
A las cuatro de la tarde de un miércoles de septiembre, en el barrio de Buen Paso, en el municipio de Icod, apenas hay un alma. Pero sopla un viento brumoso que desconcierta en medio de un día soleado y que pasa muy cerca de la copa de un enorme pino centenario con tres cruces en la base que está junto a la casa parroquial. Allí, dice el historiador Lorenzo Santana Rodríguez en el libro ‘Buen Paso: historia, devoción y patrimonio en Icod de Los Vinos’, pudo celebrarse una misa durante una de las expediciones del conquistador castellano Alonso Fernández de Lugo a la zona, según recoge “la tradición”, probablemente entre 1495 y 1496. Y allí pudo haber antes una santidad, “santuarios aborígenes que servían de refugio seguro a las personas y a sus ganados, garantizando su inviolabilidad”.
A unos pocos metros está la ermita de Buen Paso. Aunque no se sabe la fecha exacta de su construcción, ya hay referencias de 1518. Icod era una zona de gran cantidad de población portuguesa. Y a Lisboa mandó a encargar para la ermita un matrimonio del lugar, en torno a 1589, una talla de madera de la Virgen de La O, patrona de las embarazadas, imagen asociada a la esperanza del nacimiento de Jesús. Tanto gustó, que los curas de la Iglesia de San Marcos, en Icod, se la quedaron depués de una procesión. El dueño pleiteó y los obispos le dieron la razón, pero finalmente cedió ante la curia del pueblo. Durante años, cuenta el historiador Pablo Hernández Abreu, la imagen volvió a la ermita en su festividad, en el mes de diciembre. Por el camino, descansaba en una casa de Icod. Y con el tiempo, allí terminó quedándose para siempre como parte de una colección particular que aún se conserva. En el siglo XVIII, la ermita terminó encargando la talla de la actual Virgen de Buen Paso, cuya celebración terminó trasladándose al mes de julio.
Varios siglos después, unos pocos días antes de que un presidente español llamado Pedro Sánchez decretara el estado de alarma por la pandemia de COVID, el pintor italiano Davide Battaglia llamó al párroco de Buen Paso para decirle que iba a comenzar a pintar el cuadro de aquella virgen que un día trajeron de Lisboa y luego se llevaron de la ermita.
“Siempre se supo que había habido una imagen anterior a la actual”, cuenta Agustín mientras fuma un cigarrillo Marlboro Gold en la cocina de su casa, bien ventilada. “Se sabía incluso el lugar donde estaba la imagen”.
Dice Agustín, orgulloso, que la ermita, declarada Bien de Interés Cultural en 2003, es uno de los pocos edificios históricos de la isla que no han sufrido incendios ni transformaciones. “Las paredes son las mismas que cuando se produjo la conquista”. Por el 75 aniversario de la parroquia, fundada en 1943, y los 500 años de la ermita, a Agustín se le ocurrieron un montón de ideas. Una de ellas fue intentar que se hiciera una pintura de la Virgen portuguesa para, de alguna manera, devolvérsela a los vecinos. “Nos dejaron acceder a la casa donde está la talla y sacamos unas fotos”, relata. “Hacer una réplica de madera le habría quitado protagonismo a la talla actual, así que pensé que lo mejor era un cuadro”, explica. “Yo vengo de un sitio como Tegueste, donde hay muchas tradiciones. Y creo que todo lo que sea trabajar la identidad positiva de los pueblos es muy importante”.

A unos 48 kms de Icod, en un pequeño estudio del centro de La Laguna, Battaglia vivía dedicado a sus clases y a sus cuadros. Una tarde, paseando por allí, Agustín echó un vistazo al estudio y se dio cuenta de que había encontrado por fin al pintor hiperrealista que necesitaba.
En un documental que hizo sobre el proceso creativo del cuadro, Battaglia asegura que, escuchó “el silencio de la humanidad” mientras pintaba a la Virgen en pleno confinamiento, oyendo a los pájaros y al viento que se colaba entre los árboles. Eran jornadas intensas, incluidas las noches, absorto en la pintura, una extraña comunión entre el tiempo histórico y un pintor medio budista que se sentía interpelado por aquella sencilla Virgen de rostro amable. “Me he reconciliado con el valor de la iconografía cristiana. Y especialmente, con la de la virgen, que simboliza en parte la esperanza para la gente pobre, la gente humilde. Esa virgen que yo pinté está llena de energías bonitas”, afirma.
Cuando el cuadro se bendijo en la parroquia el pasado día 27 de junio, en una emocionante ceremonia después del estado de alarma, ya no era solo ‘La Virgen de la O’. También era ‘La Virgen de la Pandemia’. “La Virgen ha ido apareciendo, ha ido surgiendo, se ha ido creando a lo largo de estos días con este contexto histórico concreto, con los aplausos de la gente en los balcones, los coches oficiales dando las señales de alarma a la población…”, reflexiona Agustín, que consultó a los historiadores si ambos nombres podían coexistir.

“Artísticamente, ha sido el trabajo más largo e importante de mi vida”, afirma Battaglia, que adora dar clases y hacer retratos por encargo, pero que necesitaba un reto importante. “Yo buscaba algo que me absorbiera de esa manera tan del Renacimiento, como el Miguel Ángel que se jode las espaldas para hacer la Capilla Sixtina. Aunque sea un encargo, siento como si fuera una obra personal, recuperando esa cosa antigua del artista que hace algo para un mecenas”, cuenta. “Además, siento como que me graba en la historia. A lo mejor, alguien viene en 2500, descubre la pintura y se pregunta por ese Davide Battaglia que era de Italia y pintó este cuadro durante la pandemia”. Casualidades o no, durante el proceso, su pareja se enteró de que estaba embarazada. “Ha habido una conexión muy fuerte entre Romina, que sí es creyente, y la imagen. Llevábamos años buscando un niño. Y yo sé que ella se lo pidió. Aunque tampoco sabemos si ya estaba embarazada cuando empecé a pintarla”, cuenta en una suerte de misterioso enigma metafísico.
Muchos años después, ‘La Virgen de la 0’ ha vuelto a su pequeña ermita en medio de una crisis terrible. Para los cristianos, significa esperanza. “Tiene una cara cariñosita”, dice de ella Toni, catequista de la parroquia. “Con respeto a la imagen que está hoy en día, esta parece más llana, más campechana, más cercana, sin coronas ni luces. Es más de la zona, más campesina. Y se deja querer”.