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Y un día Berta, la vecina más fuerte de Tacoronte, dejó de luchar

Vecinos de la calle Ismael Domínguez, en Tacoronte, despiden a la esposa de Antonio Méndez, la pareja que vivía en el 102 de la calle Ismael Domínguez, cuyo desahucio unió al municipio y traspasó fronteras

La historia de Berta Ferreiro fue la historia de una lucha, una de las tantas que compartió con su esposo, Antonio Méndez. Fue quizás la más triste: evitar ser desahuciados de su casa, ubicada en el número 102 de la calle Ismael Domínguez, en Tacoronte. Allí vivieron durante 28 años hasta que un vecino colindante los denunció al entender que la propiedad del matrimonio se sujetaba sobre los cimientos de la suya pese a que todas las pruebas demostraban que había sido construida con anterioridad.

Su caso fue tan injusto que conmovió a casi toda la Isla y logró unir a todo un municipio, que se volcó desde el primer momento con la pareja y organizó todo tipo de iniciativas para recaudar fondos y abonar el importe que su vecino les requería y más tarde, para evitar que la pareja abandonara su casa. Movilizaciones, acampadas, concentraciones, marchas a Candelaria, comidas solidarias y la creación de la plataforma ciudadana ‘Yo también vivo en el 102’, que dio la vuelta a la Isla y llegó a la Península.

La primera vez se consiguió. Fue una fría y lluviosa mañana del 28 de noviembre de 2012 en la que después de una dolorosa y tensa espera rodeados de vecinos, amigos y familiares, la Justicia decidió aplazar el desahucio del matrimonio porque su vecino aceptó un proceso de negociación para buscar una solución consensuada junto al Ayuntamiento de Tacoronte.

Durante casi dos años Berta y Antonio no dejaron de luchar, asesorados y apoyados por la Plataforma Anti Desahucios, los abogados de oficio que se sucedieron y un barrio que se volcó de forma incondicional. Sin embargo, el plazo establecido por la justicia venció y su vecino volvió a reclamar el inmueble.

El 19 de septiembre de 2014 el matrimonio -entonces septuagenario- volvió a pasar la misma angustia pero el desenlace fue diferente porque al final perdió su casa, en la que vivía desde 1986. La noche previa fue larga y muy triste pese a que estuvieron rodeados de vecinos, amigos, familiares, trabajadores de medios de comunicación, y miembros de las plataformas que los ayudaron a empacar sus pertenencias.

Berta y Antonio permanecieron unidos en todo momento. Ella intentaba mantener la calma para que a su esposo no le subiera la tensión mientras envolvía cuidadosamente los portaretratos en papel de periódico y los metía en una caja. A ratos lloraba, otros reía, contaba alguna anécdota y se preguntaba: “¿Señor, dónde está la justicia?”.

Fueron sus vecinos quienes acondicionaron un inmueble que la pareja heredó de Leovigildo, una persona que vivía en el barrio a quien cuidaron hasta que falleció y en agradecimiento les dejó su casa.

Allí luchó Berta Ferreiro hasta último momento, no porque no tuviera más ganas de hacerlo sino porque a los 85 años su cuerpo no le respondió más.

El domingo, la noticia de su fallecimiento estremeció a todo el barrio, que de una manera u otra debido a la pandemia de Covid-19 quiso acompañar a Antonio y despedir, aunque sea a través de las redes sociales, a su vecina más luchadora.

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