
“Esto es un soplo de aire en un día a día muy duro”, decía ayer un chico que frecuenta el campamento de Las Raíces sobre la animada tarde que había. Desde el viernes se han celebrado unas jornadas online por el cierre de los campamentos, con participación de activistas y migrantes, y ayer tocaba, para cerrar, la elaboración presencial de un mural y la lectura de un manifiesto muy crítico con la gestión “militarizada” de los flujos migratorios. Entre las reivindicaciones, sin embargo, también está la de que los migrantes que han abandonado los recursos alojativos puedan reintegrarse al sistema de acogida si así lo desean. De hecho, entre 80 y 100 personas migrantes que huyeron en el tránsito de los hoteles a los campamentos por miedo a ser deportados y que actualmente viven en pisos del sur de Tenerife podrían quedarse en la calle en las próximas semanas.
Así lo aseguraban ayer miembros del colectivo ‘¡Aquí estamos!’, que llevan semanas ayudándoles con la alimentación. “Se les está acabando el poco dinero que tienen y que consiguen mandarles sus familiares desde África, que también están ya muy exprimidos”, cuenta uno de los miembros del colectivo. “Yo he estado en pisos del sur donde duermen hasta 16 personas, y cada uno paga entre 100 y 150 euros. Esa es otra cosa de la que habría que hablar, de los que hacen negocio con estas situaciones”, explica. Además, el colectivo ayuda ya a una veintena de migrantes que duermen en playas del sur.
Ayer, fuentes de la Delegación del Gobierno reconocieron a la Agencia EFE que están dispuestas a estudiar el retorno a los centros de acogida de los migrantes que los han abandonado y se encuentran en la calle. Una posibilidad surgida tras la reunión del viernes entre el delegado del Gobierno, Anselmo Pestana, y la iniciativa ciudadana Somos Red, que cifra en 300 el número de personas migrantes que duermen en las calles de Las Palmas de Gran Canaria. A la reunión asistió también María Teresa Pacheco, directora general de Inclusión y Ayuda Humanitaria, departamento que forma parte del Ministerio de Migraciones.
Pero eso no lo sabían ayer algunas de las personas con la que hablaba junto al campamento de Las Raíces mientras política y pintura se fundían en el mural y la palabra “liberté” lucía grande sobre un muro de bloques oscurecidos por la humedad espantosa de Rodeo Alto, que tiene nombre californiano, pero temperaturas laguneras, aunque ayer la tarde estaba agradable y primaveral. El italiano Silvano, que en otra época hacía unos crêpes buenísimos en La Orotava, coordinaba un poco al principio las labores, que pronto se volvieron algo caóticas, con cada niño buscando su hueco para hacer una obra de arte. Indhira, que hace un doctorado en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos en la Universidad Autónoma, caminaba entre la gente “esperanzada” por “la lección de justicia social que está dando una buena parte de la sociedad” de Tenerife en su trato a los migrantes. Ángela e Irene venían a pintar, escuchar y acompañar. Un chico de Dakar pasaba la brocha con un salacot en la cabeza. Es pintor, pescador y vendedor de ropa en Senegal. Lleva aquí siete meses. Pidió asilo y le rechazaron la solicitud.
Más suerte tuvo Moussa, que también es senegalés pero de Mbour, y sí ha podido iniciar el proceso, aunque eso es solo el primer paso. Ahora, espera a que ACCEM le diga cuándo lo van a trasladar a la península. “Cada uno cuenta su situación en la entrevista, y a mí me habían amenazado en mi pueblo”. Hace unos días, salió un grupo de menores que fueron rumbo a Barcelona, según contaba ayer uno de sus amigos. Mientras, Bouba anhelaba el fin de las restricciones para poder salir “por cualquier medio”. Lo intentó hace dos semanas, pero perdió el billete. “Mi familia me ayuda y lo volveré a intentar”. Ayer, Cande salía al aeropuerto para intentar que volara uno de los migrantes a los que está ayudando. El auto de un juez de Las Palmas ordenando a la Jefatura Superior de Policía que permitiera viajar a un migrante al que habían impedido volar, pese a ir convenientemente documentado, está animando a la gente a intentarlo de nuevo.
Pero claro, los éxitos de unos también son los miedos de otros a no conseguir salir. A eso se une la calidad de la comida, de la que algunos se quejan. Y más ahora, en Ramadán. Muchos van al supermercado de la zona en ese momento del atardecer en el que ya se vislumbra el final del ayuno y el cuerpo se predispone al placer.
“Yo no he venido aquí a comer”, dice Mustafá sobre la gran polémica que se ha montado en torno a la alimentación. “Yo sé que todo esto es parte del proceso migratorio, es un periodo corto de tiempo. Lo que me preocupa es que se solucione la situación. Para mí y para todos”, explica. En ese momento, un pibe le ofrece ropa que ha traído. “Y unas cartas, ¿quieres?”, le pregunta también. “No, gracias, no tengo tiempo para jugar”, bromea.