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El ‘milagro’ anti-Covid del Hogar San José

La buena gestión de las religiosas que gestionan esta residencia hizo que Clemencia, de 86 años, y otras siete usuarias con discapacidad, vencieran al virus
En este centro del Cabildo insular residen 26 mujeres con discapacidad intelectual que son cuidadas por religiosas de la congregación Marta y María. FOTO: Fran Pallero
En este centro del Cabildo insular residen 26 mujeres con discapacidad intelectual que son cuidadas por religiosas de la congregación Marta y María. FOTO: Fran Pallero
En este centro del Cabildo insular residen 26 mujeres con discapacidad intelectual que son cuidadas por religiosas de la congregación Marta y María. FOTO: Fran Pallero

“Aunque teníamos miedo y no queríamos ver las noticias, damos las gracias a Dios que todo salió bien”. Blanca Orellana, hermana de la Congregación Marta y María, describía así el ‘milagro’ ocurrido en el Hogar San José, una de las primeras residencias de Canarias en la que se detectó un caso positivo de coronavirus. Y es que aunque al principio la situación se vivió con “miedo” y “preocupación”, finalmente no hubo que lamentar ningún fallecido: de las ocho usuarias que se contagiaron, todas pasaron la Covid-19 asintomáticas o con síntomas leves.

Para la hermana Blanca, la clave del éxito que hasta ahora han tenido en la gestión de la Covid-19 fue la actuación temprana a la hora de aplicar el protocolo. Al principio de la pandemia, les llegaban directrices de las distintas instituciones y organismos, y siguiendo cada una de estas guías, dividieron la residencia en dos zonas: una con las usuarias con la Covid-19 y otra libre de coronavirus.

En aquella zona de aislamiento, ahora inhabitada, las religiosas celebraban como un gran logro cada vez que una usuaria se curaba y vivían con ellas todo el proceso de recuperación: desde las horas muertas en la cama, que intentaban amenizar con música y videollamadas a sus familiares, hasta los test que al fin daban negativo y que desencadenaban sus aplausos.

“Sobre todo era duro cuando las chicas volvían a dar positivo y sabías que tenían que estar allí más días. Muchas veces nos preguntaban cuándo podrían salir del aislamiento”, relata Blanca.

Por suerte, aquella zona estaba cerca de una puerta de salida a la calle, lo que daba tranquilidad a las religiosas que sabían que, de precisarse ayuda sanitaria, los profesionales podrían acceder rápidamente al espacio en que se encontraban las enfermas.

No obstante, no fue necesario llevar a cabo ni una sola hospitalización. Clemencia, una usuaria de 86 años, además de las otras siete mujeres con discapacidad intelectual que pasaron el virus, apenas tuvieron síntomas. Un hecho llamativo porque, además de la avanzada edad de algunas, parte de ellas tienen diversas patologías como la diabetes o la hipertensión.

Dentro de lo malo y pese a que en la calle se difundían falsos rumores sobre lo que ocurría allí dentro, llegándose a compartir en redes “barbaridades” como que se incumplía el confinamiento o que habían fallecido cuatro personas, Julia Dorta, enfermera, asegura que “lo pasaron relativamente bien”.

De hecho, las internas no perdieron el apetito en ningún momento, como suele pasar durante la Covid-19, y las bandejas de comida entraban llenas y salían vacías: “La fruta y la verdura siempre ha estado muy presente en la dieta, pero aquellos días se reforzó con licuados tal y como pautaba telefónicamente el nutricionista”, explica Julia.

Ahora, con la relativa tranquilidad de la nueva normalidad y siendo una residencia libre de Covid, las hermanas y las familias se muestran prudentes con respecto a sacar a las usuarias del centro. Por eso, se han adaptado las actividades para que estas sufran lo mínimo el no salir.

En un enorme y luminoso patio interior, los trabajadores y las hermanas celebran barbacoas, juegos y otras actividades en grupo con las usuarias. El pasado jueves, además, en la clase de manualidades, las internas preparaban una piñata que romperían en la pequeña fiesta que cada viernes celebran.

Asimismo, en este momento las visitas familiares deben realizarse previo aviso, con mascarilla y bajo las normas de distancia física. El coronavirus ha hecho que los besos y abrazos deban guardarse y quizás esa sea la parte más compleja de todas.

“Estas personas son muy cariñosas y ha sido muy duro tratar de hacer entenderles cuáles son las limitaciones por la Covid-19”, expone Blanca. A esto, una de las trabajadoras añade que entre todas les insisten a las internas en que hay que saludar con el codo, mantener la higiene y que el uso de mascarilla es necesario en determinadas situaciones.

Un “equipazo”

Tanto para la directora del Hogar San José, Evanely Albizurri, como para Blanca Orellano, aún hoy hay mucho que agradecer a todas las instituciones. Las religiosas recuerdan las frecuentes llamadas recibidas desde el Instituto de Atención Social y Sociosanitaria (IASS), del Ayuntamiento de La Laguna y la Consejería de Sanidad para ofrecerles ayuda. También desde el Obispado de Tenerife preguntaban cada día cómo se encontraban las internas, las religiosas y los trabajadores del centro.

“Fue emocionante, aquí no faltó nadie. Y nos prestó su ayuda también la Policía Canaria y la UME. Incluso los trabajadores de mantenimiento del centro se ofrecieron a hacernos la compra. Y aunque hubo días de noticias tristes y alegres, no nos sentimos solas y prácticamente teníamos que tener a una persona dedicada a coger el teléfono todo el día”, cuenta Blanca.

Sobre la labor que ellas mismas, las religiosas, llevaron a cabo, Blanca reconoce que formaron “un equipazo”. Los trabajadores y las hermanas se sometieron a las pruebas de la Covid-19, detectándose finalmente hasta 23 casos positivos. Por ello, durante dos días, cuatro religiosas tuvieron que cuidar solas de las usuarias, dividiéndose tareas como la cocina, la lavandería o la limpieza.

Con barbacoa, patio, comedor y lavandería… así es la residencia

El Hogar San José es un centro sociosanitario en el que duermen 26 mujeres con discapacidad intelectual, que son cuidadas por varias decenas de religiosas y trabajadores. La residencia se ubica en Finca España y su titularidad es del Cabildo de Tenerife, que la gestiona a través de la Unidad de Atención a la Dependencia del Instituto de Atención Social y Sociosanitaria (IASS). A la vez, el Hogar San José es dirigido por la congregación religiosa Marta y María. En el lugar hay un amplio patio con jardines, una lavandería, un espacio para fisioterapia y masajes, una casita de madera para terapia psicológica, barbacoa, un comedor y una pequeña capilla.

Franquet: “El trabajo de las entidades en la pandemia ha sido fantástico”

Marián Franquet. FOTO: Sergio Méndez
Marián Franquet. FOTO: Sergio Méndez

La consejera de Acción Social y presidenta del Instituto Insular de Atención Social y Sociosantaria (IASS), Marián Franquet, explica que desde el IASS se realizó un seguimiento a todas y cada una de las entidades que trabajan en la red insular, que hicieron un gran esfuerzo y un trabajo fantástico para hacer frente a una pandemia para la que nadie estuvo preparado”.

“La residencia San José fue una de las primeras en las que se detectaron casos y hubo que intervenir. En todo momento se mantuvo una estrecha relación con la Dirección General de Salud Pública del Gobierno de Canarias, con el Ayuntamiento de La Laguna, para coordinar los recursos que había que hacer llegar a la residencia y, por supuesto, con las hermanas, a las que se facilitó material de protección para que pudieran seguir realizando sus actividades cotidianas”.

En una situación tan adversa como la que se vivió, explica la presidenta del IASS, las hermanas “dieron en todo momento lo mejor de sí mismas” para superar la situación. Aun a riesgo de su propia salud, Franquet asegura que las religiosas permanecieron “al pie del cañón, atendiendo a las usuarias sin desfallecer en ningún momento, lo que demuestra su gran compromiso y dedicación con las personas dependientes”.

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