Contaba hace unos días el periodista Argemino Barro en ‘El Confidencial’ que, en 1777, año y medio después de la Declaración de Independencia de los EEUU, el sultán de Marruecos, Mohamed III, fue el primero en reconocer a las antiguas colonias británicas de América como nación independiente. De ahí surgió una relación privilegiada entre ambos países que se ha mantenido con los siglos. En 1943, cuando los aliados se reunieron en Casablanca en plena Segunda Guerra Mundial, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt prometió al entonces rey de Marruecos, Mohamed V, que le daría su apoyo para obtener la independencia de Francia, cosa que ocurrió en 1956. También un presidente americano, Donald Trump, apoyó recientemente a Marruecos en su reivindicación sobre la soberanía del Sáhara Occidental, a pocos días de dejar el cargo. Y el actual mandatario, Joe Biden, no ha dado por ahora marcha atrás en la decisión, a pesar de que la ONU reconoce que el Sáhara Occidental es un territorio por descolonizar.
En política, la fortaleza de un país depende también de la fortaleza de sus aliados. Y, con el apoyo de EEUU, Marruecos ha decidido forzar la situación para que la U.E, su principal socio comercial y origen de buena parte de las ayudas que recibe del exterior, siga los pasos estadounidenses en el Sáhara. Primero fue con Alemania, a principios de mayo, llamando a consultas a su embajadora en Berlín por la “actitud negativa” de ese país hacia las pretensiones marroquíes. Y luego con España, abriendo la frontera para que unas 10.000 personas cruzaran por mar en un par de días los pocos metros que separan a Marruecos de Ceuta. Lo que inicialmente pareció una respuesta hostil frente a la decisión española de permitir que el líder del Frente Polisario, Brahim Gali, se tratara en un hospital español de las complicaciones del covid, era, en realidad, una forma de presión a España para que cambie su postura sobre el conflicto en su antigua colonia, donde hasta ahora se ha ajustado a las resoluciones de la ONU. Pero Marruecos siempre ha considerado que el Sahara es parte histórica de su territorio y que la ‘conciencia nacional’ saharaui es una invención fruto del colonialismo español.
La ofensiva fronteriza marroquí ha tenido resultados dispares. Ha dañado la reputación internacional del país, con las imágenes de niños alentados a migrar cruzando a nado la frontera para llegar a costas españolas. Incluso Francia, aliado tradicional de Marruecos, ha marcado distancias, con un duro editorial del periódico ‘Le Monde’ incluido. También Europa se ha mantenido firme apoyando a España, recordando que sus fronteras son también europeas y que la U.E no se dejará “chantajear”, en palabras del vicepresidente de la Comisión Europea Margaritis Schinas; se trata de una cuestión esencial para los países de la Unión, muy preocupados por la migración irregular y la reacción que provoca entre su opinión pública. Incluso EEUU, que va a realizar unas maniobras militares conjuntas con Marruecos, ha afirmado que no serán en territorio saharaui, como inicialmente anunció el Gobierno marroquí.
Pero esta crisis también ha provocado tensiones en la política española, evidenciando la incapacidad de las fuerzas políticas para alcanzar acuerdos de Estado, lo cual debilita la posición del país. Mientras VOX critica la debilidad de España frente a su vecino africano y pide la militarización de la frontera, el PP pone el foco en la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, y en la decisión de España de permitir la entrada del líder del Frente Polisario, obviando cualquier referencia al tema de fondo, que es el conflicto del Sahara Occidental. Pero la situación también refleja la dependencia de la U.E de terceros países, como Turquía o Marruecos, en cuestiones fronterizas. Además, como ‘gendarme’ de Europa, Marruecos también juega un papel muy importante en el control del terrorismo islamista, que no ha hecho sino aumentar en muchos países del Sahel.
En esta situación de delicados equilibrios, la mirada también se vuelve hacia la situación interna del propio régimen marroquí, que lanza este desafío nacionalista con problemas enquistados en casa. Como recordaba hace unos días en ‘El Confidencial’ Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano especializado en Medio Oriente y el Norte de África, la actuación de Marruecos en Ceuta ha coincidido en el tiempo con las “tensiones internas” provocadas por la ofensiva militar israelí en Gaza, poco después de que se decidiera establecer relaciones diplomáticas con Israel a cambio del apoyo estadounidense en el Sahara.
“Muchos han mostrado su enfado de que su país esté normalizando relaciones con Israel sin que haya habido ningún avance que mejore las condiciones de la población palestina. Es un tema muy cercano a las emociones de la población marroquí”, aseguraba. Tampoco se puede obviar la mala situación económica del país, que el año pasado entró en recesión por primera vez desde 1995, y que contrasta con la opulencia de la monarquía marroquí, propietaria de un buen ‘holding’ de empresas, con intereses en banca, seguros, telefonía o turismo, como relataba recientemente Francisco Peregil en un artículo de El País. La desigualdad social y territorial han provocado fuertes tensiones en Marruecos, como fueron los levantamiento en la zona de El Rif en 2016, que llevaron a la cárcel a decenas de activistas. Reporteros Sin Fronteras ha denunciando también en numerosas ocasiones el encarcelamiento de periodistas por sus opiniones críticas con el régimen de Mohamed VI.
En su relación con España, Marruecos ha tenido varios episodios tensos en los últimos tiempos, sumados a otros más lejanos, como la crisis de la Isla de Perejil, en 2002. En 2020, el Parlamento marroquí aprobó dos leyes para delimitar unilateralmente sus aguas territoriales, apropiándose de las del Sahara Occidental y solapándose con las de Canarias. Aunque el Gobierno marroquí afirmó al mismo tiempo que la cuestión solo se puede resolver “de mutuo acuerdo” con España, en el fondo late la disputa por el acceso a los recursos minerales submarinos que hay en la zona del Mount Tropic, a 499 kilómetros de El Hierro. También en 2020, Marruecos canceló también una cumbre con el Gobierno español, coincidiendo con un año de fortísimo aumento de la presión migratoria sobre Canarias, en buena parte desde las costas marroquíes.
La situación está lejos de relajarse. Marruecos mantiene un tono muy duro. Y el Gobierno español, aunque algo más conciliador, afirma que una discrepancia sobre un tema como el Sáhara no se puede solventar con un “ataque” a las fronteras de España. Mientras, ‘El Español’ informaba esta semana de que Marruecos está trasladando material de espionaje, inteligencia, control y comunicación al norte del país. “Tienen radares que captan la señal hasta 400 kilómetros alrededor”, explicaba la inteligencia extranjera al periódico, que aseguraba que el país vecino ve como “peligrosas” unas “maniobras” del Ejército español realizadas cerca de la costa de Alhucemas el martes. No tiene pinta de que la reconciliación esté a la vuelta de la esquina.