
“Papá, hay un montón de gente allí”, decía ayer una niña pequeña mientras iba en patineta a la altura de la dulcería La Princesa, en La Laguna, y miraba a la parte baja de la Calle Carrera. “Sí, hija”, le respondía su padre con cierto aire desganado de lunes por la mañana. “Bueno, pues tendremos que tener cuidado para no enfermar con ellos”, zanjó la chiquilla.
Un lunes por la mañana es siempre complicado, porque toca meterse en el engranaje. Y más ayer, que empezaba la Fase III, subía la actividad y enfilábamos hacia la nueva normalidad, que podría empezar la próxima semana, según afirmó el presidente del Gobierno canario, Ángel Víctor Torres. Pero a muchos, aunque salgan el fin de semana a esparcirse, también les ocurre como a la niña de la patineta, que llevan tanto tiempo hablando del virus, en casa expectantes, que tanto cambio les coge lentos. “Yo creo que la cosa está un poco flojilla aquí en La Laguna”, decía ayer la dependienta de la tienda Picardías, que volvía después de unos días trabajando en Santa Cruz. “Allí hay más movimiento”.
Los que sí tienen tiempo para rehacerse midiendo escrupulosamente cada uno de sus pasos son los jubilados, que ya han recuperado posiciones en los bancos de la Plaza del Doctor Olivera, junto a la iglesia de la Concepción. “La tertulia ya se reactivó la semana pasada”, contaba ayer Miguel Ángel, de 76 años, que hablabacon Jesús, de 71. Aquí, los tertulianos no se descalzan las cholas ni suben la pierna al banco, como hacen los viejillos arrugadísimos de Nepal en las plazas de los pueblos mientras fuman cigarrillos Surya, que es como una lija para la garganta. Pero hablan de política y fútbol, como en el resto del mundo. Y el banco de Jesús y Miguel Ángel estaba ayer crítico con la gestión del Gobierno central. “Se metió la pata desde el principio”, afirmaba Jesús. “El tema de los Carnavales, el 8M… Aunque aquí, en Canarias, se trabajó mejor. El [Ángel Víctor] Torres le ha dicho las cosas a Sánchez cuando ha tenido que hacerlo. Quizá porque aquí, a diferencia de en España, han tenido a la oposición detrás, fundamentalmente Coalición Canaria”, decía.
En otro banco, tres señores que no querían dar su nombre a este periodista se embalan luego a hablar sin problema alguno. Deben ser la izquierda de la tertulia, y tienen claro que el Gobierno no lo ha hecho tan mal. No peor que en otros países del mundo. “Lo que pasa es que la derecha, cuando no gobierna, no para hasta que consigue echar a los otros”, afirmaba uno de ellos.
Lo mejor de estas tertulias es escuchar uno tranquilo para imaginarse a sí mismo sentado, anciano, en uno de esos bancos. Es un ejercicio voluntarista, porque resistir cuarenta años más tiene su mérito, y la mala genética o la suerte a veces son implacables. Si no llegamos, siempre habrá otra persona para pedir un baño público, como hacía ayer uno de los jubilados, quejándose del que tienen en Santa Cruz junto al Parque García Sanabria. Siempre habrá alguien que recuerde el ascenso del C.D Tenerife o cuando jugó la UEFA, igual que estos señores se acordaban ayer del Estrella y el Hespérides, dos equipos emblemáticos de La Laguna. E incluso habrá quien añore esta época, igual que algunos echan de menos la “época de Franco”. Cuando, quizá, lo único que añoran es que fueron jóvenes.
Pero todo esto ocurría de puertas afuera, a pesar de que las barras de los bares, buen lugar para las charlas, abrían ayer con la separación exigida. “Sí ha habido gente utilizándolas, hay personas a las que les gusta tomarse algo rápido y ya está”, contaba Manrique en el Bar Carrera. “Pero la tertulia todavía no se ha reactivado, cuesta un poco más. Hay gente mayor que todavía viene con miedo, que apenas se juntan y tienen mucho cuidado”.
En la Avenida de la Trinidad, camino de la estación de guaguas, el Bar Avenida abría ayer por primera vez después del estado de alarma. “Esta mañana se ha movido la cosa”, decía Gare, camarero. “Para haber empezado de cero, ha estado bastante bien, en torno a un 50% de lo habitual”, explicaba. En la barra, bien distanciado, estaba Gilberto, que tiene un pequeño establecimiento donde se hacen llaves y se arreglan zapatos en Núñez de la Peña. “Yo estoy contento de poder volver. Además, esto es una cadena, queremos que se reactive entre todos. Se trata de que a todo el mundo le vaya bien”, afirmaba. Luego está la parte emocional, la de poder bajar a tomar una cerveza, a compartir una historia, a dejarse caer y levantarse. “Yo notaba mucho el no poder venir y hablar con la gente”, contaba Gare. “Ellos también son amigos. Aquí, te involucras en las historias de los demás. Justo ahora estábamos hablando de un amigo que se nos ha ido en esta época”, relataba Gilberto.
En La Tronja, en San Agustín, María Jesús, profesora de Química, ya jubilada, se tomaba una cerveza con Paco, un amigo. Se les notaba bien, sin prisa por marcharse, disfrutando de la conversa. “Yo sigo todas las indicaciones de seguridad, y mi hija, que es médica, no me ha dejado salir en todo este tiempo. Hasta una semana después de que lo permitieran”, explicaba. “Después de estar tanto tiempo sin los amigos, la verdad que es estupendo encontrarse con ellos y charlar aquí un rato, aunque manteniendo las distancias”, afirmaba. La charla se dispersó y acabamos hablando de la universidad de los años sesenta y setenta, de profesores como el químico Antonio González, de de la vida…
“En el hogar todo evoca -alimento, sueño- la reparación para el día siguiente; la presencia de los hijos indica la cadena viviente de la que de la que, a la larga uno saldrá expulsado”, escribe la periodista argentina María Moreno en su libro ‘Black out’. “En el bar, en cambio, es posible el olvido de la finitud. Y es un placer cuando el alcohol, al deslizarse por los órganos de la ingestión, limpia y calienta-como si se tratara de un nuevo nacimiento- al interior del cuerpo y, al mismo tiempo, anestesia los efectos del trabajo diario. Al beber se escapa a la red de lo útil dando un sentido jodedor al hecho de alimentar la fuerza de trabajo. En cuanto al cliché de que en el bar están solo los revolucionarios de café: la Vieytes era un encubrimiento para los patriotas de la Revolución de Mayo, los socialdemócratas lo planearon todo en el Café Central de Viena, los socialistas ingleses de Sheffield en el altillo del Café Wentoworth, ¿y qué hacían Lenin y Trotsky sentados en las terracitas de La Rotonde de París mientras veían emborracharse a Modigliani? No hay revolucionarios de café ni revolucionarios sin café, ni café que no sea metáfora del alcohol. Y yo nunca bebí sin profundizar sobre esta teoría ni sentir que estaba obligada a hacer la revolución”.