarto tomando todas las medidas de seguridad, usando mascarillas y guantes.

Fue imposible encontrarlo porque se esconde entre la vegetación cuando escucha ruidos o ve gente que no conoce. En el cuarto, estaba colgada su manta esperancera, un hecho que llamó la atención porque no la abandona nunca pese al desgaste que ha sufrido con el tiempo. Uno de los objetivos de Dácil es conseguirle una nueva que le permita protegerse del intenso frío que reina en la zona.

Tiene miedo de que se lo lleven otra vez a un centro y así se lo ha confesado a Dácil. “Es que yo aquí en el monte no le hago daño a nadie”, argumenta.

Al parecer, en una ocasión lo hicieron para intentar que viviera en otro espacio al que no quiere volver nunca más. Pero no sabe cuándo fue ni dónde estuvo. Erasmo se ha quedado detenido en el tiempo. “Lo último que sabe de la sociedad es que todo el mundo tenía que ir a la mili y al ejército”, cuenta Guillermo. No sabe que la vida ha cambiado ni que es el año 2020.

Todos los vecinos quieren que Erasmo siga en el monte pero habrá un día que por su edad ya no podrá hacerlo, apunta Dácil. Por eso, pide que “al menos vaya alguien una vez al mes a ver si está vivo, tiene hambre, frío o hay que ayudarlo a limpiar su cuarto. Que lo ayuden y al mismo tiempo, colaboren para tener el monte limpio y seguro”.

Al hablar con él se aprecia que tiene un “cierto grado de demencia”, pero ™entiende perfectamente todo lo que le señalan las personas con las que se relaciona. Así, apaga correctamente las colillas de los cigarrillos que fuma y poco a poco va tirando la basura que genera y apila en un extremo de su cuarto en bolsas.

Esta mujer de corazón noble asegura que a Erasmo le encanta alegar, es muy educado y tiene muchas historias. Su pregunta habitual es cómo está y si tiene comida pero él siempre contesta que no necesita nada, pese a que muchas veces, cuando entran a su cuarto, se dan cuenta que no tiene nada y le llevan alimentos. Para evitar que las ratas se los cojan, los envuelve en pequeños paquetes de tela que cuelga de los árboles, a la vista de cualquier viandante que pasee por allí.

Erasmo es un ser único, excepcional, una persona que no sabe vivir en otro lugar que no sea el bosque porque desde siempre forma parte de él. Pero también lo son Dácil y sus hijos, quienes han sabido llegar adonde las instituciones no han querido o podido, al menos hasta ahora, que es al corazón mismo de Erasmo.

Y Enrique Acosta, por haber rescatado una historia que gran parte de Tacoronte conocía pero que hasta ahora permanecía oculta, entre laurisilvas, en el monte de Agua García.

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