
“Es la única isla que me queda por conocer”. Esa frase, en referencia a El Hierro, la hemos escuchado todos. Aunque está cambiado. También se la han dicho a Óliver Arteaga, jugador del Oviedo de la LEB Oro, herreño orgulloso y uno de esos deportistas (son cada vez más), con los que se pude hablar de todo. Con 15 años aprendía a jugar a baloncesto, con 16 y militaba en el Valencia BC y, los que lo conocemos lo sabemos, nunca abandonó la humildad de aquel niño al que Paco Chinea y Ramón Cubeles (CB Unelco) descubrieron un buen día jugando a baloncesto.
– Usted deja el Hierro rumbo a Tenerife muy joven para jugar a baloncesto.
“Sí, tenía 15 años”.
– Su historia es casi de película, porque no había tocado un balón de baloncesto en la vida.
“Jugaba a balonmano. Lo hacía de lateral izquierdo, en mi colegio. En unos Juegos Escolares me vieron Paco Chinea y Ramón Cubeles, del Unelco, y, la verdad, no era normal ver a un chico tan alto, porque ya medía dos metros, jugando a balonmano, por lo que contactaron conmigo. Nunca había jugado a baloncesto”.
– O sea: con 15 años, deja el Hierro, se va solo a Tenerife, a practicar un deporte al que jamás había jugado. ¿Es así?
“No noté tanto lo de irme a Tenerife. Es verdad que tienes otras obligaciones. Yo estaba acostumbrado a entrenar dos tardes a la semana durante tres o cuatro meses. Pasas de eso a una disciplina deportiva que no conoces de nada, entrenando cada día, compaginando con los estudios, estando lejos de tu familia y amigos, aunque es cierto que es solo media hora de avión. No lo notas tanto porque venían mis padres, mis hermanos…”.
-Pero, para un niño, no sería sencillo.
“Era todo muy nuevo. Empiezo a jugar a baloncesto siendo cadete de último año, porque al siguiente ya era júnior, así que la sensación era la de que todo pasaba muy rápido. No sabía absolutamente nada de baloncesto. Me acuerdo de mis primeros entrenamientos con Alejandro Luque Luquillo, que me enseñaba lo básico, las reglas del juego. Cometía, ya no digo pasos, es que lanzaba un tiro libre e iba a por el rebote, porque no me enteraba de nada. Poco a poco fui aprendiendo a pasos agigantados. Lo que otros chicos asimilaban en años yo tenía que hacerlo en meses. Luego fui al Campeonato de España por selecciones y, ahí, más por mi altura que por mis dotes baloncestísticas, porque en unos meses no da para aprender mucho, me llamaron Valencia, FC Barcelona y Estudiantes. Llamaba mucho la atención por mi altura”.
– Pasa, de no saber jugar, a estar en uno de los clubes más importantes y con mejor estructura de España. Todo con 16 años. ¿Cómo se asimila eso?
“El paso de ir a Valencia fue bastante duro. Estuve todo el verano en El Hierro y, un día, lo dejas todo para irte a un lugar muy lejano para mí. Abandonas una isla de 10.000 habitantes para ir a una gran ciudad, a un club como aquel Pamesa Valencia. Parece que todo te queda grande. Impresiona. Los primeros meses extrañaba a la familia y a los amigos. El ritmo de entrenamientos era muy duro, no estaba acostumbrado. Era la rutina de un equipo profesional, viviendo por y para el baloncesto y los estudios. Me costó asimilar todo. El paso de los meses hizo que me adaptara”.
– Era casi vida de profesional.
“No cobrabas, pero tus obligaciones eran prácticamente las mismas. No podías irte un domingo a quedar con tus amigos, por ejemplo. Jugábamos sábado y domingo, así que lo que hacías era estudiar, ir al colegio y entrenar. Teníamos una sesión a las 7.00 de la mañana, luego íbamos al colegio, entrenabar, y por la tarde, otra vez al colegio, algo a lo que tampoco estaba acostumbrado en El Hierro. Entrenabas dos veces al día y no estás habituado a tener esas obligaciones a esa edad”.
– Entiendo lo complicado que le resultó porque usted es muy herreño. Ama su isla.
“Soy un enamorado de El Hierro. Allí nací, allí crecí y allí tengo todo. Todos los años de mi carrera deportiva, desde que acaba la temporada, como digo yo, arranco para allí. Gracias a eso mantienes el contacto con tu gente”.
– Ahora es más fácil que sitúen El Hierro en el mapa, pero hace casi 20 años…
“Nadie conocía la Isla. Incluso estabas en Tenerife y mucha gente te decía ‘es la única que me queda por conocer’. A mí me ha pasado mucho eso, la verdad. Me lo decían mucho. Pues imagina cuando ibas a Valencia. Te tocaba explicar que era una isla pequeñita, con esos 10.000 habitantes…”.
– ¡Cuánto ha ayudado a cambiar eso Hierro, la serie!
“Sin ninguna duda. Lo he notado mucho. Cuando se emitió la primera temporada fue brutal la cantidad de mensajes de excompañeros y gente que había conocido a lo largo de mi carrera, con la que no tenía contacto, y que me escribieron sorprendidos por los paisajes de El Hierro. Incluso, que puede parecer una tontería, hubo un programa anterior de Planeta Calleja que tuvo una repercusión espectacular. La isla era bastante desconocida, ahora está más situada en el mapa”.
– ¿Conoce a mucha gente que haya trabajado en ella?
“Tengo muchos amigos que lo han hecho. De muchas cosas. Mi hermano y mi sobrino salen en la serie. También mi casa, que aparece en el primer capítulo de la segunda temporada [aparece como una oficina en Madrid] y mi hermano, por ejemplo, sale de espaldas cuando la jueza, Candela Peña, está en los juzgados. En la primera temporada, cuando fui en verano, no veía a mi sobrino y era porque estaba rodando todo el día. En esta segunda temporada, con el confinamiento, no pudieron grabar nada fuera de la Isla, que iba a ser mucho, teniendo que hacerlo íntegramente en El Hierro”.
– El pasado verano El Hierro se llenó de turistas con la pandemia.
“Se juntaron varias cosas. El boom de la serie, que no hubiera casos de coronavirus… Se sentían seguros. Nunca había visto tanta gente en El Hierro en la vida, ni cuando se celebra la Bajada, cada cuatro años”.
– Cada vez queda menos gente joven en El Hierro. Algo que es muy peligroso para el futuro.
“La gente sale a estudiar fuera y no regresa. Un joven, una vez va a Tenerife e intenta buscar trabajo allí, es complicado que vuelva. Es muy poca la gente que regresa”.

. Ha cumplido 100 partidos con el Oviedo en LEB Oro, un lugar en el que está muy contento. ¿La pandemia le ha hecho replantearse su futuro?
“A mí me ha cambiado mucho el chip. Antes de fichar aquí me plantee la retirada y ya llevo cuatro años. Pensaba estar un año y dejar el baloncesto, pero estoy muy cómodo en la ciudad y el club, muy contento. Tengo ya una edad, estoy próximo a retirarme. A lo mejor, si no llega a ser por la pandemia, lo habría dejado el año pasado, pero me daba pena retirarme así. Llegas un jueves a entrenar, te dicen que nos vamos a casa y, de un día para otro, suspenden la liga. Dejar el baloncesto así te da pena. Esta temporada está siendo muy positiva a todos los niveles después de otra, la pasada, con malos resultados en lo deportivo. Vamos terceros de un grupo, el nuestro, muy duro, por lo que estoy muy contento. ¿El próximo año? No sé qué pasará. Intento disfrutar del baloncesto día a día”.
– ¿Agobia a un deportista profesional pensar mucho en la retirada?
“Yo sí que le doy vueltas. Creo que es algo lógico. Tengo 38 años, llevo desde los 20 siendo profesional, son muchos años. Me lo planteo bastante y dudas si estar una temporada más o no. Si este año te ves bien, si el próximo no sabes… No llega al punto de agobiarme, pero sí que lo piensas”.
– ¿Cómo se imagina el después?
“En Canarias, quizás a caballo entre El Hierro y Tenerife. Mi mujer y yo lo tenemos claro desde siempre. Quieres estar más tiempo con tu familia, tenemos dos niñas, de tres y siete años, y quieres que estén con ellas, que puedan disfrutar de su compañía. Con lo que está pasando, casi no sabes lo que vas a hacer dentro de un mes. Me gustaría seguir vinculado al deporte. También tengo cosas en El Hierro. Estaré liado seguro”.
– Usted es un amante de la slow life desde siempre. Es feliz en su finca, viviendo tranquilo…
“Mi padre tenía una pequeña plantación de piña tropical, aunque su actividad profesional era un taller de carpintería, y siempre tuve la ilusión de mantener esa tradición familiar. Hace tres años tengo mi propia finca y, poco a poco, he ido plantándola, porque no se puede hacer de un día para otro. Me gusta. En ese entorno soy feliz”.
– ¿Que no tuviera tradición familiar con el baloncesto y que su principal influencia fueran los entrenadores le benefició? Lo digo por la presión de esos padres que llegan a agobiar a su hijo o hija para que sea el próximo Doncic.
“Que mi entorno no tenga que ver con el baloncesto es un ventaja. Nunca he tenido esa presión de dar explicaciones. Usted lo sabe por su profesión, que muchas veces está el padre que sabe de baloncesto, que quiere saber más que el entrenador y que perjudica. Nunca me ha pasado. En ese sentido he podido crecer limpio. Eso es una ventaja. Igual que lo es cuando me voy en verano a El Hierro y Tenerife, porque todos mis amigos están fuera del baloncesto. Logras desconectar de los meses de competición”.
– La última, la más importante: ¿usted sabe como acaba Hierro?
“No, no lo sé. Y no quiero saberlo, porque estoy enganchadísimo”.