san juan de la rambla

Madre, por sobre todas las cosas

Clemencia Albelo tiene 83 años y cuida de su hijo Carlitos, con síndrome de Prader Willi, un trastorno genético poco común, con quien celebró su 52 cumpleaños
Carlitos y Clemencia, juntos durante una fiesta familiar
Carlitos y Clemencia, juntos durante una fiesta familiar
Carlitos y Clemencia, juntos durante una fiesta familiar. DA

Clemencia Albelo Lorenzo se quedó viuda muy joven y con cinco hijos que alimentar, una mujer Antonia María (Toñi), y cuatro varones: Carlos Manuel (Carlitos), José Francisco (José), Ángel y Javier. A sus 83 años todavía cuida de uno de ellos, Carlitos, que tiene síndrome de Prader Willi, un trastorno genético poco común que se caracteriza por una disminución de la fuerza muscular, bajos niveles de hormonas sexuales, discapacidad mental y en el aprendizaje, una sensación constante de hambre y baja estatura.

Carlitos tiene 52 años, mide 1,40 metros y es como un niño pequeño. Fue el segundo al nacer y lo hizo en la casa familiar, como dos de sus hermanos. Clemencia estuvo 24 horas de parto y un error provocó que sufriera falta de oxígeno.

Si ya de por sí, el último mes y medio fue complicado para cualquier persona quedarse confinada en su casa, para ella y su hijo lo ha sido aún más. Lo vive de una manera muy especial, atendiendo a su retoño, con quien también celebró su cumpleaños el 28 de marzo, compartiendo una tarta que le regaló uno de sus hermanos.

Cuando su esposo falleció, con apenas 44 años, su hija mayor tenía 15 años y Carlitos se la pasaba en los hospitales luchando entre la vida y la muerte. “He estado hasta meses en clínicas”, apunta.

Ella no trabajaba así continuó sembrando sus huertas como lo hacía su esposo para llevar algo de comer a su casa, junto con su pequeña pensión de viudedad. A veces la ayudaban sus hijos mientras Toñi se quedaba cuidando de Carlitos.

El primer golpe duro en su vida lo recibió unos meses después de casarse, cuando perdió a su madre y al tiempo, a su padre. Sus suegros también murieron jóvenes, “aunque ellos apenas si tenían para comer con 9 hijos. Pero cuando uno se enamora, como me enamoré yo, no miras si es pobre o rico, la felicidad no la da el dinero. Yo fui felíz con mi marido pobre como la más rica”, confiesa.

Clemencia vive en el barrio de Las Toscas, en San Juan de la Rambla, en una vivienda pequeña con fachada color azul, “la última de la calle subiendo”, precisa. Sus hijos se turnan durante la semana para ir a limpiar porque ella tiene artrosis desde joven y no puede “ni dar vuelta los colchones”. También para acompañarlos al médico y acudir por las tardes a bañar a su hermano ya que su madre no tiene fuerzas suficientes y tiene miedo que se le caiga. “Lo duermen, lo visten, y Carlitos duerme toda la noche”, cuenta.

Desde hace un par de semanas, el Ayuntamiento le lleva comida a casa – a su hijo media ración- gracias al proyecto ‘Comida sobre ruedas’, para evitar que salgan durante el Estado de Alarma. Se siente “muy agradecida porque es una ayuda” y además, “las comidas ajenas siempre son mejor que las que hace una. Comidita ajena, comidita buena”.

Una característica de Clemencia es que siempre tiene una frase para todo.

“Desde que mis hijos se fueron de casa yo estoy sola con ‘el niño’ -como ella lo llama-. Todos tienen su trabajo y sus hijos a los que darles estudios y de comer, y además, para que se queden solterones y viejos, que busquen su vida”, sostiene.

Insiste en que “la soledad la come, porque Carlitos no puede mantener una conversación”. Habla como un niño pequeño, “a media lengua”. Tengo hambre, es lo único que repite todo el tiempo.
Cuenta que el otro día salió a la acera a coger el aire y apenas la vio un agente le preguntó dónde iba. “Me puse tan nerviosa que le contesté que al correo, cuando en realidad iba a mirar el buzón de la pared. “Yo le dije lo que me salió, ya la cabeza no me da para más”, bromea.

Carlitos estuvo un tiempo en un centro ocupacional pero coincidió con el brote de gripe A y suponía un riesgo ya que sufre de bronquiectasia, una enfermedad en la que las vías respiratorias mayores de los pulmones se dañan y siempre tiene las defensas bajas, así que toda la familia decidió que no fuera más.

Integración

Igual que su esposo, siempre buscó integrarlo en la sociedad pese a que cuando nació, las posibilidades que le daban de vida eran pocas y que en esa época, eran escasos los progenitores que creían que se podía hacer algo y lo intentaban. Los médicos le advirtieron de que no iba a caminar nunca y sin embargo, con tesón, el matrimonio lo consiguió.

Toñi, su hija, recuerda que su padre lo ataba con un cinturón por detrás mientras su madre lo llamaba, y al sentirse seguro porque iba sujeto, empezó a dar sus primeros pasos. “Se ponían todos los días un ratito hasta que lo lograron. Carlitos subía y bajaba a la azotea, aunque ya de mayor camina menos porque le duelen las rodillas”, relata.

Su madre siempre buscó la normalidad. Carlitos acude a todos los actos sociales, bodas, misas, cumpleaños, “y le hace recoger el plato desde pequeño y llevarlo al fregadero como hizo con todos sus hijos”, apunta.

“Si Almodóvar se ganó un Goya, a mi madre hay que darle un Oscar”, subraya Toñi. Clemencia es, por sobre todas las cosas, madre y su mayor recompensa es haber sacado a sus hijos adelante y que todos hayan podido formar una familia en la que todavía, no hay ningún nieto varón “sino hembras”.

Con el paso de los años el trastorno de su hermano se ha agravado y es totalmente dependiente de Clemencia. Casi no come sólido porque tiene un estrechamiento en la garganta sino todo molido. No mira televisión y se pasa la mayor parte del tiempo cantando en su habitación con la radio y un micrófono pero se queda con todas las canciones, incluso las más antiguas.

Sin embargo, es muy intuitivo, conoce por ejemplo, las pitas de los coches e identifica de quién son. Cuando sus cuatro sobrinas van de visita a su casa, llama a su madre ‘abuela’ o ‘Menchi’, como le dicen ellas y en ocasiones, cuando la ve llorar, le pregunta “si es por tinito”, su padre.

Pero Clemencia necesita hablar con gente. “Que venga una visita y al menos te distraes un ratito, porque siempre lo mismo, te cansas, pero ¡qué remedio!. Lo que dios da, hay que recoger”, dice resignada.

TE PUEDE INTERESAR