canarias

Siglo XIX: Cien mil canarios a América

La Historia no ha valorado en su justa medida la enorme contribución de los canarios al descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo, pues esta ha quedado casi siempre diluida en el haber y “gloria” de España
Monumento en San Antonio de Texas (EE.UU.) en memoria de los fundadores canarios. DA
Monumento en San Antonio de Texas (EE.UU.) en memoria de los fundadores canarios. DA
Monumento en San Antonio de Texas (EE.UU.) en memoria de los fundadores canarios. DA

Por Francisco García-Talavera 

Como ya he comentado en varias ocasiones, los hijos e hijas de este archipiélago del Atlántico norteafricano han sido protagonistas, desde sus inicios, en el mestizaje y la conformación de las nuevas sociedades y culturas americanas. El trasvase poblacional comenzó con el reclutamiento, mayoritariamente forzoso, de guanches y nativos de las islas como hombres de guerra para la conquista de los vastos territorios recién descubiertos. Es el caso de los más de 800 soldados naturales de las islas que llevó a Tierra Firme, en 1536, el segundo Adelantado Pedro Fernández de Lugo, lo que más tarde sería la Gran Colombia. En esa campaña murieron muchos -entre ellos el Adelantado- a consecuencia de los continuos ataques indígenas, las enfermedades tropicales y el hambre. Sin embargo, estos mismos hombres fueron capaces, a pesar de las adversidades, de adentrarse -esta vez al mando del lugarteniente del Adelantado, Gonzalo Jiménez de Quesada- más de 100 leguas (unos 500 kilómetros) a través del caudaloso río Magdalena, en el selvático interior del país.

Habían partido de Santa Marta, localidad en la que tres siglos más tarde moriría Bolívar, y en su avance fueron fundando, entre otras, las poblaciones de Tunja, Vélez, La Candelaria (en honor a la Patrona de Canarias) y Santa Fe, estas dos últimas convertidas hoy en distritos de la gran urbe de Bogotá.

Ya en los siglos XVII y XVIII la dinámica migratoria de los canarios cambió. Ahora se trataba de una emigración familiar (regular, aunque seguía existiendo la clandestina), pues el interés de la Corona española era “repoblar” aquellos territorios que habían quedado devastados tras la cruenta conquista. De esa manera se embarcaron, hacia los países del Caribe inicialmente, miles y miles de hombres, mujeres y niños canarios buscando un futuro más halagüeño en la América de promisión. Esa gente humilde, honrada y trabajadora fue capaz de adaptarse, como ninguna otra, a los nuevos territorios, muchas veces hostiles y malsanos, muy diferentes al de procedencia.

Esos esforzados e intrépidos canarios, a pesar de las penurias del viaje y “las piedras del camino”, se establecieron y fundaron, o contribuyeron a la fundación de muchos pueblos y ciudades de toda América: desde México a Florida, pasando por Louisiana, y desde Centroamérica, incluyendo las islas y países del Caribe, hasta el cono sur americano. San Antonio de Texas, San Bernardo, Valenzuela y Galveztown (Nueva Orleans, Louisiana) y San Agustín de Florida, en Estados Unidos; Mérida, Veracruz y Campeche en el Yucatán de México; en Colombia, aparte de la mencionada Santa Fe de Bogotá, fundaron Nueva Tenerife, La Palma y Las Palmas; Villa de La Gomera, en Guatemala; El Puerto y Villa del Realejo en Nicaragua; San Carlos de Tenerife, Samaná y Sabana de la Mar en la República Dominicana; Río Piedras, Hatillo y Toa Alta, en Puerto Rico; Cabaiguán, Matanzas, San Cristóbal (La Habana), Santiago de Las Vegas y Guantánamo, en Cuba; Nuestra señora de La Candelaria (La Guaira), San Diego de Los Altos (Caracas), Petare, San Carlos (Los Llanos), y San Antonio de Los Altos, en Venezuela; Villa de Candelaria, en Paraguay; Montevideo, Colonia San José y Soria, en Uruguay; y Buenos Aires, en Argentina, son solo algunas de las principales, entre muchas otras.

Pero hay que resaltar que para los emigrantes canarios la aventura americana no fue, ni mucho menos, un camino de rosas. Al principio obligados, más tarde en régimen de semiesclavitud, y muchas veces forzados por la alta demografía, escasez de recursos, el hambre y la pobreza que cíclicamente azotaba a la economía (basada en el sector primario y la exportación) de estas islas. Todo ello agravado por el control e impedimentos de la Corona a la contratación y exportación directa desde Canarias.

Con tal motivo fue expedida la Real Cédula de 1678 para regular la emigración canaria a América, conocida como la del “tributo de sangre”, según la cual por cada 100 toneladas de mercancías que se exportasen, había que enviar cinco familias canarias. Y así, en esas deplorables condiciones, la mayoría de las veces en la bodega de los barcos, como una carga más, marcharon miles de hombres, mujeres y niños canarios, algunos de los cuales fallecían durante el denigrante viaje, que podía prolongarse, en condiciones adversas, hasta tres meses. En palabras de la profesora Ana Lola Borges: “Esa Real Cédula fue expedida por la Corona española con una triple finalidad: En primer lugar para repoblar o fundar nuevos asentamientos en aquellos lugares muy despoblados o que corrían el riesgo de caer en manos extranjeras. El segundo objetivo era el cultivo de la tierra, no solo para autoabastecimiento, sino para crear una economía agrícola-ganadera, de la que los canarios eran buenos conocedores. Y en tercer lugar, el labrador-campesino estaba obligado a alternar esos deberes del campo con los de soldado, en caso de que hubiese que defender el territorio de ataques enemigos”. Y ya entrado el siglo XIX, el tratamiento a los emigrantes canarios seguía siendo el mismo en la mayoría de los casos, o incluso peor. Informa al respecto el Encargado de Negocios de España en Venezuela: “Llegan cargados de familia y son contratados por hombres inhumanos que tienen sus haciendas en lugares no muy sanos. Son sobrecargados de trabajo, a orillas de lagos y ríos en que pierden la salud y la energía; si enferman como sucede por lo regular, se les cargan los alimentos y los remedios a un precio exorbitante; la tarea que se les da dura 18 horas, y si en ellas no la concluyen, en lugar de abonarles en proporción al trabajo, no se les abona nada…”.

Cuba, Venezuela y Uruguay

Otro duro testimonio es el del historiador Francisco María de León, cuando afirma que, en ese sentido, las Canarias sustituyeron a las costas de Guinea: “Al llegar a puerto se procede a la subasta de los lotes de trabajadores, como si de un mercado de esclavos se tratara. La reacción lógica de numerosos canarios fue la de convertirse en cimarrones. Los periódicos anunciaban sus fugas y pedían su búsqueda y castigo, como si fueran esclavos fugitivos. Y así, en 1841, apenas recién llegados (a Venezuela), se evadieron 84 isleños”.

En aquel siglo la emigración canaria se dirigió fundamentalmente a Cuba, Venezuela y Uruguay. Todo parece transcurrir dentro de la dinámica normal de las crisis migratorias que periódicamente azotaban a este archipiélago al finalizar un ciclo económico de los llamados “monocultivos”. En esta ocasión le tocó a la cochinilla, el excelente tinte natural que convirtió a Canarias en uno de los principales exportadores, pero que acabó sucumbiendo ante la presencia en el mercado de las anilinas sintéticas.

Fue al cruzar datos demográficos y estadísticos correspondientes al siglo XIX, cuando nos hemos dado cuenta de la magnitud del hecho. Nos dice el recordado profesor de Historia canario-americana, Julio Hernández: “Cuba es, con notoria diferencia respecto a los demás lugares, el país que recibe más inmigrantes canarios: (…) En la segunda mitad del siglo XIX, emigraron a la Gran Antilla entre cincuenta y sesenta mil canarios, incluyendo la emigración clandestina”. Y si ahora hacemos caso al investigador venezolano, de origen canario, Manuel Martín Marrero -que en su obra Canarios en América ofrece toda una relación pormenorizada de los datos oficiales del Registro de entrada de emigrantes en Venezuela, desde 1841 hasta 1893- vemos que en esas cinco décadas entraron en el país, después de su emancipación, “unos 40.000 canarios”.

Completamos la estadística con los datos que nos aportan y con los que coinciden todos los historiadores sobre Uruguay: “Más de 10.000 canarios, fundamentalmente de Fuerteventura y Lanzarote, entraron en el país durante el siglo XIX”.

Pues bien, sumando las tres cifras obtenemos un total de… ¡más de 100.000 personas! Números que sorprenden, a mí el primero, porque solo estamos cotejando la emigración canaria a estos tres principales países americanos receptores, pero había otros, como Brasil, Argentina, Estados Unidos…Y la magnitud del hecho se agranda cuando contrastamos estas cifras demográficas con las de la población que albergaba nuestro archipiélago por aquellas fechas: En 1802 Canarias tenía 195.000 habitantes; y en 1900 ascendían a 360.000. Lo que significa que tan solo en el siglo XIX, ¡más de un tercio de la población canaria emigró a América!

Es cierto que a veces manejamos los datos históricos un poco a la ligera, y no nos damos cuenta de que, a poco que profundicemos, podemos llegar a conclusiones cuando menos sorprendentes. Bueno es conocerlas y divulgarlas…

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