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“¿Cómo lo ves?”: pregunta de terraza para un verano incierto

Entre rebrotes, ERTEs y vacaciones truncadas, la gente reflexiona sobre un panorama donde conviven temor, optimismo y dudas
La Vega Lagunera, mítico bar de barrio de San Benito. DA
La Vega Lagunera, mítico bar de barrio de San Benito. DA
La Vega Lagunera, mítico bar de barrio de San Benito. DA

En La Vega Lagunera, mítico bar de barrio de San Benito y quizá la mejor churrería de La Laguna, ha nacido una terraza en los últimos meses. Después de la pandemia, el Ayuntamiento del municipio les ha permitido, sin coste adicional alguno, utilizar parte de la calzada que hay frente al bar, donde antes aparcaban los coches. Y allí disfrutan los parroquianos que la visitan cada día para compartir aventuras y desventuras mientras avanza este verano extraño de brotes crecientes, turistas escasos, ganas de sacudirnos el confinamiento y, sin embargo, enormes incertidumbres. “¿Cómo lo ves?”, esa es la pregunta. Porque ahí cabe todo, desde el miedo a que se acabe el ERTE, convertido en despido, hasta la salida del rey emérito.

“Animada. Y lo de la terraza está genial. Ha ayudado mucho”, dice Olga, la dueña, con una mascarilla negra azabache. “Los clientes dicen que la barrera le da un aspecto de autopista”, bromea. “Estuvimos 70 días cerrados. Y al principio abres con miedo. Aunque enseguida empezaron a venir los habituales. Pero con precaución”.

Entre ellos, Luis,canoso, buen humor, que lleva en ERTE desde marzo y que trabaja en un bar de San Andrés. “Yo lo veo muy complicado. Hay mucha gente que no tiene síntomas, y tampoco se hacen tantos test, dice. La situación económica la vivo con preocupación Llevo más de 40 años trabajando, y estar parado, para mí, es un infierno. Uno quiere estar entretenido, pero se pasa el día dando vueltas y echado en la casa. He engordado doce kilos. La ansiedad…”, cuenta. No habrá vacaciones este año. “Normalmente, me iba quince días, a otra isla. Pero este año no puedo. Con el ERTE pierdo unos 450 euros”.

“Y con este panorama, ¿qué piensas de lo del rey emérito?”

“Pues mira, ha hecho cosas que no debía. Indigna, pero yo intentaría pasar página”.

“Esto crea una gran desconfianza”, afirma Raimundo, de 59 años, un tipo simpático, se le nota la conciencia política. “Yo, que le juré bandera, me he llevado una gran decepción. Y no me importa si está con una o con otra, pero él, que es el primero de los españoles, debería haber declarado a Hacienda”. “Eso es verdad”, añade Luis.

Es pastelero. Y en estos meses, no ha parado de levantarse a las tres de la mañana, igual que en los últimos cuarenta y pico años. “A las cinco de la tarde, después de comer y de ver algo de tele, ya me quedo traspuesto. A las siete, mi mujer me despierta con un tentenpié, y luego sigo durmiendo”, cuenta. “Al haber trabajado, no he llevado mal el estado de alarma, pero también te preocupas por los demás. Estábamos saliendo de la crisis anterior y ahora viene esto. Aunque si nos hubiera tocado con otro Gobierno, los muertos los habríamos recogido por las calles. Porque habrían puesto la economía antes de la salud”, afirma.” Aunque necesitamos que la gente venga, hacer test cuando lleguen, pero que vengan, porque no tenemos otra industria que el turismo. Aquí mandamos el tomate para Irlanda y ya luego ellos nos envían el ketchup.” Si puede, Raimundo se cogerá dos semanas de vacaciones para ir a Gran Canaria. “Y si no, no pasa nada”.

Hay otro Luis en el bar, joven, tatuado, que trabaja de asistente en una ONG para personas con diversidad funcional. “Soy sus manos y sus pies”. Dice Luis que él es de los que respeta las normas para prevenir el contagio, que se lo toma muy en serio. Que otros años se daba un salto en barco a otra isla por vacaciones. Pero que ahorase va a quedar y se pillará un fin de semana en un hotel. “Me da algo de miedo moverme”.

Preocupación tiene Eduardo, peruano, 35 años en España, codueño del restaurante ‘La Fina Estampa’, mientras ve que los rebrotes se multiplican. Por salud. “Yo soy una persona de riesgo, tengo 64 años. Y hay más en el negocio. Hay que explicarle bien a la gente joven que el peligro está ahí”. Y por la economía. “Espero que no pase lo mismo que veo en la península. El otro día escuché a un empresario que esto era como cuando te ahogan la cabeza en un barreño de agua. La sacan un momento, pero la vuelven a meter”, explica. A él, el confinamiento lo cogió en Perú, y tardó cuatro meses en poder regresar. “Ahora estamos al 70%, la clientela nos ha acompañado. Soy temeroso, pero también optimista”, dice. “Vamos a salir adelante trabajando juntos, todos”, dice Beltrán, el otro socio, que parece un cocinero de cuento, cuidadoso y familiar con los que se acercan a su ‘casa’. Este año no cerrarán por vacaciones.

Dice María, portuguesa, que tiene una autoescuela con su marido, que otra así es muy difícil de aguantar. “Con dos ayudas de autónomo de 660 euros es muy imposible pagar el alquiler del local, de mi casa, de la luz, agua, los coches. Menos mal que tenía mis ahorros. Pero estoy preocupada y me afecta al sueño, al carácter. Nosotros vivimos de esto, mi hijo también, que tiene su piso”. Lo bueno es que tiene más alumnos que antes del confinamiento. “Yo creo que es porque hay menos ocio y la gente lo está invirtiendo en el carnet, que es fundamental para trabajar. Y más con la que viene”.

A Ana, funcionaria, y Juan, agricultor de plátanos, los dos palmeros, el coronavirus no les tiene muy alterados. La vida, según dicen, sigue muy parecida por allá. “Aquí se nota mucho más el uso de las mascarillas”, dicen, disfrutando de su último día de vacaciones en una terraza del centro de La Laguna, bastante lleno. Se han cogido una semana. “Nos íbamos en septiembre a las islas griegas, pero se canceló el crucero. Nos podían reubicar más adelante. Pero la agencia nos dijo que la compañía va a quebrar, así que estamos intentando que nos reembolsen el dinero. “Nos vamos a comprar un piso”.

Este año, Manuel, que tiene un herbolario-parafarmacia cogerá una semana se vacaciones, en lugar de quince días, y no irá a Málaga, sino a La Gomera. “Aunque los negocios de alimentación y salud más o menos se han mantenido”, explica. “Estamos en una situación complicada, de mucho déficit público por el dinero que se está gastando el Estado, pero hay que ser optimista.

“A mí, lo que me preocupa, es que tengo 65 años y mi horizonte es bastante más corto que el de alguien de 18”, dice otra María desde La Gomera, en vacaciones. “Yo no sé si voy a estar aquí en 2030. Y perder meses y vivir así me da rabia y pena”, cuenta. “También me preocupa ver a la gente dándose besos y abrazos. No lo entiendo. O les falta información o es simplemente imprudencia”.

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