Los seres humanos somos firmes buscadores de placer. Lo podemos encontrar de diversas formas: comiendo, durmiendo, acariciando, complaciendo satisfacciones sexuales, etc. Sin embargo, lo que nos diferencia de otras especies es que también podemos conquistar grandes cotas de placer mentalmente. Lo hacemos cuando disfrutamos del afecto de nuestros seres queridos, cuando nos recreamos ante una obra artística, contemplando un bonito paisaje o leyendo un buen libro. Y también nos regocijamos de placer mental cuando alcanzamos éxitos personales o profesionales, cuando nos entretenemos con actividades que nos divierten, participamos en retos deportivos o logramos una meta que revitaliza nuestra confianza y optimismo.
LA BÚSQUEDA DEL PLACER
Pero eso no es todo, el gozo intelectual o mental también puede hallarse en lo que imaginamos que puede ocurrir, podemos fantasear especulando sobre los favores del destino, soñar con un golpe de suerte, evocar en nuestro simulador mental interno como serán esas vacaciones anheladas o ese encuentro que conduzca a una oportunidad laboral o, quizás, al comienzo de una relación romántica. ¿No te parece maravilloso?
Ya lo decía Walt Disney, “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, como una suerte de mantra que responde a las sorprendentes capacidades del cerebro humano. Pero lo cierto es que disfrutar del placer físico, mental, intelectual o espiritual no es sólo una actividad agradable, sino que además es una necesidad que todos compartimos para sentirnos bien y lograr cierto grado de bienestar. Y quien diga lo contrario, es que ¡encuentra placer llevándonos la contraria!
Y es que las sensaciones placenteras son un factor de poderosa influencia en diversidad de procesos que ocurren en día a día. Aunque pensemos que se trata de un ejercicio puramente racional, la mayoría de las decisiones que tomamos están esencialmente condicionadas por las emociones, especialmente cuando podemos anticipar el placer que provocará alcanzar cierto deseo o necesidad al tomarlas. Por ejemplo, la previsión de un viaje agradable o la compra de algún artículo que nos ilusiona podrá influir en la decisión de ahorrar. Imaginar un cuerpo atlético o una mejoría en el estado de nuestra forma física, nos llevará a decidir la reducción del consumo de alimentos calóricos.
El placer guía nuestros pensamientos, decisiones o preferencias, pero el más sublime de todos ellos es el placer mental. Obviamente, no podemos disociarlo del vínculo que existe con los placeres del cuerpo, básicamente porque son un recurso que amplifica las sensaciones y complementa la experiencia de disfrute. Pero ¿podemos llamar a estos estados la “verdadera” felicidad? Y en ese caso, ¿cómo podemos crear más experiencias de este tipo en nuestra vida diaria?
ENGÁNCHATE AL FLOW
La conquista de la felicidad es uno de esos temas universales que han ocupado durante siglos a filósofos y pensadores, así como a científicos y gurús de la autoayuda mas recientemente. El aclamado escritor y profesor de psicología Csikszentmihalyi explica en su libro, ´Fluir: una psicología de la felicidad´, que la felicidad es algo que se puede aprender, ensayar y perfeccionar, definiéndola como una condición vital que cada persona debe cultivar y defender individualmente. Sí, has leído bien, “individualmente”. Eso ya descarta de un plumazo todo aquello que no dependa de mi. Es decir, que la felicidad no va a caernos en forma de meteorito para hacer explotar nuestras vidas de júbilo y euforia.
La cosa es más sencilla, fluir es encontrar la pequeña felicidad en el aquí y ahora, encontrando momentos de plenitud en cualquier tarea que implique concentrarnos y abstraernos del mundo. Parece sencillo ¿verdad? Pues realmente lo es, aunque en muchas ocasiones va a depender de nuestra actitud, predisposición y voluntad.
Entrar en estado de ´flow´ o, como también se suele denominar, ´experiencia óptima´, es adentrarse en una experiencia de gratificante bienestar, rendimiento y satisfacción que puede alcanzarse con la práctica de cualquier tipo de actividad. Siempre que esa actividad y la persona tengan un vínculo que permita disparar el mecanismo. Como le ocurre, por ejemplo, al deportista que sale a entrenar con su bici, o al que corre o juega para perfeccionar sus habilidades, involucrándose por completo en la tarea de tal manera que consigue abstraerse del mundo sin esfuerzo. En ese ensimismamiento con lo que está haciendo en ese momento, logra rendir óptimamente sin presión, simplemente disfrutando tanto que podría llegar a perder la noción del tiempo. ¿Te ha ocurrido?
Quizás ni te hayas dado cuenta o no eras consciente de estar experimentando el flow viendo esa película que tanto te gustó, dando un paseo por la playa, jugando con tu mascota, o cocinando con tu música favorita de fondo… Ahora ya lo sabes, ¿te animas a practicarlo más a menudo?