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De campamento de desalojados a mercadillo africano

Las casetas montadas por vecinos de Bajo la Cuesta tras el desalojo de hace cuatro años se han convertido desde hace unos meses en la morada de Oto y su afición por “recoger cosas” para enviarlas a Ghana
Oto con una piedra que denomina ‘Black energy’, rodeado de enseres de todo tipo / NORCHI

Lleva casi la mitad de su vida, 34 años, en España. De ellos 31 los ha pasado en Canarias, ocho en La Gomera y el resto en Tenerife. Ha trabajado de carpintero, de ferralla, de agricultor… y habla perfectamente español, inglés y alemán. Llegó diciendo que era sudafricano, y logrando, “gracias a 36.000 pesetas que en 1989 le pagué a Felipe González”, el asilo político, aunque en realidad su procedencia es de Ghana, nos cuenta. Partió de San Pedro, en Costa de Marfil, en un gran barco cargado de madera, pero “no era un cayuco”, nos dice. En La Gomera le llamaban Yaya, cuando vivía en La Lomada, en San Sebastián, y cuando llegó a Tenerife, primero en el sur y luego en Tacoronte, todos le conocen por Oto, o al menos así es como quiere que le llamen.

Tiene tras de sí una azarosa vida, como la de cualquier inmigrante, pero no se arrepiente de nada, porque dentro de su miseria y soledad se le ve un hombre feliz, porque él no depende de nadie que le marque su camino, “ni siquiera Dios”. Tiene, entre los muchos libros que ha ido recopilando, una biblia que dice conocer muy bien, aunque no se considera “ni católico, ni evangelista, ni budista ni musulmán”, solo parece tener estima por la naturaleza, y muy en concreto, por las piedras, “porque por mucho que las machaques siguen siendo piedras”, comenta.

Oto es hoy el único residente en el campamento de casetas de maderas que levantaron a finales de 2016 un grupo de desalojados de Bajo la Cuesta, que hoy siguen en esa misma situación a la espera de que la mitad del barrio costero bajo el talud de la TF-1 se asegure como se hizo con la mitad más cercana a la central térmica de Endesa. Dice tener el permiso de “un Guardia Civil y de un señor gallego” para ocupar sus casetas, pero, en realidad, se ha hecho con todo el campamento, que ha delimitado con una cuerda y un gran letrero, donde se puede leer Africans Roots (Raíces africanas), mientras fuera de ese espacio también ha montado una especie de exposición con objetos reciclados de todo tipo sobre los callaos que recoge de la orilla. Un terreno este que, según él, pertenece “a una señora de Madrid que me lo ha cedido”, cuando en realidad se trata del Dominio Público Marítimo Terrestre (DPMT) y el otro, donde está el campamento, propiedad de Endesa.

El Ayuntamiento de Candelaria está al corriente de la situación y, aunque ha enviado allí a la Policía Local, comentan desde el Consistorio que “no podemos hacer nada porque es suelo privado”. Desde Endesa no han querido dar una respuesta, como tampoco la dieron en su día cuando se montó el campamento en su terreno, justo pegado a la central, que poco a poco se irá desmontando, ahora que se está construyendo la subestación en la parte alta, debajo de la curva de Las Caletillas.

“Por aquí ha venido la Policía Local y la Guardia Civil, pero yo estoy sosegado, aunque la gente llamaba porque no me conocía, y es normal, pero ya me han dejado en paz”, comenta. Incluso, afirma, “ya me ofrecen aquello que no quieren”, porque en realidad, Oto es un recopilador de trastos que trata de rehabilitarlos para “enviarlos a África y lograr que no se jueguen la vida los jóvenes africanos en los cayucos”, aunque tiene un especial interés por “conseguir libros y juguetes para los niños”, la mejor medicina “para educar a los negros, porque la raza negra no tiene cerebro, porque no entienden que bajo la tierra, en África, tienen toda la riqueza del mundo, petróleo, oro, diamantes, coltán y agua”. Su tan singular mercadillo lo ha organizado a través de sus idas y venidas por toda la Isla, en una pequeña furgoneta, y ahora aspira a recibir ayudas para comprar “un contenedor para llevarlo a Ghana”, mientras nos enseña el retrato de su madre y un árbol que le regaló su mejor amigo, “Luis, de Tacoronte”, ya fallecido.

Cuando se le pregunta de qué vive, Oto afirma que ahora “me basta con 190 euros al mes”, mientras agradece el apoyo de mucha gente, entre ellos vecinos de Bajo la Cuesta, su nuevo hogar. El mercadillo no es tal porque “no vendo nada”, nos recuerda, aunque tiene una gran capacidad para convertir residuos en objetos de decoración, por mucho que su amontonamiento nos haga pensar en que pudiera padecer el síndrome de Diógenes.

El ghanés recopila todo tipo de material, da igual su procedencia / NORCHI

Bajo la Cuesta

En octubre se cumplirán cinco años del desalojo de más de un centenar de vecinos de Bajo la Cuesta, que tuvieron que abandonar sus viviendas por un decreto municipal iniciado en 2015, ante lo que se calificó en su momento como una situación de alto riesgo de desprendimientos.

Casi medio centenar de familias abandonaron sus hogares con lo puesto el 27 de octubre de 2016. Una veintena han podido regresar a sus viviendas, pero aún quedan 32 familias fuera de sus casas, algunas de las cuales vivieron durante un tiempo en ese campamento montado a la sombra de la central térmica de Endesa en Las Caletillas. Este campamento se quedó sin moradores habituales a raíz del estado de alarma y comenzaron a evidenciarse signos de abandono, como el que se observa en el denominado Paso de la Soga, con toda la vegetación seca. Algo que contrasta con la primera parte de la calle Manuel Oliva, la única del barrio costero, donde reluce el verdor de sus árboles y los colores de las flores en las viviendas que van desde el número 1 al 33 . Estas volvieron a ser ocupadas el 28 de mayo de 2018, cuando desde el Ayuntamiento se anunció que el desalojo iba a ser cuestión de unos meses. En la mayor parte, este plazo alcanza ya los 60 meses, al mantenerse parado el expediente de obras en el talud de la empresa Dani Ran y Costas, al contrario de lo que ocurrió con la parte de Endesa, que fueron ejecutadas por esta empresa y permitió el realojo de una treintena de vecinos.

Desde aquel 27 de octubre de 2016, los vecinos comenzaron a movilizarse, con pitadas a diario frente al Ayuntamiento, con presencia en los plenos con camisetas rotuladas con el lema Bajo la Cuesta vive y acampando a la entrada del barrio clausurado. Casi cinco años después, el silencio, el agotamiento y la desesperanza son los que reinan. Y mientras tanto, Oto mantiene vivo el campamento.

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