Los chicos de Domingo Moreno acababan de terminar la última de las seis vueltas de su rutina diaria de entrenamiento en el centro Soul Fit Tranining Box de Taco, cuando llegaron las tinieblas y, con ellas, el caos. “Aquí al lado tampoco hay luz y me dice mi familia de Santiago del Teide que allí también se fue. ¿Otro cero energético?”, preguntó una de las clientas.
La respuesta estaba ya en la calle. El desbarajuste, el desorden y la incredulidad dieron paso a la indignación. En menos de un año, otra vez la Isla se oscureció por completo sin explicación y sin compensación. Semáforos, cajeros… todo estaba apagado y en la rotonda más cercana al Centro Comercial Concorde un tranvía de la línea dos se quedó completamente atravesado en las dos vías con sentido Barranco Grande.
Como no había rastro de la Policía, fueron los propios conductores los que tomaron el camino de en medio… el de en medio de las vías del tranvía. Por allí empezaron a transitar, entre las vías y el césped de la rotonda, para seguir hacia sus destinos y evitar males mayores entre tanto descontrol.
Asimismo, en el centro del barrio los comerciantes tardaron poco en perder la paciencia. “Lo que ocurre aquí es propio del tercer mundo, aunque, si tenemos políticos tercermundistas y empresas que los mueven y nos tratan como tercer mundo, es normal que pasen estas cosas”, decía José el Tornillo, cuya cuenta en una cafetería de las cercanías quedó aplazada, que no exenta, de pago.
Muchos de los comercios comenzaron a bajar sus puertas. Lucían como banderas a media asta. En la joyería Davenzo era imposible trabajar. “No tengo luz y no me puedo dejar la vista para trabajar casi a oscuras”, señalaba su dueño antes de entablar conversación con el propietario de una lavandería situada justo enfrente de su comercio.
“La gente se ha quedado con la lavadora puesta. Yo mismo tenía una lavadora con mi ropa y vamos a tener que esperar a que vuelva la luz”, decía el hombre, de origen venezolano, que no entendía como en menos de un año estaba pasando de nuevo por la misma experiencia. “Esto es una tomadura de pelo, no tiene consideración ni respeto por el ciudadano y tampoco me creo que hayan multado a las empresas responsables”, comentaba antes de dar a conocer una teoría muy particular que partía de la base de que “ese dinero se lo reparten entre los directivos y los políticos, y luego miran para otro lado”.
Bea tuvo que cerrar su tienda de comestibles antes de la hora prevista y regresó ya bien entrada la tarde para tratar de salvar el día. A su lado, los peluqueros que regentan un local pasaban las horas sentados por fuera de la peluquería invocando a todos los dioses. “A ver quién nos compensa a nosotros todo el dinero que hemos dejado de ingresar hoy porque, al menos, se les podía ver el detalle de rebajar el recibo de la luz”, señalaba uno de los jóvenes.
En el bar de Li, el que más temprano abre y más tarde cierra de todos los alrededores, la gente se arrimaba a la terraza para ver cómo el tráfico se complicaba por el apagón de los semáforos. Allí sonaron unos vítores cuando, a eso de las 15.30, la luz amagó con regresar. Un segundo tardó en irse de nuevo ante el abucheo de los allí presentes. Luego, sobre las 16.45, segundo amago de vuelta… y segundo abucheo. La cosa se normalizó unos 15 minutos después, pero el día ya se había ido por la taza del váter…