sociedad

Los guanches navegaban en barcas de drago

Un documento notarial reflejado en la obra de Lepoldo Tabares y Lorenzo Santana, recientemente publicada por el Instituto de Estudios Canarios, confirma que los aborígenes tinerfeños salían a navegar

Por Francisco García Talavera

Se ha venido afirmando sistemáticamente que los guanches no tenían embarcaciones, aunque solo fueran rudimentarias, y que por lo tanto desconocían la navegación. Aseveración fuera de toda lógica, pues, como ya he dicho en repetidas ocasiones, tanto si llegaron a las islas por sus propios medios o si lo hicieron transportados por otros pueblos mediterráneos, vinieron por barco.
Sin embargo, algunos historiadores sí reconocían esa posibilidad. Es el caso del ingeniero, arquitecto, geógrafo e historiador italiano cremonés Leonardo Torriani, quien a finales del siglo XVI, refiriéndose a los antiguos canarios, decía lo siguiente: “También hacían barcos del árbol drago, que cavaban entero y le ponían lastre de piedra, y navegaban con remos y con vela de hojas de palma trenzada alrededor de las costas de la isla; y también tenían por costumbre pasar a Tenerife y a Fuerteventura a robar”.
Por su parte, el profesor Elías Serra (1957), al igual que la mayoría de los historiadores negaba la navegación interinsular, pero, sin embargo, admitía -siguiendo a Laoust (Hespéris, 1923)- que los pescadores bereberes del Sous (sur de Marruecos) ya navegaban desde tiempos inmemoriales en sus peculiares embarcaciones conocidas como cárabos, de factura que recordaba a la de los drakkar vikingos, pero, sobre todo, le hacían pensar más en los hippoi púnicos, características que posiblemente habían heredado de estos últimos. Y añade: “Por esto no renunciamos a hallar un modo espontáneo de que las poblaciones ribereñas de los mares vecinos a Canarias llegasen más o menos azarosamente a sus costas en múltiples oleadas y en varias ocasiones”.
Y nuestro ilustre médico, antropólogo e historiador Juan Bethencourt Alfonso en su Historia del pueblo guanche (1991) nos narra algunas leyendas (que, como todas, tienen algo de realidad) y tradiciones transmitidas a través de la oralidad popular. En el sur de Tenerife le contaron que una joven guanche de la nobleza de Adeje estando en vísperas de casarse murió su prometido, y al poco descubrió que estaba embarazada. Desesperada, porque según la ley la arrojarían viva al mar, habló con un pescador (buen conocedor de ese medio) que se prestó a ayudarla, indicándole que su única salvación era alcanzar La Gomera sobre una balsa de foles (zurrones inflados), pues las corrientes la conducirían hasta allí. Y parece ser que lo consiguió. Y al año siguiente, por el mismo sistema, regresó a Tenerife y fue perdonada cuando les contó su hazaña. Pero lo más curioso, comenta Bethencourt Alfonso, es que estando en la Gomera recogió otra tradición muy similar. Allí existe un topónimo, cerca de San Sebastián, conocido como Playa de la Guancha, que debe su nombre a que en tiempos remotos recaló allí una joven de Tenerife embarcada sobre zurrones. Ella contó que había huido de la isla por la misma causa comentada anteriormente. Y parece ser que la acogieron de muy buen grado, pues llegó a casarse con un príncipe gomero que adoptó a su hijo. Al tiempo regresó con ella a Tenerife, desembarcando ambos en La Aguja de Teno.
Lo cierto es que estas tradiciones o leyendas nos están indicando la posibilidad real que existe de desplazarse de una isla a otra por métodos rudimentarios y en épocas propicias. De hecho, el mismo Bethencourt Alfonso, en relación a esto, señala que “las correntadas” entre Tenerife y La Gomera son bien conocidas por los pescadores, los cuales saben que en determinadas épocas del año (en marzo y en septiembre) son muy fuertes. “Según ellos, un buen nadador, en tres o cuatro horas, con solo mantenerse a flote, puede trasladarse de una isla a otra. Dándose el caso de salir de noche a pescar en La Gomera y distraídos encontrarse de pronto en Tenerife, y viceversa”.
Quizás esta pueda ser la explicación a la incógnita, aún no resuelta, de la aparición de obsidiana en algún yacimiento arqueológico de La Gomera, isla en la que, hasta el momento, no ha aparecido ninguna formación o veta que contenga este vidrio volcánico.
Pues bien, lo que nos ha motivado a escribir estas líneas es la lectura de un documento notarial reflejado en la magnífica obra de Leopoldo Tabares de Nava y Marín, y de Lorenzo Santana Rodríguez, recientemente publicada por el Instituto de Estudios Canarios (2018): Testamentos de canarios, gomeros y herreños (1506-1550). Creemos, al igual que los autores, que este documento es de suma importancia, pues corrobora fehacientemente lo que narraba Torriani acerca de la navegación de los antiguos canarios en embarcaciones construidas con troncos de drago.
La cita, tomada de un documento de obligación realizado en el Realejo de Taoro, en diciembre de 1525, que dice así: “(…) Se obliga (al canario Pedro Luis) a pagar cuatro doblas de oro a Juan de la Torre o a la esposa de este, Inés de la Torre, las cuales son por razón de una barca de drago que a vos compré”.
Como decimos, esta cita es de suma importancia para la historiografía canaria, ya que la anterior de Torriani no había sido refrendada documentalmente. Y tras la lectura de esas simples líneas tenemos la ratificación irrefutable de que sí existieron esas barcas de drago y de que los guanches, al menos los de Canaria, navegaban y eran conocedores de las corrientes y de las épocas más propicias para hacerlo. Puede que no se aventurasen, salvo en contadas ocasiones, más allá de su isla. Y que lo hacían en rudimentarias embarcaciones, fundamentalmente para pescar, pero lo hacían. Quizás sea esa la posible explicación que tienen los anzuelos de grandes dimensiones -elaborados con cuerno de cabra- que albergan el Museo Arqueológico de Tenerife y el Museo Canario de Las Palmas.
Esto lo ha experimentado en la práctica el investigador etnográfico Francisco Peraza, que ha construido y navegado con éxito a bordo de una pequeña embarcación de drago, en las costas del sur de Tenerife.
Complementamos esta valiosa información con la cita del historiador y etnógrafo madeirense Eduardo C. N. Pereira (1939), quien en su célebre obra Ilhas de Zargo, hablando de los tipos de embarcaciones de Madeira, nos dice (traducido del portugués): “Las más antiguas embarcaciones de pesca fueron hechas en Porto Santo, cavadas en troncos de drago, pudiendo transportar seis o siete hombres de tripulación. Por ser de pequeño tamaño se llamaban botes de pesca o de acarreo, según el más antiguo documento oficial, datado en 1493, que alude a ellas”.
Debemos añadir que en la isla de Porto Santo, cuando llegaron sus descubridores portugueses, en 1419, había numerosos dragos -algunos de gran porte- que fueron extinguidos en pocas décadas por sobreexplotación y por el pastoreo de cabras. De hecho, el emblema principal del escudo oficial de esa isla es un gran drago. También cabe citar que tanto a Madeira como a Porto Santo fueron conducidos numerosos esclavos guanches apresados en las Islas Canarias aún no conquistadas (Gran Canaria, La Palma y Tenerife), a mediados del siglo XV, para emplearlos como mano de obra en los ingenios de azúcar, o como pastores. Y tal vez fueran ellos los que les indicaran a los madeirenses el uso de los dragos para construir embarcaciones de pesca. Y es así cómo el sentido común nos lleva a pensar que en islas tan próximas como Lanzarote y Fuerteventura, o Tenerife y La Gomera, en épocas anteriores a la conquista la comunicación –tal vez esporádica y con embarcaciones rudimentarias de drago u otras maderas, o con balsas de foles- era posible, como lo demuestran los testimonios que hemos comentado.
Un paso más en el conocimiento de la vida, usos y costumbres de nuestros antepasados guanches.

*Geólogo, paleontólogo y doctor en Zoología

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